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19/03/2006 | La experiencia chilena y el legado de Ricardo Lagos

Pedro Isern

El pasado 11 de marzo asumió como Presidente de Chile la médica socialista Michelle Bachelet, lo cual representa una buena oportunidad para contrastar las profundas diferencias entre una nación civilizada, con expectativas ciertas de alcanzar el desarrollo en quince años, y el resto de América Latina (con la reconocidas excepciones de Uruguay y Costa Rica).

 

La llegada de Bachelet al poder fue en parte opacada por la despedida al Presidente saliente Ricardo Lagos Escobar. La mayoría de las crónicas de la región dan cuenta del notable sexenio de la administración Lagos: desde el difícil en el comienzo del 2000, envuelto en un periodo recesivo y ante una opinión publica crecientemente impaciente, pasando por los dos hitos económicos centrales de su gobierno (la implementación de la "Regla Fiscal" y el tratado de libre comercio con Estados Unidos), por el hito institucional que representó la reforma de la constitución pinochetista y por el consecuente hito político que significó el fin de la transición. Es que en Chile no solo ha finalizado la transición, sino que lo ha hecho en forma impecable.

Sin embargo, nos enfrentamos al riesgo de sobredimensionar el papel del ciudadano Ricardo Lagos Escobar. Es indudable que su desempeño ha sido muy bueno, pero es necesario remarcar que solo pudo ser tan bueno en el marco económico-institucional construido a lo largo de dieciseis años de democracia y a lo largo de treinta años de continua renovación del pensamiento y la acción de la izquierda chilena.

Las crónicas latinoamericanas corren el riesgo de dar a entender que para cambiar la suerte de nuestros problemáticos países basta un sexenio de gobierno llevado a cabo por un estadista. En realidad es al revés: los estadistas aparecen y pueden ser aprovechados en todo su potencial allí donde se ha venido consolidando en el tiempo un conjunto de reglas a través del consenso, el Estado de Derecho y las reformas pro- mercado.

El crecimiento anualizado del periodo 2000-2006 ha sido menor al de los periodos 1990-1994 y 1994-2000. ¿Por qué entonces la administración Lagos finaliza con un apoyo de la opinión publica mayor al de Patricio Aylwin y el de Eduardo Frei? Justamente, porque en un ámbito institucional donde se generan círculos virtuosos del consenso, lo que consolida y fortalece a un modelo es la posibilidad de incorporar a él sectores políticos e ideológicos anteriormente alejados u opuestos a la filosofía del mismo. Así, la llegada de Lagos a "La Moneda" significó la posibilidad de incorporar de lleno al Partido Socialista (PS) y al Partido Por la democracia (PPD) a un modelo liberal, mientras que ahora sucede lo mismo con la incorporación de Bachelet, quién proviene de un sector del PS a la izquierda de Ricardo Lagos.

Por ende, podemos pensar un hipotético escenario donde el crecimiento anual del periodo 2006-2010 sea menor al del sexenio Lagos y, aun así, la administración que se inicia sea percibido por la opinión publica como la mejor de la Concertación, precisamente porque se le incorporó al proyecto chileno una estabilidad aun mayor, al agregarle la legitimidad que le provee a un modelo de libre mercado la moderada y moderna administración de una presidente  socialista.

En este sentido, es válido comparar la experiencia chilena con el espíritu faccioso presente en la forma de ejercer el poder en Argentina. La comparación es aun más necesaria y sorprendente cuando escuchamos una y otra vez la supuesta admiración que profesa el presidente argentino Néstor Kirchner por Ricardo Lagos y el socialismo chileno. Sostiene la revista semanal de opinión "Debate" que: "Son varios los colaboradores que destacan la admiración del patagónico (Néstor Kirchner) por Ricardo Lagos. Algo que se acentuó en la asunción de Michelle Bachelet cuando el mandatario saliente fue ovacionado por los políticos y por el pueblo chileno. Son estos colaboradores los que creen posible una salida con ese nivel de pasión y popularidad: 'Si se retirara (Kirchner) hoy tendría el mismo 70% de imagen positiva y popularidad que la de Lagos, ¿Por qué no abrir una etapa de relativo descanso constituyéndose en el gran elector, en el hombre de consulta inevitable?'".

Suponiendo cierta esta admiración, es notable lo bien que Kirchner la disimula en su diario ejercicio del poder. El punto es que estos comentarios poco felices que se escriben a diario en la prensa oficialista argentina confunden lo exitoso o no de un periodo de gobierno con la responsabilidad absoluta para ello de quien encarna el Poder Ejecutivo. Obviamente, hay aquí un círculo vicioso entre países con instituciones débiles que son cooptados por caudillos y el accionar arbitrario y personalísimo de éstos, que a su vez consolidan la baja calidad institucional de dichos países.

Así, la distorsionada visión que se tiene de un Lagos estadista ajeno al notable marco económico-institucional que se lo ha permitido, puede a su vez contribuir a generar un problema para la ciudadana-presidente Michelle Bachelet, ya que se corre el riesgo de creer que los grandes periodos dependen principalmente de la mística y carisma de quien encarne la primera magistratura y no, como es en realidad, de la calidad de las reglas de juego construidas a lo largo de varias etapas. Es claro que la capacidad del presidente en ejercicio y de su equipo de gobierno son  muy relevantes para cualquier país en todo momento, pero es necesario destacar (mas aun, en una América latina históricamente tan acostumbrada a los caudillos providenciales) que para que un gran estadista se destaque como tal necesita primero un marco institucional donde las normas importen mas que las personas. Ese es el caso del Chile contemporáneo y es por eso que el estadista Ricardo Lagos pudo y puede ser percibido como tal por propios y extraños.

Así, es muy necesario remarcar que América latina necesita primero las buenas y sanas reglas de juego como las vigentes en Chile desde 1990 y solo posteriormente "necesitará" los Ricardo Lagos que, enmarcados en dichas buenas y sanas reglas, podrán contribuir su talento personal en servicio de un proyecto colectivo moderno, moderado y a-personal.

Pedro Isern Munné es Director del Área Economía y Estado de Derecho del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina www.cadal.org

CADAL (Argentina)

 


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