En la historia diplomática contemporánea de América Latina, las relaciones entre Bolivia y Brasil fueron distantes pero amigables hasta 1996, cuando se firma del Acuerdo de Integración Económica, que incluía el contrato de compra – venta de gas natural. Inclusive se podría afirmar que existía una mutua indiferencia entre ambos países aunque por razones diferentes. Del lado boliviano, había desconfianza y falta de intereses económicos concretos. En Brasil, hasta los años noventa había prevalecido una estrategia diplomática que le daba la espalda a Sudamérica.

Bajo la administración del presidente Fernando Henrique Cardoso, la política exterior brasileña registra una inflexión y busca una mayor aproximación política y comercial con América Latina. En este marco se firma el Acuerdo de Integración, entre los presidentes Cardoso de Brasil y Hugo Banzer de Bolivia. A partir de este momento, las relaciones bilaterales se tornan más amplias y densas. La agenda de intereses y problemas comunes se diversifica de manera significativa. Con la llegada al poder del presidente Evo Morales, y a partir de la nacionalización del sector de hidrocarburos, se produjo una inflexión importante en el proceso de integración energética entre Bolivia y Brasil. Dada la importante presencia de Petrobras en el sector energético boliviano, la nacionalización afectó, en términos financieros y simbólicos, a los intereses brasileños. A partir de esta medida, las relaciones entre Bolivia y Brasil además de ser más densas, adquieren un carácter tenso.

La nacionalización del gas natural en Bolivia mostró que la política exterior brasileña se movía a través de tres instancias: el Itamaratí que seguía una línea más dura y de corte institucional. Las acciones de Petrobras que decían defender intereses empresariales y comerciales concretos, y una diplomacia presidencial directa, basada en una sintonía ideológica, que se traducía en acciones de Marco Aurelio García, principal asesor de relaciones internacionales del presidente Lula. Hasta ahora, prevalecieron las ideas defendidas por la diplomacia presidencial directa.

La política externa tricéfala creó confusión, tanto en la opinión pública boliviana como brasileña. Críticos de la diplomacia del presidente Lula señalaron que su accionar internacional carecía de objetivos concretos que defiendan el interés nacional. En defensa, la posición oficial del Gobierno brasileño era que comprendía el proceso de nacionalización boliviano, dada la afinidad ideológica que existía entre ambos países y que se debía apostar a una relación de largo plazo.

Del lado boliviano, en diversas oportunidades, también se apeló a la identidad ideológica para pedir apoyo al Gobierno brasileño en la medida de la nacionalización. En muchas ocasiones, el presidente Evo Morales afirmó que el líder brasileño era una especie de hermano mayor del cual debería aprender mucho. Sin embargo, grupos más radicales en el país reavivaron el síndrome de desconfianza con relación al Brasil como potencia regional. En este contexto resurgieron, en el debate boliviano, conceptos de los años setenta como sub-imperialismo o geopolítica de las fronteras vivas.

Asimismo, el episodio de la nacionalización en Bolivia ha reavivado viejos dilemas de política exterior en Brasil. Buscar una mayor aproximación e integración en América Latina comprometiéndose más con el desarrollo de la región en el largo plazo, o volver a una postura de cierto distanciamiento con el vecindario y priorizar una integración más selectiva con los países desarrollados y las economías emergentes del sudeste asiático.

En un periodo de menos de 10 años, las relaciones bilaterales entre Bolivia y Brasil pasaron por cambios significativos. De lo que parecía un prometedor proceso de integración energética que se ampliaría a otras áreas diplomáticas y comerciales, se pasó a un distanciamiento político alimentado por la supremacía de intereses nacionales en ambos países. En el caso boliviano, la política interna y externa comenzó a girar en torno a la recuperación, para el Estado boliviano, del control de los recursos naturales, en especial, el gas natural. A su vez, Brasil reforzó su política de autoabastecimiento y seguridad energética, diversificando las fuentes de provisión de gas natural y otros combustibles. En estas circunstancias, las relaciones bilaterales se tornaron más densas pero al mismo tiempo se volvieron más tensas. A futuro, puede darse tanto un mayor enfriamiento en las relaciones, como una superación de las dificultades de la coyuntura sobre la base de un relanzamiento de la integración económica y energética. El camino a seguir debía ser el segundo, pero esto depende de que nuestra política externa económica adquiera rasgos más pragmáticos y menos ideológicos.

*Gonzalo Chávez
es economista y su blog es http://chavezbol.blogspot.com/