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28/01/2016 | Kafka es brasileño

Juan Arias

Los incriminados y condenados pretenden darle la vuelta a la tortilla

 

En Brasil está en curso una dura batalla dentro del proceso de Lava Jato, entre la justicia que está colocando en el banquillo de los acusados de corrupción a políticos y empresarios de enjundia y el poder que esos personajes tuvieron y siguen teniendo.

Los incriminados y condenados pretenden darle la vuelta a la tortilla convirtiendo a los jueces en acusados por haber osado tanto.

En esa batalla, la sociedad sigue hoy al lado de los jueces, ya que la mayoría de los brasileños coloca, por primera vez, el tema de la corrupción a la cabeza de sus preocupaciones.

¿Y mañana? ¿Conseguirá la justicia hacer entender a la gente de a pie que no deben existir dos pesos y dos medidas a la hora de juzgar y condenar? ¿O el poder acabará convenciéndola que los jueces y promotores están abusando de sus prerrogativas a las que hay que ponerle cortapisas legales?

¿No sería mejor, dicen abogados y políticos, que, por ejemplo, esos grandes empresarios, acusados de haber secuestrado millones de las arcas públicas, vuelvan a estar libres “para seguir creando empleo”? ¿No sería mejor que los periodistas en vez de ayudar a la justicia en sus investigaciones y divulgación de la corrupción, se dediquen a cosas más amenas y divertidas, que levanten el ánimo y la alegría de la gente?

Ello me ha llevado a recordar el cuento El artista del hambre del escritor judío, Kafka, el fustigador del poder de la burocracia.

¿Qué quiso indicar Kafka con la historia del ayunador del circo y con el simbolismo de la jaula en la que le substituyó una “bella y poderosa pantera” para alegría del gran público?

Si es difícil siempre agotar las intenciones de los escritores que han dejado huella en la literatura mundial, más aún lo es con Kafka, que dio origen al término “kafkiano” para definir las situaciones increíbles del poder y de la burocracia.

En general, los artistas suelen decir que los otros encuentran en sus obras significados que ellos no habían pensado. Me ocurrió presenciarlo una vez con el cineasta y maestro de cineastas Federico Fellini. Comentando un periodista en Roma su film Y la nave va, el cineasta abrió sus ojos brillantes de adolescente travieso y exclamó: “!Qué maravilla! ¿Todo eso está en mi película? Nunca lo hubiese imaginado”.

Y sin embargo, esa es la fuerza del arte y de la literatura con mayúscula.

El personaje que Kafka escogió para su enigmático cuento, parece banal. Se trata además de un personaje que, en su tiempo, como él declara, ya había perdido interés en el gran público.

Los ayunadores dejaban de comer durante 40 días y 40 noches, encerrados en una jaula como espectáculo visible para grandes y pequeños. ¿Por qué quiso el escritor desempolvar a los ayunadores?

Kafka no se limita a contar la historia de un simple ayunador sino que introduce en él, algunos elementos, que es difícil, conociendo la relación crítica del autor con el poder, no interpretar también en clave política y social.

El ayunador del cuento de Kafka no constituye un simple entretenimiento usado en el pasado para divertir al público, ya que posee una característica curiosa: le gustaba ayunar. No comía, pero tampoco sentía hambre: “Sólo él sabía, sólo él y ningún otro, qué fácil cosa era el ayuno. La cosa más fácil del mundo”.

¿Podría ser la figura del ayunador que no tenía hambre una parábola de quién prefiere la austeridad de vida al despilfarro? ¿No podría ser una contra-metáfora del corrupto que lo que desea es amontonar, devorar lo que no es suyo?

Cuando la gente se cansa del ayunador los dueños del circo lo sacan de la jaula ¿A quién coloca Kafka en su lugar?: a una bella y fuerte pantera negra cuya vista ofrecía placer a los visitantes ya que la “hermosa pieza se revolcaba y daba saltos”. Y añade Kafka irónico: “Nada le faltaba. Ni siquiera parecía añorar la libertad”.

La gente, olvidada del ayunador que no sentía ansias de comer ni poseer y no por ello era infeliz, prefirió el espectáculo de la pantera poderosa que ni se da cuenta que está encerrada en una jaula sin libertad.

El miedo de hoy, en Brasil, es que la opinión pública que en esa lucha de la justicia contra los corruptos que no demuestran miedo ni a la cárcel, y el forcejeo del poder para que salgan ilesos, pueda desencantarse de los honestos que no encuentran gusto en robar y enriquecerse.

La aparente belleza de la pantera satisfecha, aunque enjaulada, que podría simbolizar al poder sin escrúpulos, puede acabar atrayendo la atención de quienes, en una especie de síndrome de Estocolmo, prefieren seguir votando al poderoso corrupto que al simplemente honrado.

El fallecido novelista brasileño Joâo Ubaldo alertó en uno de sus artículos acerca de la dificultad de los brasileños de manifestarse contra la corrupción. Con su ironía sin amargura, el novelista escribió que el sueño de muchos era “tener un político corrupto en familia”, que le resolviera todos los problemas.

La sátira de Kafka y la ironía de Ubaldo son dos elementos para tener en cuenta a la hora de que los ciudadanos acudan a las urnas, donde acaban perpetrándose, muchas veces, resultados verdaderamente kafkianos.

En Brasil y más allá.

El Pais (Es) (España)

 



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