Me habría gustado que la cumbre europea de este viernes hubiera dado otros argumentos para glosar, pero al final no me queda más remedio que reconocer que donde de verdad hay materia es en Francia. En la cumbre, como siempre, los Veinticinco se han dedicado a decirse lo que unos y otros ya sabían de sus respectivas posiciones y a calibrar cuáles son las tendencias que se van formando entre ellos. La división entre las posiciones nacionalistas y comunitaristas es más evidente que nunca, y va a ser una constante que salga a la superficie cada vez que haya que discutir sobre un problema verdaderamente importante. La energía ha sido el tema central de esta pasada reunión, y como no es algo que vaya a dejar de tener importancia en el futuro, sino todo lo contrario, ya habrá ocasión de referirse a ello más adelante, puesto que a falta de reglas de funcionamiento claras, porque nadie sabe cual será el destino de la Constitución, los dirigentes europeos van a tener que hablar mucho y muchas veces improvisando sobre cómo resolver juntos las dificultades que no puedan superar separados. Si llegan a un acuerdo bien, y en caso contrario pues no, como hasta ahora.

Pero el verdadero paso del Rubicon en materia europea ha sido el comportamiento de Jacques Chirac en este consejo de primavera. Porque si hay un país que ahora tiene graves problemas de empleo e integración juvenil es Francia y por eso a su máxima autoridad se le supondría un interés más agudo por encontrar soluciones con las que superarlos. Y sin embargo, la aportación más original del francés a esta reunión fue su teatral espantada, abandonando la sala con sus ministros, porque el representante de los empresarios europeos Ernest-Antoine Seillière (de nacionalidad francesa) estaba pronunciando su discurso en inglés. El portazo de Monsieur le President es el mejor símbolo de lo que está pasando en Francia: arden las calles con las manifestaciones de jóvenes que ya no confían en el futuro de su país y su presidente sólo se preocupa de en qué lengua hablan los empresarios, en vez de interesarse por lo que dicen.

Tal vez a Seillière le habría venido bien uno de los folletos que ha distribuido esta semana el presidente del Parlamento Europeo, Josep Borrell. Para estupor de los eurodiputados, Borrell les aconseja a sus señorías cosas como que hablen cerca del micrófono, en su lengua materna «si es posible» y no demasiado rápido. A Chirac, con tal de que hablen en francés, le da lo mismo lo que digan. Y al pobre señor Seillière, que se vaya olvidando de la «Legión de Honor» y que se prepare para una inspección fiscal implacable, of course.