Una vez que Felipe Calderón ha sido reconocido por el TEPJF como presidente de México, es muy previsible que López Obrador y sus seguidores habrán de continuar manteniendo su querella en las calles, en los medios y en el Congreso, en una campaña permanente para sobrevivir y prevalecer políticamente, cuestionando al poder constituido y expresándose críticamente en cada proyecto legislativo y en cada proceso electoral que les pueda favorecer, en un "marcaje" personal que estará vigente durante todo el sexenio.
Esta nueva realidad política, que va a dificultar enormemente el ejercicio del poder, tiene para los mexicanos una ventaja singular, ya que las presiones de referencia habrán de obligar tanto al gobierno federal como a sus contrincantes a fijar posiciones y actuaciones que necesariamente tendrán que buscar un beneficio claro para la sociedad civil, ya que los intereses particulares, los simples "mayoriteos" legislativos; y los apoyos clientelares de cualquier origen estarán permanentemente exhibidos y descalificados por cada contendiente; todo lo cual obligará a una transparencia y a una rendición de cuentas que de otra manera no se hubiera logrado nunca.
En ese contexto, el gobierno federal seguirá contando a mediano plazo con los grandes recursos petroleros para operar su administración sumando adeptos y conversos; pero también López Obrador y sus seguidores tendrán todos los apoyos económicos y políticos del Gobierno del Distrito Federal, del PRD y de los estados afines para mantener bien fondeada su oposición, cuya membresía será mucho más reducida pero más aguerrida y radicalizada, a la que se sumarán ofendidos, resentidos y desplazados de los beneficios del poder.
A esta situación inédita tendremos que agregarle la posibilidad de que fuerzas internacionales, que están involucradas en la disputa por el petróleo y su hegemonía, apoyen al gobierno o a la oposición, llevándonos a un panorama de ligas mayores, en el que se tendrá que hilar muy fino; y a todo ello es necesario aunar los embates del crimen organizado, la corrupción rampante y la inseguridad, junto con el desempleo el reparto despiadado de la riqueza, la frágil productividad y el retraso educativo, todo lo cual genera una realidad verdaderamente compleja, en la que los sempiternos territorios de ineficiencia, autoritarismo e impunidad que han sido tradicionales en el sector público se verán cuestionados severamente; convirtiendo al próximo sexenio en uno de los retos políticos más complicados que haya enfrentado el poder en nuestro país.
Si el nuevo gobierno federal asume estos riesgos, los enfrenta con eficiencia y honorabilidad, operando exitosamente su administración, y la oposición ejerce sus presiones sin reventar los límites sociales, justificando así su propia existencia y viabilidad, es muy posible que la inmensa mayoría de los mexicanos nos veamos beneficiados por estos contrapesos y su constante confrontación, en un fenómeno que podría ser muy semejante al de Chile, a partir de la reinstauración de la democracia, cuando el país se dividió radicalmente en dos grupos enfrentados pero equilibrados, lo cual dio como resultado gobiernos socialistas sensatos, responsables y eficientes en beneficio de todos los chilenos.
Si esto ocurre en México, lo que parece una amenaza se puede transformar en una oportunidad extraordinaria de crecimiento político, justicia y paz social; pero si cualquiera de los protagonistas se equivoca, abusa y rompe ese frágil equilibrio, las grandes mayorías que están ya muy escaldadas lo habrán de rechazar de manera contundente, para aniquilarlo políticamente y sin remedio alguno.
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Doctor en Derecho