Xi Jinping mantiene su postura ambigua, aunque respalda la propaganda del Kremlin.Hace tiempo que la guerra en Ucrania pasó a ser un tema intrascendente dentro de China. No fluye en las conversaciones a pie de calle. En Weibo, el hermano chino de Twitter, los hashtags que hacen referencia a la situación en Europa del Este apenas tienen impacto.
Los telediarios de los muchos canales que tiene la
emisora estatal CCTV, pasan de puntillas con algunas imágenes de tropas,
normalmente rusas, o dedicando unos segundos a recoger lo último que ha dicho
Putin, Biden o los líderes europeos. En las webs de los periódicos ha
desaparecido el conflicto. Parece que no hay tiempo para distraerse con
batallas lejanas. Porque al vecino chino lo que le preocupa en este momento es
la batalla interna, la de la pandemia.
Virus, virus y más virus. Que si Shanghai sigue
confinada; que si Pekín va por el mismo camino; que si no se renuevan más
pasaportes para que la gente no salga del país, no vaya a ser que regrese con
una nueva variante del Covid en la maleta. Eso es lo que ocupa la parrilla
informativa. Todo lo demás, no existe o es un asunto muy secundario.
En el tercer mes de guerra en Ucrania, desde China no han
enviado armas a Rusia ni han brindado a Putin ningún tipo de apoyo militar como
pregonaban al principio desde Washington. Pekín tampoco se ha convertido, por
ahora, en el salvavidas económico de Moscú. Otro pronóstico erróneo de todos
esos analistas que insistían desde los think tank estadounidenses en que China
ya había puesto el paraguas a su vecino del norte para protegerlo de las
sanciones occidentales.
En el tercer mes de guerra en Ucrania, desde China siguen
sin condenar la invasión rusa a la vez que defienden la soberanía ucraniana. Su
ambigua postura se mantiene con la misma tozudez con la que no tuercen su
extrema política de Covid cero. Esa posición, que Pekín define como neutral, es
de cara a la galería exterior. Porque para dentro de sus fronteras la línea que
se sigue desde el principio es la que marca el Kremlin.
En el tercer mes de guerra en Ucrania, desde China no ha
habido ningún interés en desempeñar un papel activo para mediar con vista a un
alto al fuego. Durante marzo y abril, tanto el presidente Xi Jinping como el
ministro chino de Exteriores, Wang Yi, apostaron por rondas diplomáticas en las
que mantenían un discurso moderado, incidiendo en ese papel de mediador de
China que, sin embargo, nunca han acabado ejecutando.
Por más presiones de Occidente para que use su influencia
con su aliado Putin, Pekín ha hecho poco más que pedir la paz. Xi ha hablado
con casi todos los actores importantes en la guerra: Putin, Biden, Macron,
Scholz, Ursula von der Leyen... Pero se resiste a llamar al presidente de
Ucrania, Volodimir Zelenski.
El pasado fin de semana, al finalizar la reunión de los
líderes del G7 en Alemania, el grupo presionó a China para que ejerciera
presión sobre su socio estratégico Putin con el fin de detener la guerra. No
hubo respuesta oficial de Pekín pese a que el presidente francés, Emmanuel
Macron, charló por teléfono con Xi Jinping y afirmó que ambos "compartían
el objetivo de un alto al fuego". Pero el Gobierno chino omitió esa parte
en su lectura de la conversación entre ambos dirigentes, mientras que sí
destacó la crítica a Occidente por enviar armas a Ucrania.
De la reunión de Alemania también salió un duro
comunicado firmado por los ministros de Relaciones Exteriores del G7:
"Hacemos un llamado a China para que no ayude a Rusia en su guerra de
agresión contra Ucrania, no socave las sanciones impuestas, no justifique la
acción rusa y desista de participar en manipulación de la información,
desinformación y otros medios para legitimar la guerra de agresión de
Rusia".
La realidad es que por ahora no hay señales de que Pekín
vaya a cambiar una posición que compatibiliza el enviar ayuda humanitaria a
Ucrania mientras brinda un respaldo tácito a la propaganda del Kremlin. Un
ejemplo: el Diario del Pueblo, el periódico oficial del gobernante Partido
Comunista Chino (PCCh), publicaba el jueves que había "evidencia obtenida
por Rusia sobre la existencia de laboratorios biológicos estadounidenses en
Ucrania que desarrollan armas biológicas". Ese era el titular, porque en
el cuerpo del artículo no se mostraba ninguna "evidencia".
En las pocas coberturas sobre la guerra que hacen los
medios controlados por el PCCh, se calca la narrativa rusa de que la culpa del
conflicto es de Estados Unidos y de la OTAN, que no deja de expandirse por
Europa del Este, poniendo como último ejemplo estos días que la posible
adhesión de Suecia y Finlandia se debe a que "EEUU está tratando de
arrastrar a toda Europa a la crisis de Ucrania, que explota para servir a sus
propios intereses" (editorial del miércoles del diario chino Global
Times).
Los líderes chinos elogian a menudo la
"resiliencia" de las relaciones bilaterales con Moscú y siguen
apostando por la "coordinación estratégica sin límites" que Xi
Jinping acordó con Putin en la apertura de los Juegos Olímpicos de Invierno de
Pekín, antes de que comenzara la invasión de Ucrania. Pero los funcionarios
estadounidenses dijeron en mayo a Reuters que estaban aliviados de que, después
de advertir durante dos meses que Pekín parecía dispuesto a ayudar a Rusia, el
"apoyo militar y económico que les preocupaba no se ha
materializado".
Reuters también informó de que el país asiático ha
evitado celebrar nuevos contratos entre sus refinerías de petróleo estatales y
Rusia, a pesar de los grandes descuentos. Aunque en abril, las importaciones
mensuales de China de productos rusos, incluida la energía, alcanzaron un
récord de 8.890 millones de dólares, un 56,6 % más que el año anterior y un
13,3 % más que en marzo, en base a los datos de las aduanas chinas.
La segunda potencia mundial sigue manteniendo fuertes
vínculos, sobre todo comerciales, con Rusia. En una entrevista con la agencia
de noticias estatal rusa Tass, el viceministro de Relaciones Exteriores, Zhang
Hanhui, dijo que había dificultades en el comercio bilateral debido a las
sanciones, pero que las dos partes mejorarán los acuerdos en sus monedas
nacionales para garantizar un comercio estable, lo que algunos analistas
interpretan como una posible vía para ayudar a Moscú a sortear las sanciones a
través de un acuerdo de sistema de pagos financieros en yuanes y rublos.