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04/02/2013 | La camisa roja de Lula

Alejandro Armengol

Lula sostuvo encuentros con Fidel y Raúl Castro.

 

Ver solo un gesto de apoyo, una visita a un viejo amigo enfermo o un simple acto de homenaje en el viaje del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva a Cuba, es atender apenas al aspecto simbólico que encierra el hecho. Sin embargo, algo mucho más práctico y efectivo define en última instancia el desplazamiento del político brasileño a la isla: cualquier movimiento entre Caracas y La Habana resulta de primordial importancia para Brasil.


Lula “aprovechó” la ocasión de una conferencia que brindó en Cuba para sostener encuentros con Fidel y Raúl Castro. También se reunió con Rosa Virginia, una de las hijas de Hugo Chávez, con el canciller venezolano Elías Jaua, así como con parte del equipo médico encargado de la atención al mandatario bolivariano.


Vestido con una camisa roja similar a las que suele usar el presidente venezolano, Lula intervino en el Palacio de Convenciones de la capital cubana ante los asistentes a la III Conferencia Internacional “Por el equilibrio del mundo”, dedicada a José Martí y que se clausuró el pasado miércoles.

Tras la visita a Cuba, Lula se dirigió a Santo Domingo, donde pronunció una conferencia en la sede de una organización empresarial.


Esta dualidad, entre una militancia de izquierda que no se detiene a la hora de ponerse una camisa roja y tampoco se para cuando se requiere el traje ejecutivo, ha caracterizado no solo al mandato de Lula sino también al de su sucesora, Dilma Rousseff.

En la actualidad, el gobierno de Brasil es catalogado por Washington dentro de una izquierda moderada, con la que se puede dialogar, e indudablemente ha logrado avances en la reducción de la pobreza y el equilibrio social, al tiempo que mantenido un sostenido crecimiento económico. Sin embargo, en lo que respecta a los regímenes de Cuba y Venezuela, siempre ha mantenido una dualidad que busca reafirmar la hegemonía brasileña en la región, pero beneficia poco a quienes intentan un cambio democrático en ambos países. Digamos que ha actuado en ambas direcciones: apoyar a Chávez y al mismo tiempo servir de muro de contención a sus aspiraciones de convertirse en líder supremo latinoamericano. En cuanto a la oposición pacífica, tanto en lo que se refiere a la disidencia en Cuba como a la campaña electoral de Henrique Capriles en Venezuela, Brasil siempre se ha aliado con la otra parte, salvo dos o tres palabras de ocasión y unas supuestas gestiones, que de tan calladas y lentas son difíciles de apreciar. Pese a su poder económico, nuca ha logrado convertirse en un mediador efectivo entre Washington y La Habana, como más de una vez ha intentado, ni ha buscado tampoco ser un frente visible, de alternativa de justicia social, ante el extremismo chavista. Así, en el terreno internacional, y dentro de la corriente izquierdista que impera en algunos países de Latinoamérica, a la hora de las declaraciones el objetivo siempre ha sido presentar un frente unido, y dar a entender que las diferencias entre Venezuela, Argentina y Brasil son sólo de matices.


Todo esto podría cambiar por completo con la muerte de Chávez. Y el gobierno brasileño se ha encargado de mantenerse bien informado de la situación.

 
Lo primero en este sentido fue enviar a Cuba al asesor especial de asuntos internacionales de la presidencia de Brasil, Marco Aurelio García, quien pasó el 31 de diciembre y el 1 de enero en La Habana para enterarse sobre la salud del mandatario venezolano.

Durante su estancia en Cuba, y según el mismo declaró posteriormente, García sostuvo “largas conversaciones” con el vicepresidente venezolano, Nicolás Maduro, el gobernante Raúl Castro y el propio Fidel Castro.


García fue uno de los que ayudó a establecer el Partido de los Trabajadores brasileños, coordinó la campaña para la elección que llevó al poder a Lula y fue también uno de los organizadores del Foro de Sao Paulo, que agrupó a los grupos y movimientos de izquierda en Latinoamérica y el Caribe. Estamos hablando de un peso pesado de la izquierda política, no solo de Brasil sino de toda Latinoamérica.


Más allá del aspecto puramente de propaganda de izquierda, el viaje de Lula a Cuba no fue más que la continuación de la labor iniciada por García. Brasil teme que surja una situación de inestabilidad política en Venezuela, tras la muerte de Chávez, y ha declarado que, en caso de producirse el fallecimiento, se debe convocar a elecciones en un plazo de 30 días.


De esta forma, el gobierno de Brasil se mantiene como un conveniente aliado, tanto de los Castro como de Chávez, pero no es el amigo incondicional que Lula quiso aparentar de forma simple, al ponerse una camisa roja.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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