Se observa una continua y sistemática tendencia por parte del gobierno de México a provocar diferendos, asperezas e innecesarios desencuentros, dice Leonardo Kourchenko.
La compleja, multifacética y ciertamente desigual
relación entre Estados Unidos y México ha enfrentado, en meses recientes,
pruebas exigentes.
Se observa una continua y sistemática tendencia por parte
del gobierno de México a provocar diferendos, asperezas e innecesarios
desencuentros.
Si revisamos los últimos seis meses encontramos una serie
de eventos, todos aparentemente secundarios y menores, que parecerían resultado
de esta intensa y compenetrada vecindad. Pero que, analizados en conjunto,
parecen resultado de una estrategia.
Temas migratorios siempre abruptos y nunca resueltos;
crecientes asuntos relacionados con seguridad nacional, fronteriza y de combate
al crimen organizado que pasaron de cercano entendimiento e incluso intercambio
de información clasificada, al desdén, el desinterés y el franco desprecio por
parte de esta administración; el enorme y diverso capítulo del libre comercio, que
había fluido –también hasta ahora– con enorme acuerdo, abundancia, facilidad en
aumento e incluso participación múltiple.
Todo esto parece hoy más sombrío que nunca.
Nuestro gobierno presentó recursos de apelación en el
marco del T-MEC (paneles de controversia y resolución de conflictos) acerca del
anunciado subsidio de la administración Biden a los autos eléctricos y no
contaminantes.
La insistencia en torno a la fallida reforma eléctrica
provocó amplias controversias con inversionistas y empresas estadounidenses, a
quienes se les empezaron a cancelar derechos y prerrogativas de la ley vigente,
como generar energía limpia con acceso a la red o, en algunos casos, operar
plantas eólicas y fotovoltaicas. Múltiples cartas de representantes
legislativos, cámaras industriales y empresarios llegaron a las autoridades
comerciales de Estados Unidos en solicitud de defensa de sus intereses en el
marco de los tratados comerciales.
El gobierno de México decidió, obnubilado por una
nostalgia añeja, no expresar ni aplicar sanciones o condenas a la brutal
invasión rusa a Ucrania. Por el contrario, en completo desatino histórico, se
permitió que un conjunto de trasnochados legisladores integrara un grupo de
apoyo a Rusia. A contrapelo de los tiempos, de la historia, los derechos
humanos y la defensa –tan mentada por AMLO– de la soberanía de cada nación.
Para completar el ridículo internacional, ahora nuestro
Presidente eligió convertirse en defensor de Cuba, Nicaragua y Venezuela, de su
asistencia a la Cumbre de las Américas, cuyo anfitrión es el gobierno de Biden
y el tema central es la democracia.
No se va a hablar de comercio o de acuerdos hemisféricos
para defender la paz regional, se va a hablar del libre derecho de los
ciudadanos a elegir a sus gobiernos, práctica que ninguno de estos tres países
implementa desde hace décadas.
AMLO ha decidido sistemáticamente enviar mensajes de
desencuentro a Washington, de distancia y ninguna sintonía. Más aún, de crear
problemas y asperezas.
Dejamos de ser el socio comercial número uno de Estados
Unidos el mes pasado, por la mayor actividad comercial que Canadá sostiene hoy
con nuestros vecinos.
Raspones con la DEA, poca comunicación en materia de
seguridad, cero combate a los cárteles, florecimiento de la llegada de
precursores para drogas a Estados Unidos, sin la mínima intervención mexicana
para impedirlo.
¿Cuál es el propósito? ¿Qué finalidad persigue el
gobierno de López Obrador en provocar a Washington?
La intención pareciera enfocarse a detonar una acción,
enérgica, vertical de la Casa Blanca –como las amenazas de Trump por aplicar
aranceles o suspender el TLCAN en su momento, o imagine usted imponer impuestos
a las remesas– para incendiar una reacción nacionalista y patriotera con
nutrido rédito electoral en México.
AMLO busca radicalizarse, desplazarse hacia una izquierda
más contestataria y de confrontación, para alimentar a sus huestes, incendiar a
sus seguidores y simpatizantes.
¿Cómo entender la presencia de militares y marinos
mexicanos en la reciente gira a Cuba?
¿Qué tendrían que hacer generales mexicanos en una visita
política, sensible en el marco internacional y especialmente delicada para
Estados Unidos?
¿Los llevó a preparación?, ¿a entrenamiento?, ¿a conocer
técnicas y tácticas de control y participación de Estado?
Para aquellos románticos del pasado, quienes sueñan con
que un manotazo de Washington impedirá que México encuentre más coincidencias
en estilos y formatos de gobierno como el venezolano y el cubano, les anticipo,
eso no sucederá.
No sólo porque el gobierno de Estados Unidos tiene muchos
problemas de división y confrontación interna, además de que la atención
externa prioritaria está en Rusia, en China y en Corea del Norte, sino porque,
esencialmente, se acabaron los tiempos de las intervenciones al estilo de la
Guerra Fría, la lucha y el combate contra los movimientos revolucionarios y las
emergentes fuerzas de izquierda.
Andrés Manuel parece provocar continuamente a Estados
Unidos sin justificación ni necesidad alguna, con resultados aún por
manifestarse, pero algunos ya a la vista, como el distanciamiento, la
desconfianza y, sin duda, la creciente preocupación de Washington por nuestra
errática política regional, de seguridad interna y de nulo impulso a la
inversión y el comercio internacional.
Si a eso agregamos la persecución y muerte de
periodistas, la degradación del Estado de derecho y la continua amenaza a las
instituciones autónomas del Estado, ofrecen en conjunto una imagen grave del
deterioro de la democracia en México.