Según la periodista Patty Fuentes Gimón, Venezuela es el país de las protestas. ¿Y qué tiene de especial esa opinión? Bueno, proviene de una prestigiosa profesional cuya reputación trasciende las fronteras, debido a reportajes que redacta con sólido fundamento empírico y sin endulzar lo que considera inaceptable.

“El país de las protestas”. Pocas afirmaciones son tan cuantificables y respaldadas por investigaciones de organizaciones altamente calificadas. En un informe elaborado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y el Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (PROVEA) se vierten cifras que hacen temblar. Si en 2007 estallaron 1576 protestas, los números crecieron continuamente hasta el año 2010, cuando sumaron 3315, un récord cuando menos en Venezuela, que ya es decir.

Más inquietante: informes parciales de la misma procedencia pronostican que los conflictos más que se duplicarán este año en relación con 2010. Los primeros dos trimestres presentan rasgos que el periodismo de investigación debería estudiar.

El primero es la amplitud. Las llamativas cifras de conflictividad en los sectores laborales y estudiantiles evidencian la socialización del fenómeno, pero el efecto expansivo es impresionante: la tensión se dimensiona sin pausa en barrios populares urbanos y rurales, sectores agremiados, salud, transportistas, motorizados, magisterio y en las horrendas penitenciarías.

El segundo es la introducción de formas de lucha extremadamente peligrosas como las huelgas de hambre promovidas por bravos luchadores decididos heroicamente a morir, que sin embargo delatan la desesperación de los excluidos y burlados.

Y el tercero la unificación de quienes se quejan por encima de su procedencia política. Jean Paul Sartre hablaba de la fraternidad de las trincheras, para probar que la coincidencia en la acción es más fuerte que las artificiales segregaciones impuestas por el poder. Es lo que está sucediendo aceleradamente en Venezuela y sospecho que los más confiados capitostes del gobierno están reflexionando sobre el peligro de insistir en encender fuegos para tratar de contener lo incontenible.

El testimonio de “chavistas” integrados apasionadamente a la protesta, dice más que mil documentos. Tomaré uno que me parece especialmente representativo. El de Henry Arias, quien con franela roja trabajó enérgicamente para el presidente Chávez. Es director laboral de la empresa estatal de aluminio Alcasa. Derrama su desconsuelo con estas palabras: “Este gobierno desconoce la autonomía sindical y las convenciones colectivas… Aquí está pasando algo y la gente tiene que darse cuenta. Chávez está en automático. Lo están dirigiendo desde Cuba. Quiere llevar a las empresas nacionalizadas a las cenizas para acabar con las convenciones colectivas. Nos corresponde luchar por el futuro de nuestros hijos”.

He reproducido en el epígrafe la alarma de Insulza, secretario general de la OEA. Un hombre impasible, cuidadoso de sus palabras, no dado a condenar sino a apaciguar, acusado varias veces de ser indolente frente a los despropósitos de algunos gobiernos, no podría pronosticar lo que pronostica para Venezuela si la situación no tuviera componentes tan explosivos.

Algunos analistas internacionales que no tienen por qué conocer los detalles sociales antedichos, tienden a deslizarse por la epidermis del problema fijando su atención en cuestiones muy ciertas como el efecto de la enfermedad del presidente sobre la precaria unidad del poder del Estado, pero que serían más bien detonantes similares a la nariz de Cleopatra en la antigüedad o al Sarajevo de la Primera guerra mundial, vale decir: gotas que derraman un vaso repleto y a punto de desbordarse.

En términos políticos ha habido una inversión de debilidades. Era un lugar común cargarle a la disidencia un supuesto carácter “elitista” además de estar irremediablemente dividida. Eso había dejado de ser verdad hace tiempo pero seguía siendo la cómoda explicación del ascendiente del presidente y de sus atropellos contra los derechos humanos. Nada que ver con “el país de las protestas” que es hoy la Venezuela de la abundancia fiscal en agria convivencia con el deterioro general de la calidad de vida.

Mientras la división cunde en el poder, cruzado de pugnas inesperadas que brotan en cualquier lugar como costuras que se deshacen, la unidad opositora camina, corre más bien, en progreso diríase escalonado: Mesa de la Unidad, primarias para elegir candidato en consulta con los electores, tarjeta unitaria y comando de campaña conjunto. Se comprende que en la tormenta político-social el punto estable, el puerto de llegada, la fuerza capaz de encargarse del gobierno sin incurrir en retaliaciones, exclusiones y amenazas, sea la unidad opositora.

Sus integrantes, ciertamente no han sido creados en los laboratorios de la NASA, pero están dando un ejemplo extraordinario de… ¿cómo decirlo? ¿Sabiduría política? Sí, eso, sabiduría política.