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01/12/2007 | Pensando Iberoamérica: Las peras y el olmo

Héctor Aguilar Camín

El espectáculo reincidente de la corrupción gubernamental y el oportunismo político han hecho mella profunda en la credibilidad de políticos y partidos, correas de transmisión insustituibles de la democracia latinoamericana.

 

Hechas todas las cuentas, puede decirse que la democracia no ha traído a la orilla americana lo que llevó a la orilla ibérica: seguridad, legalidad, gobernabilidad, eficacia y prestigio de los instrumentos públicos.

Se habla entonces del fracaso o el desencanto de las democracias en la orilla americana. Por una parte, se dice, nuestras democracias gobiernan mal; por la otra, no han han traído los frutos económicos y sociales deseados, que podrían legitimarlas y fortalecerlas.

Ambos veredictos juzgan la democracia por cosas que la democracia no puede producir por sí misma. Piden peras al olmo.

La democracia no produce por sí sola buenos gobiernos. Produce gobiernos elegidos libremente, por tiempo definido, y la posibilidad de quitarlos sin necesidad de una rebelión. Produce, sobre todo, libertades públicas: derechos y garantías ciudadanas, espacios para las minorías, igualdad ante la ley.

La democracia por sí misma no produce tampoco desarrollo económico o igualdad de oportunidades. El desarrollo económico es fruto de la inversión y la productividad. La igualdad de oportunidades es hija de la educación.

Los gobiernos son fundamentales para crear condiciones propicias a la inversión, la productividad y la educación. Pero no necesitan ser democráticos para eso. El fenómeno que deslumbra al mundo, China, es posible en gran medida porque China es una dictadura.

La democracia, en realidad, dificulta las decisiones de los gobiernos. Somete todo a una intensa negociación cuyo resultado suele ser el empate o el triunfo por unos cuantos votos luego de largas batallas.

No hay que juzgar a la democracia por lo que no puede dar sino por lo que da, dice Felipe González. Entre ellas, la fundamental de cambiar pacíficamente a los gobiernos que no funcionan: “El mecanismo democrático es el único que nos puede permitir sacar del poder a los que no lo hacen bien y elegir a los que puedan intentar hacerlo bien”.*

De modo que las democracias latinoamericanas distan de ser sólidas y perfectas, pero cumplen a la perfección con el dicho churchilliano: como régimen político, es lo menos malo que hemos inventado.

*En Voces de Iberoamérica. Tauros, 2007

Milenio (Mexico)

 


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