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21/08/2011 | La democracia

Américo Martín

En la década de los años 1950 y todavía principios de los 1960 los antagonismos radicales solían zanjarse con golpes militares. Los uniformados, con sus chafarotes a rastras, eran los árbitros. Su presencia abrumadora prometía cuando menos un siglo sin consultas electorales.

 

En su libro Tres Revoluciones, Perón postulaba sin rubor las tres fases de un golpe: en la primera, la ultrasecreta conspiración de uniformados sin presencia de civiles; en la segunda, el metrallazo mismo, también sin la fastidiosa participación de civiles, y en la tercera, esa sí, entrarían las masas del pueblo a legitimar el zarpazo. “Legitimar”, decía el hombre.

Pero la situación cambió. Se fortaleció un sistema jurídico internacional y aparecieron no sé cuántas ONG consagradas a la defensa de los derechos humanos, entre ellos el sufragio. La diferencia entre la lucha democrática en Latinoamérica y la que se escenifica en África y el Cercano Oriente reside en que allá el embate va contra dictadores uniformados colmados de chapas y medallas, y aquí los autócratas usan vestidura constitucional.

La gente intuye esa sutileza y por eso los eventos electorales son tan importantes. En lo que falta de 2011 se celebrarán comicios en Guatemala, Argentina y Nicaragua. Para el 2012 quedan dos citas trascendentales, la de México, escenario de la gran tornavolta del PRI y la de Venezuela, donde las cosas no lucen bien para el presidente Chávez.

En Argentina ganará Cristina Fernández probablemente en primera vuelta. Aun con una inflación, digamos, alta, el PIB de ese país, según la CEPAL, crecerá 8.3% en 2011, sólo superado por la impactante Panamá. Cristina cuenta con la cansina división de sus opositores. Cristina vencerá deslastrada de padrinos. Personalista y algo cursilona, es sin embargo inteligente y hábil. Odia a los medios, especialmente a ese aguijón que es Clarín.

Guatemala girará hacia la centro-derecha. El socialdemócrata Álvaro Colom estaba amenazado por el partido patriota del ex general Otto Pérez Morales, pero sediento de poder y en fraude a la ley se “divorció” de su esposa Sandra Torres para perpetuarse a través de ella. El máximo tribunal le cerró el paso.

En Nicaragua, Daniel parece indetenible. Le saca provecho a Chávez, se mete en la Alba, que no sirve para nada, sigue en el TLC con EEUU y recibe alborozado en Managua al demoníaco FMI con el que firmará un programa para los próximos tres años. Por supuesto, Ortega se beneficia del crónico desentendimiento de la oposición nicaragüense. El inefable Alemán le pisa la manguera al respetable Fabio Gadea.

¿Y qué está pasando en Venezuela?

En Venezuela está por formarse lo que algunos planificadores llaman “tormenta perfecta” o conjunción de muchos problemas inmanejables en un momento Aleph. A todos les convendría que el paraguas fuese el sufragio, modo pacífico de superar tensiones.

A diferencia de Argentina y Nicaragua, en Venezuela venció la unidad, y lo hizo en el momento más complicado del gobierno, cuando hace aguas su modelo, se extiende la protesta social y nubarrones recesivos abaten el precio de su principal commodity. Gravísimo, pues como se recordará, el gobierno socialista nos ha hecho retroceder 75 años. Un desierto productivo que lo obliga a comprar afuera casi todo lo que se consume e insume. La hazaña de la sedicente revolución es esa: en lugar de construir fuerzas productivas, las ha destruido con pasión exquisita. Por eso la Venezuela del nuevo milenio es una nación monoproductora, monoexportadora y pluriimportadora.

Un informe sobre violencia, redactado por CLACSO y PROVEA, dos afamadas ONG continentales, define con la frialdad de las cifras la respuesta que está dando el pueblo a la tragedia en que lo ha sumido el presidente Chávez. Pasando revista al hervidero social, afirma –y demuestra– que Venezuela se ha convertido en “el País de las Protestas”.

La unidad de la oposición es sabia. Se edifica sobre primarias basadas en el registro electoral, de modo que todos puedan votar en ellas, incluso, si se animan, los seguidores del gobierno; y un programa común que será firmado por todos los precandidatos. Es un arma formidable que le desorganizó el sueño al poder. Sus violentos ataques contra la MUD ponen en evidencia lo que va a pasar. Y lo más irrisorio, si no fuera tan peligroso, es ver a esos encumbrados generales del régimen anunciando que no reconocerán una derrota electoral. Ladran, es verdad, pero veremos si tienen dientes para morder.

El camino es muy sencillo: atenerse a la Constitución, aferrarse al sufragio, defender la voluntad popular, no temerle al miedo y trabajar con pasión carbonaria. El gobierno puede perder las elecciones, lo cual es un hecho normal en democracia. Pero perderían más los que desafíen la Constitución y desconozcan la voluntad popular. Creo muy difícil que eso ocurra, y no obstante vale recordarles el conocido refrán criollo:

Si los pela el chingo los agarra el sin nariz.

Miami Herald (Estados Unidos)

 



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