En medio de una ola de violencia nacional que parece no terminar, y también entre el miedo a la debacle financiera del bloque europeo, se ha dado poco seguimiento y casi nula importancia mediática a la crisis económica que está experimentando Estados Unidos (EU), la que, en un momento determinado, podría encender seriamente los focos rojos de una crisis financiera capaz de barrer primero a las economías de nuestro continente, luego profundizar las crisis europeas y terminar calando en todo el orbe.

LOS FALSOS DEBATES

La realidad sobre el techo de endeudamiento de la economía estadunidense parece estar entrampada entre la ideología y la política. Los debates y los protagonistas, siguiendo esas lógicas, echan mano de intereses encubiertos a fin de posicionar muy bien su cortina de humo. Así las cosas, no se habla de la crisis económica que ha vuelto a territorio estadunidense, sino de peleas y temas políticos, con la fuerte convicción de que la ignorancia y el olvido, casi instantáneos en el ámbito de la palestra pública de la potencia mundial de América, harán el resto.

Los instrumentos mediáticos y la amnesia popular parecen ser voluntarios. Hay rasgos de ello: los republicanos intentan disfrazar su exigencia al gobierno de reducir la deuda (en términos pragmáticos: reducir su tasa en relación con el PIB) con un asunto de “principios”, tornando el problema en algo ideológico. No obstante, su verdadero “caballo de Troya” (introducido, por cierto, por su ala radical: el Tea Party) es la reducción presupuestal directa del Estado, lo cual seguirá traduciéndose en la inacción real del gobierno de Obama. Realidades, pues, completamente diferentes.

Ejemplos concretos sobran, pero basta con mencionar cómo, en aras de una “sana economía”, los republicanos han estado bloqueando nominaciones y financiamientos específicos, muchos de los cuales beneficiarían a las agencias federales de diversos rubros, en aras de favorecer la desregulación. Para muestra, la decisión del Comité de Apropiaciones de la Cámara Alta de negarse a votar el presupuesto para la Comisión de Seguridad e Intercambio (SEC, por sus siglas en inglés), órgano que cumple las funciones de vigilancia de los mercados bursátiles globales en relación con los locales.

La SEC fue aquella que prendió, precisamente, los grandes focos rojos al investigar, en seis ocasiones, a Bernard Madoff (el ahora mundialmente famoso estafador), sin que pudiera llegar nunca a conclusiones por falta de recursos y de elementos “satisfactorios”. Situación que, a su vez, fue la más propicia para dejar crecer, sin que nadie pudiera vigilar ni intervenir en ella, la burbuja del mercado inmobiliario estadunidense, hasta que ésta reventó y propició una crisis generalizada.

A pesar de que la SEC bien pudo haberse llevado las medallas del reconocimiento a propósito de sus investigaciones, su suerte estaba echada y fue objeto de una profunda reforma. Es decir, la intervinieron, pero no para hacerla mejor o más eficiente, sino para debilitarla y dejarla, aún más, sin dientes. Obama se tardó pero al final tuvo que dotarla de los instrumentos jurídicos que, precisamente, los republicanos habían propuesto. Sin embargo, logró meter, a propósito de la Ley Dodd-Frank de regulación financiera, a gente especializada en fraudes de “cuello blanco” y en acciones ilegales por parte de especuladores profesionales (específicamente, los que se dedican, según ellos, a calcular riesgos de negocios, nacionales e internacionales). A pesar de lo anterior, los republicanos de la Cámara Alta bloquearon la partida de 222.5 millones de dólares extra que se tenían previstos para dicho propósito (contemplados en el presupuesto complementario de 2012). ¿Cuál fue el pretexto perfecto para dicho bloqueo? Que ante el déficit federal, que ya rebasaba los 14 mil billones de dólares de deuda, la única prioridad del gobierno debería ser ahorrar, gastar lo menos posible, y mucho menos en organismos como aquel.

EL MECANISMO

Si bien es cierto que la SEC es un organismo público, también recibe financiamiento del sector privado. El Estado lo provee, en ese sentido, de los mecanismos legales para la obtención de dichos recursos, al hacer obligatorias las contribuciones de los 35 mil actores económicos de los mercados estadunidenses. Hay un marco que regula sus acciones, manteniéndolas, en principio, en un nivel equilibrado. Es decir, el Estado dota a la SEC de mecanismos funcionales que lo mismo podrían regular ciertos mercados clave que deberían estar protegidos, que imponer multas fuertes a aquellos que quieran beneficiarse a título personal, imponiendo, de paso, más impuestos a quienes son más ricos.

Por eso, tal como opina el segundo hombre en importancia de la SEC, Robert Khuzami, al haberle cortado el presupuesto a dicho organismo con el pretexto de “la reducción del gasto público”, lo que se hizo en realidad fue ahondar el déficit público, cosa que, se supone, era lo que se buscaba evitar, pues sin esa regulación estatal las pérdidas económicas por malas inversiones privadas, por lo menos las de los actores mencionados, irán directamente a los libros contables de las finanzas… ¡públicas!

EL DESPRESTIGIO DE LAS FIRMAS CALIFICADORAS

Pero no todo lo negativo está del lado republicano. Los demócratas también han cooperado para que el fantasma de la crisis económica no deje de rondar en suelo estadunidense. Hay todo un debate en curso entre los demócratas de viejo cuño, que relacionan directamente a la burocracia de la Casa Blanca (de corte liberal) con las firmas calificadoras de crisis económicas y bursátiles, refiriéndose a sus pares partidistas que, años atrás, tuvieron en sus manos sondeos bastante representativos en donde la gente pedía que se investigara a firmas como Standard & Poor’s, Fitch y Moody’s, las que ya habían sido demandadas por haber permitido que empresas como Fannie Mae y Freddie Mac, entre muchas otras, se endeudaran groseramente con el dinero de miles de estadunidenses (producto de vidas enteras de gente trabajadora).

Esto es en lo general. En lo particular también se les solicitó que, mientras se desarrollaban las investigaciones, se les degradara su calificación (hacer lo mismo que hacen ellas, pues) para que no pudieran ejercer funciones en tanto durara el “soñado” y exigido litigio. Los demócratas no hicieron nada; por el contrario, al ignorar lo que la gente —defraudada en más de un sentido— les exigió, esas firmas no sólo continuaron con su labor, sino que aumentaron los montos defraudadores hasta llegar a cantidades estratosféricas en títulos que ya estaban más que podridos.

El secretario del Tesoro de EU, Tim Geithner, aseguraba que iban a reducir a toda costa la dependencia gubernamental de estas firmas y compañías. ¿Qué se tiene ahora? El desastre y la pétrea dependencia.

DURMIENDO CON EL ENEMIGO

Así las cosas, y a pesar de que ya ha experimentado, al igual que el resto del mundo, una de las peores crisis económicas y financieras desde 1929 apenas hace tres años, EU no ha logrado (o no ha querido) meter en cintura a esas instituciones y firmas calificadoras. No sólo eso: siguen siendo la referencia por excelencia de la salud financiera de las economías nacionales en el orbe. Ellas reparten las estrellitas y los taches, contradictoriamente, en cuanto al manejo de las deudas de los mercados se refiere. Gozan de gran salud en pleno 2011, pero no sólo eso, sino que también son la voz cantante en cuanto al manejo de déficits postrando o enderezando economías a placer, con todo lo que ello significa, por ejemplo, para las inversiones y los inversionistas (confiados ciegamente en sus dictámenes) que tanto necesitan las economías emergentes.

¿MALA CALIFICACIÓN O ATAQUE?

En los últimos días, Standard & Poor’s dio un sorpresivo salto al calificar de “negativo” aunque “estable” al escenario en el que se está moviendo la economía estadunidense, argumentando que el déficit presupuestal de la mayor potencia económica mundial se está elevando demasiado, en relación con otras naciones con similares condiciones de progreso y distribución de la riqueza.

La agencia manifestó que la economía de EU está corriendo un serio riesgo si la nación no se pone de acuerdo en la estrategia a seguir para enfrentar su crisis casera, tanto a mediano como a largo plazos. La calificación no para ahí, pues Standard & Poor’s también manifestó que existe una alta probabilidad, el 33.3 por ciento, de que reduzca drásticamente su calificación para la deuda estadunidense de largo plazo.

LA GUERRA DEL ENDEUDAMIENTO

Mientras tanto, el Congreso se haya entrampado en una verdadera guerra para ver si el techo de endeudamiento se amplía o no (el Fondo Monetario Internacional ya lo conminó a un sí), sin que se vislumbre compromiso alguno hasta el momento. La fecha límite para llegar a un acuerdo es el dos de agosto si es que EU no quiere caer en la suspensión de pagos.

A pesar de la mala calificación que ya le propinó Standard & Poor’s, la presión oportunista de China y las múltiples advertencias de la administración Obama respecto al apocalipsis que se experimentaría por las facturas gubernamentales impagables, demócratas y republicanos parecen no estar mirando el panorama con la serenidad y el aplomo que se necesitan; personajes clave ya han insistido en no estar haciéndole al estúpido en estos menesteres. La catástrofe por venir de no llegarse a convenios razonables, si bien improbable, es real.

Así las cosas, a falta de análisis financieros serios, el ring político ha sido dispuesto y las agendas han desviado la atención hacia las formas más superficiales de la arena política. ¿Para qué? Sólo ellos saben. Mientras el verdadero problema del endeudamiento y sus complicadas aristas se sigue dejando de lado, gran parte de su población (que ya se está proyectando, en un futuro no muy lejano, directo al envejecimiento) apenas y produce 10 por ciento de lo que consume y realiza más gastos que ninguna otra en el mundo en los rubros militar y de salud, con un resultado muy inferior (por lo menos en este último) a los alcanzados por otras economías en similares circunstancias.

Así, el problema estrella de EU seguirá fuera del debate en la palestra. Pero, eso sí, las crisis europeas —remember Grecia, Italia, España, Portugal— por el momento son, ante los ojos de los mercados, las prioritarias a atender.