El pasado domingo durante la misa del Ángelus, el Pontífice iba a referirse a la situación que atraviesa la ex colonia británica tras la imposición de la nueva Ley de Seguridad Nacional, pero no lo hizo. Un cálculo de estrategia o el temor de perjudicar a la Diócesis de Hong Kong podrían ser los motivos.
El pasado domingo ocurrió algo curioso en la Plaza de San
Pedro. El Papa salía al mediodía como de costumbre al balcón del Palacio
Apostólico para su discurso del Ángelus. Horas antes, a todos los periodistas
acreditados, el Vaticano les había entregado una copia del discurso. En el
texto figuraban unas palabras que el Papa Francisco dedicaría a la situación
que atraviesa Hong Kong después de que China impusiera la nueva Ley de
Seguridad Nacional que amenaza la autonomía que goza la ex colonia británica.
Lo previsto en el guión original era que el Pontífice
expusiera sus preocupaciones por las libertades religiosas y sociales de Hong
Kong. "Me gustaría expresar mis sinceras preocupaciones a las personas que
viven allí. En esta situación actual, los temas en cuestión son indudablemente
muy delicados y han estado afectando la vida de todos allí", se podía leer
en el texto al que ha tenido acceso el diario hongkonés South China Morning
Post.
Se esperaba que el Papa llamara a las partes involucradas
a manejar los problemas con "previsión, sabiduría y diálogo
auténtico" que requería "coraje, humildad, no violencia y respeto de
la dignidad y los derechos de todos los involucrados". Y concluiría
expresando su deseo de que "la vida social, especialmente la vida religiosa,
pueda expresarse en completa y genuina libertad según lo prescrito en las leyes
y reglamentos internacionales".
Aquel domingo miles de fieles aguardaban el Ángelus del
jefe de la Iglesia Católica. Ya fuera in situ en la plaza o a través del canal de
televisión del Vaticano. Normalmente suele hacer referencia a una o dos
situaciones internacionales. En la primera siguió el guión previsto, elogiando
la "solicitud del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para un alto
el fuego global e inmediato" de los conflictos armados en el mundo
mientras dure la pandemia. Pero no hubo más. El párrafo sobre Hong Kong nunca
fue recitado. Nadie en la Santa Sede dio una explicación a los periodistas que
preguntaron al respecto.
¿Se habría sometido el Papa a la censura de China? ¿No
quiso enfadar al gigante asiático? ¿Se omitió en último momento esa parte del
discurso para proteger a las iglesias de Hong Kong? Se han vertido opiniones en
todos los sentidos. Pero pongamos algo de contexto a las relaciones entre Pekín
y el Vaticano.
En el país asiático, para abrazar la fe católica con
libertad, hay que rendir pleitesía al Partido Comunista y no al Papa. La
Oficina de Asuntos Religiosos de China estableció esta directriz en 1957 para
controlar las actividades de los católicos. Para ello apareció la Asociación
Patriótica Católica China, a la que se debían de inscribir para continuar con
su culto.
Un año después, un franciscano chino de la ciudad de
Wuhan, Dong Guangqing, fue el primer obispo nombrado por el Partido Comunista.
Algo que no hizo ninguna gracia al entonces Papa Pío XII, que escribió una dura
carta contra estos nombramientos: "Esta Asociación Patriótica pretende que
los católicos se adhieran progresivamente a las falsedades del materialismo
ateo, con las cuales se niega a Dios y se rechazan todos los principios
sobrenaturales".
En China hay 138 diócesis dirigidas por 79 obispos
oficiales. Aunque no hay cifras de cuántos cristianos viven en China. Algunos
expertos señalan que hay 12 millones. Otros, que la cifra se acerca a los 70
millones de creyentes, la mitad de los cuales practicarían el culto en iglesias
fieles al Partido Comunista. La otra mitad vivirían en la clandestinidad
acudiendo a las ceremonias en templos no oficiales. Normalmente, las iglesias que
se niegan a unirse a la Asociación Patriótica Católica, son reconvertidas en
centros de propaganda, y los fieles son amenazados.
Todo parecía que iba a cambiar cuando, hace un par de
años, China y el Vaticano firmaron un histórico acuerdo para que la Santa Sede
reconociera a siete obispos de Pekín nombrados por el régimen comunista. Pero
esto empujó a las autoridades chinas a perseguir con más fuerza aquellas
iglesias que no rendían pleitesía al gobierno ateo del presidente Xi Jinping.
Como dice Renee Xia, directora de la organización China Human Rights Defenders:
"Su objetivo es perseguir el corazón de la resistencia cristiana
clandestina".
Volviendo a la actualidad, muchos creen que las palabras
omitidas del Papa sobre Hong Kong se deben a una estrategia porque el Vaticano
está volviendo a negociar con Pekín el acuerdo de 2018 sobre el nombramiento de
obispos chinos. También se podría interpretar como una autocensura para no
perjudicar a la Diócesis de una ciudad que cuenta con más de 400.000 católicos
(entre hongkoneses y migrantes filipinos), más de 300 sacerdotes y más de 50
parroquias.
Es importante apuntar que en las cuatro categorías de
delitos -penados hasta con cadena perpetua- de la nueva Ley de Seguridad
Nacional está la colusión con un país extranjero o elementos externos para
poner en peligro la seguridad nacional. Por lo que unas palabras consideradas
críticas por Pekín del Papa podrían ser interpretadas como una intromisión a
sus asuntos internos y podría causar problemas a la iglesia de Hong Kong.
Sobre la nueva legislación, el administrador de la
Diócesis de Hong Kong, el Cardenal John Tong Hon, también se ha pronunciado
esta semana: "Creo que la Ley Nacional de Seguridad no tendrá efecto sobre
la libertad religiosa ya que el artículo 32 de la ley básica garantiza que
tengamos libertad religiosa y que podemos predicar abiertamente y tener
ceremonias de culto así como participar en actividades religiosas",
escribió el Cardenal en el diario de la Diócesis. Tong Hon además indicó que la
relación de su Diócesis con el Vaticano no debe considerarse "colusión con
fuerzas extranjeras".
En cambio, su predecesor, el Cardenal Joseph Zen Ze-kiun,
sí que ha expresado sus temores ante la ley porque considera que las nuevas
normas pueden ser usadas para subvertir la libertad religiosa que los
ciudadanos de Hong Kong tienen actualmente.