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03/06/2010 | Barbarismo, tolerancia y disenso en EE.UU.

Jose Luis Valdés Ugalde

El caso del brutal asesinato del mexicano Anastasio Hernández Rojas, quien murió descerebrado debido a las torturas de los agentes fronterizos, nos revela groseramente la crudeza de la realidad antiinmigrante estadunidense. De entre los grandes mitos que diseminó el notable politólogo Samuel Huntington en su libro, Who are we?, el de la asimilación de los connacionales fue uno de los mayores y debido al cual se persigue a los migrantes de segunda categoría, como Hernández Rojas, con tanta saña; saña que recuerda la que sólo le dedicaron a los afroestadunidenses en los tiempos de la esclavitud y la secesión y que de cuando en cuando se repite en la vida cotidiana de ese país.

 

El estadunidense Huntington sostenía que, a diferencia de los inmigrantes italianos o irlandeses, los mexicanos se asimilaban mal y tarde, no hablaban la lengua y no asumían como propios los valores de su nación adoptiva. Huntington se equivocó y fue impreciso en el manejo de sus cifras. Según algunos estudios de organizaciones serias de esa nación, como el Pew Hispanic Center y otras, se ha señalado que es notable una disminución de hispanos no asimilados, de 40% a 26%, en los últimos 12 años. Lo cual quiere decir que los llamados “hispanos” son más asimilables a la sociedad estadunidense que en los ochenta y principios de los noventa. Además, estos mismos estudios nos informan que alrededor de 63% son bilingües o biculturales. Los méxico-estadunidenses y los hispanos, se encuentran, pues, muy a gusto hablando las dos lenguas. Análisis como los de Huntington, que hoy cobran una enorme vigencia política en virtud del ríspido debate migratorio que ha provocado la Ley SB 1070, ocultan un hecho histórico: los inmigrantes se asimilan a lo mucho en el curso de dos generaciones. Esto les ocurrió a todas las poblaciones migrantes ya mencionadas y a otras provenientes de Europa, y les sucede ya a las mexicanas y a las latinas en general. Son estadunidenses y “pertenecen”, muy a pesar de la resistencia a aceptarlo por parte de los supremacistas y los ultraconservadores nativistas estadunidenses, quienes no acaban de aceptar que el antiguo mundo blanco de Occidente se acabó y se volvió mestizo y pluriétnico para siempre. ¿Por qué esta terca resistencia a aceptar esa realidad?

Resulta que las expresiones de intolerancia reflejan un hecho histórico que proviene de cómo la religión colonial en EEUU entiende la identidad y el disenso. Para muchos estadunidenses, la única forma de lidiar con gente cuyas visiones difieren de las propias, en este caso los mexicanos o los demás latinos, es aislándose de ellas o, si pudieran, aniquilándolas. Otros tantos de ellos reflejan esta visión protestante, ortodoxa e irreductible que el profesor Huntington les heredó. Y esto ocurre especialmente entre aquellos que se identifican como los más religiosos. Este discurso, que tiene ciertamente consecuencias en hechos de la realidad como el de Hernández Rojas, demuestra que los estadunidenses no son particularmente tolerantes en su vida comunitaria ni con el comportamiento que se desvía de normas relativamente estrictas, aun cuando esas mismas personas tienden a profesar su adhesión a un principio abstracto de “libertad para todos”, que el propio Huntington defendió siempre. Ocurre así, que muchos estadunidenses aceptan un concepto relativamente autoritario de comunidad, el cual conlleva prácticas de adoctrinamiento y otras de carácter antidemocrático que tienden a romper con el equilibrio social e incluso a polarizar el clima de la política local y nacional y a confrontarse de pasada con los principios de la modernidad hoy aceptables para europeos y americanos. Las visiones aldeanas se imponen a las del cosmopolitismo universal que prevalece en las relaciones sociales y arreglos políticos de países pares de EEUU. En esa nación ya se reconocen los riesgos de decadencia ante las regresiones históricas. El bárbaro maltrato a los aliens ya no se puede justificar y, menos, atribuir a que la “pérdida” de soberanía o la de una particular noción de integridad o identidad cultural es responsabilidad de los invasores. Se trata de un análisis equivocado, contradictorio teóricamente y regresivo y peligroso políticamente.

*Profesor investigador visitante, División de Estudios Internacionales del CIDE

joseluis.valdes@cide.edu

Excelsior (Mexico)

 


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