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18/01/2010 | Haití - el día después

Ricardo Alemán

Todo lo que se diga se queda corto ante el tamaño de la tragedia que viven los habitantes de Haití, pueblo que marcó pauta de independencia en el continente y que —paradojas de la realidad—, es la nación más pobre entre los pobres del mundo.

 

Era lugar común escuchar que en Haití no había nada —no había Estado, gobierno, instituciones, sociedad, empleo... no había futuro—, pero luego del terremoto que mató a miles de haitianos, que dejó a la intemperie a millones de damnificados —no los dejó en la calle porque no hay ni calles—, y mató a decenas de miles y causó destrozos materiales por millones de dólares, confirma que sí existe un lugar más allá de la nada. Y hoy ese lugar se llama Haití. ¿Qué futuro tiene hoy la isla?

También es común escuchar que nada hay peor que la muerte. Pero quienes han atestiguado lo que viven hoy los haitianos, confirman que contra el imaginario colectivo, sí hay algo peor que la muerte —o acaso algo peor que el infierno—, y ese algo es ser damnificado o sobreviviente del terremoto que acabó con Haití. ¿Qué futuro tienen hoy los haitianos?

No sÓlo caridad

Y viene a cuento el asunto porque desde el momento en que se produjo el terremoto en la isla —y una vez conocida la tragedia y su magnitud—, todo el mundo reaccionó con una solidaridad que conmueve; con muestras de caridad que desataron en muchos una renovada esperanza por la generosidad de la humanidad y por instituciones globales como la ONU. ¡Qué bien que a nadie en el mundo resultó ajeno lo que ocurre en Haití y lo que enfrentan los sobrevivientes haitianos!

Pero la terca realidad nos ha enseñado que esa “solidaridad que hoy conmueve a muchos” y esa “esperanzadora caridad” tiene horario y fecha en el calendario. Es decir, la tragedia que vive Haití y el desamparo en que se encuentran los sobrevivientes del terremoto, reclaman mucho más que la solidaridad de los primeros días, que el apoyo de una despensa hoy y para siempre y que un momentáneo gesto de congoja.

Y si alguien sabe lo importante que es la solidaridad, el apoyo, la ayuda externa más allá de las primeras semanas de la tragedia —el apoyo durante el día después—, son precisamente los mexicanos que vivieron el terremoto que destruyó regiones completas de la capital del país. El gobierno y el pueblo haitianos se han quedado sin nada, reclaman todo para hoy —alimentos medicamentos, servicios básicos de salubridad y seguridad—, pero lo reclamarán durante semanas, meses, años. ¿Cuánto durará la solidaridad, la caridad, y las muestras de apoyo?

Prueba de fuego

En realidad la humanidad toda, las naciones de todo el mundo, las potencias y los pueblos que por años saquearon las riquezas de Haití, tienen una responsabilidad con la isla caribeña y sus habitantes en un momento de tragedia como la que hoy viven. Pero además, instituciones globales como la ONU, la OEA, la FAO —y otras—, están ante una verdadera prueba de fuego. Hoy más que nunca —sin demérito de lo que han hecho en el pasado—, esas instituciones deben mostrar que sirven de algo.

Y es que si en Haití sólo hay mucho más que nada, lo primero es responder las preguntas básicas. ¿Quién organizará el nuevo Estado haitiano, el gobierno, las instituciones de un Estado funcional? ¿Cómo será ese Estado? ¿Quién será capaz de conciliar las diferencias históricas, las guerras intestinas y la cultura de violencia? ¿Quién se atreverá a invertir en Haití, en promover empleos, en capacitar empleados? ¿Quién aportará recursos para la reconstrucción de infraestructura básica, de vivienda, hospitales, escuelas, bibliotecas? ¿De dónde saldrá el dinero para esa reconstrucción?

Acudir en ayuda de Haití va mucho más allá de enviar despensas un día y para siempre, de promover colectas en una semana y para siempre, de destinar 10, 20 o más millones de dólares para la reconstrucción momentánea o mediática. Las naciones líderes del mundo, los países ricos, las democracias consolidadas están ante la obligación de promover un plan de reconstrucción material, institucional y social que rescate de la nada a Haití y los haitianos.

De lo contrario —si el día después vemos que Haití y los haitianos son abandonados a su suerte por pueblos y gobiernos—, sólo estaremos viendo un grosero espectáculo mediático de solidaridad y caridad, propio de quienes pretenden lavar sus conciencias con migajas. Y en esa historia los mexicanos y su Estado tienen mucho que aportar. Al tiempo.

El Universal (Mexico)

 


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