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03/05/2006 | Hijos del petróleo

Alejandro Gertz Manero

Si los precios actuales del petróleo llegan a caer, la economía de este país y el bienestar que hemos alcanzado en algunos sectores de nuestra sociedad se vendrían abajo en forma precipitada, como ocurrió al final del gobierno de la "abundancia" de López Portillo, cuando el ajuste de dichos precios fue de tal manera drástico, que obligó a una brutal quiebra financiera, la cual torpemente se quiso disfrazar a través de una demagógica expropiación bancaria, que sólo vino a enriquecer a unos cuantos "bolseros" especuladores, y que paradójicamente dejó, pocos años después, al 90% de la banca mexicana en manos extranjeras, heredándonos la catástrofe del Fobaproa, que todos tendremos que pagar por varias generaciones, mientras sus beneficiarios cada día se enriquecen más y más.

 

Después de todo ese desastre, ahora estamos repitiendo la primera parte de esa misma historia siniestra, en la cual los precios desaforados del petróleo se han ido multiplicando geométricamente y ya significan más del 40% de los ingresos fiscales del país; proporción inédita de recursos que deja a las finanzas públicas y a todos los mexicanos en manos de ese único insumo que, si llega a colapsarse, nos llevaría, como nunca, a una crisis abismal de inflación, devaluaciones y carencias para los que no hay blindaje alguno.

Frente a esta posibilidad tan alarmante, existen dos visiones económicas radicalmente opuestas: la primera asegura que los precios del petróleo continuarán subiendo gracias a la feroz especulación y a la prosperidad creciente en China, la India y el sureste asiático, y a esa hipótesis se acogen quienes pretenden llegar al poder en este país, pues ese creciente margen financiero le permitiría al nuevo gobierno sufragar las necesidades momentáneas y los desequilibrios básicos de nuestra economía, sin tener que molestarse en realizar cualquier reordenamiento y racionalización de nuestra vida productiva y fiscal, que significan riesgos y molestias políticas que de ninguna manera quisieran asumir.

La otra hipótesis se sustenta en el incremento del abasto petrolero mundial como consecuencia del previsible fin de los conflictos en Irak, Irán y Nigeria, cuyos costos políticos ya están siendo demasiado altos a nivel mundial, lo cual habrá de proyectar un ajuste importante en los precios del combustible, que implicaría necesariamente la catástrofe financiera a la que hemos hecho referencia, llevando al país y a sus dirigentes a una crisis de gobernabilidad para la que nadie está ni remotamente preparado.

Como nosotros somos hijos del petróleo, y así nos ha ido, ese destino lo tendremos que asumir de nuevo, ya que ningún sector de este país se halla dispuesto a entrar en un doloroso proceso de saneamiento económico para independizar nuestra vida productiva de este descomunal subsidio que, como cualquier otro, sólo genera espejismos de prosperidad y fenómenos de grave corrupción, que siempre acaban convertidos en realidades de angustia y de quebranto.

Si como dijo López Velarde, a nuestro petróleo lo escrituró el diablo, esas riquezas efímeras las seguiremos consumiendo fatalmente, en lugar de transformarlas en una enorme reserva financiera que, de haberse formado como se ha hecho en Noruega, hubiera dejado por cada barril de petróleo un tesoro en capitales y en recursos productivos para todos los mexicanos, que habrían solucionado, como ocurrió en esa nación, nuestros problemas presentes y futuros en seguridad social, en pensiones y en infraestructura.

editorial2003@terra.com.mx

El Universal (Mexico)

 



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