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26/05/2005 | Tres maneras de no entender la UE

Joaquín Roy

No se sabe bien cuál es la mejor manera de oponerse al desarrollo de la Unión Europea, pero aparentemente la estrategia se reduce a tres tácticas básicas. Aparte, naturalmente, de los sectores euroescépticos que están haciendo una labor de zapa muy efectiva que lamentablemente puede terminar con el derribo del sueño de la integración europea, los opositores en el exterior se dividen en tres formidables sectores, que conviene desenmascarar.

 

El primero es el que, con mala intención, intenta esparcir la noción de que la UE tiene la intención de convertirse en un 'superestado'. Según esa visión, no solamente se propondría enfrentarse a Estados Unidos política y estratégicamente, sino que se cebaría en los bolsillos de los norteamericanos. La misión de esa nueva UE sería conquistar económicamente el mundo.

El segundo es el que confunde ciertos experimentos de colaboración intraeuropea, basados en la simple y llana relación económica, con la realidad que luego fue la verdadera UE. En otras palabras, que se ningunean las cinco etapas de la integración regional y se reducen a la primera. Desaparecen la unión aduanera, el mercado común (libre circulación de todos los factores económicos) y la unión económica (incluida una moneda común), necesarias escalas para la unión política.

Finalmente, el tercer método es el que, curiosamente, considera ahora como urgentemente necesario el puro y simple libre comercio de algunos países latinoamericanos. La novedad es que no se propone entre ellos, sino con Estados Unidos, como la vacuna necesaria para evitar un futuro oscuro. Vayamos por partes.

La primera táctica comenzó a hacerse evidente cuando la antigua Comunidad Europea se convirtió en la Unión Europea por el Tratado de Maastricht de 1992 y anunció su intención de adoptar una moneda común y, con el tiempo, también una política exterior y de seguridad común. Pero en ningún momento esta nueva UE se diseñó para incordiar a Estados Unidos. La Unión se puso en marcha para ser más eficaz a la hora cumplir, en primer lugar, con su misión original (terminar con las guerras europeas). En segundo término, se fundó para dotarse de los medios más eficientes para no sólo proporcionar su nueva defensa, sino también colaborar en la pacificación de zonas conflictivas y ayudar al desarrollo.

Esta transformación se ejecutó mediante un refuerzo de las estructuras institucionales y la insistencia en la supranacionalidad de las mismas, bien dotadas y autónomas de la influencia de los diferentes Estados. Curiosamente, esta supranacionalidad, que debe ser aceptada por todos (y no 'a la carta'), estuvo desde el principio cuestionada por los diseñadores de esquemas que vagamente no iban más allá del débil perfil intergubernamental, donde cada Estado puede ejercer el veto y no está sujeto al voto mayoritario.

Ésa fue la idea original de Winston Churchill. Pero si bien él sugirió unos «Estados Unidos de Europa» en su famoso discurso de Zurich en 1946, no vio a su propio Reino Unido como parte. Britannia ya contaba con la Commonwealth y la privilegiada 'relación especial' con los verdaderos Estados Unidos al otro lado del Atlántico.

Schuman y Monnet nunca tuvieron ese modelo en cuenta. Ya desde la cesión del carbón y el acero en manos de una Alta Autoridad (predecesora de la Comisión actual), consideraron la economía como un mero medio para la integración política. Es algo que el Reino Unido, antes y después de Churchill, nunca ha estado dispuesto a digerir.

Mucho más curiosamente, ahora resulta que el libre comercio de los países centroamericanos con Estados Unidos se presenta como una necesidad política para evitar los desastres a los que al parecer están condenados. Como por arte de magia, la excusa por la cual el autoritarismo y el chantaje fueron la norma de numerosos regímenes de América Latina y el Caribe durante la Guerra Fría se ha transformado ahora. Antes, el peligro era caer en la órbita soviética, y de ahí que se hiciera la vista gorda y se exigieran cuantiosos fondos de ayuda (sobre todo militar). Hoy, el peligro de caos se trata de solventar por el libre comercio, no entre los propios países centroamericanos y caribeños, sino con Estados Unidos, mediante la puesta en marcha del CAFTA. O sea, que la mínima integración económica se justifica ahora como un mecanismo para resolver un problema político, y de evitar un daño mayor en el futuro.

Desde una perspectiva europea, por lo tanto, la estupefacción es obvia. Lo que reticentemente se acepta como raíz del experimento europeo (acabar con las guerras) se aduce ahora en Centroamérica y el Caribe para evitar el desastre social y político. Pero desde la misma perspectiva no se entiende cómo se puede insistir en el libre comercio con el gigante del Norte sin tener la propia casa centroamericana y caribeña integrada.

Correo Digital (Argentina)

 



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