El día que el guerrillero Lucio Cabañas cayó en combate con el Ejército, el 2 de diciembre de 1974, empuñaba un rifle R-15 que le había conseguido el Partido Comunista Mexicano.
En un artículo para el diario Unomásuno en 1984, Arturo
Martínez Nateras, quien fue secretario de organización del PCM, hizo esa
revelación y describió la manera en que el partido había hecho llegar otras
armas al grupo de Cabañas.
La relación no terminaba allí. El edificio que el PCM
adquirió en la calle de Durango, para su Comité Central, se financió en parte
con el dinero que recibió la guerrilla a cambio de liberar al gobernador Rubén
Figueroa. Eso se sabría en 1985, a raíz del secuestro de Arnoldo Martínez
Verdugo, último dirigente del partido, antes de que éste se transformara en
PSUM. Con esa acción, los compañeros de Cabañas buscaban recuperar el dinero
que dejaron bajo custodia de los comunistas.
En octubre de 1973, el PCM observaba con atención lo que
sucedía con las diferentes organizaciones guerrilleras que actuaban en el país.
En su XVI Congreso, celebrado ese mes, concluyó que las condiciones estaban
dadas para “nuevos y más grandes enfrentamientos de la clase obrera, los
campesinos, la intelectualidad y las capas medias con la expoliación económica
y la opresión política de la clase dominante”.
Sin embargo, la derrota de la guerrilla –particularmente
en Guerrero– obligó al partido a entrar en un proceso de rectificación política
que lo haría distanciarse de las conclusiones del XVI congreso, deslindarse de
la guerrilla y abjurar de cualquier intención de tomar violentamente el poder.
A partir de entonces, los comunistas mexicanos abrazarían la lucha por los
derechos políticos, entre ellos la democracia, que ya enarbolaba el Partido
Acción Nacional desde su fundación en 1939.
En su Proyecto de resolución política del XVII Congreso,
publicado en la revista Socialismo en 1975, se estableció que “la crisis
política actual puede ser superada (…) en los marcos del sistema
económico-social existente” y que la principal disyuntiva del país era “la
vigencia o nulidad de la libertad política para todos los ciudadanos”. La
decisión más visible de ese viraje fue postular como candidato presidencial
independiente a Valentín Campa en las elecciones de 1976. Luego de esa campaña,
el PCM abrazó con entusiasmo la Reforma Política del presidente José López
Portillo y obtuvo su registro como partido para participar en las elecciones
legislativas de 1979.
Aunque el cambio de estrategia fue propiciado por el
fracaso de la lucha armada, los comunistas mexicanos –cuyo partido se
transformó en PSUM y luego en PMS y PRD, producto de sendos procesos de unidad
con fuerzas menores– jugaron un papel decisivo en la transición democrática.
Sus aportaciones en la construcción de un sistema electoral confiable son
innegables.
En un artículo aparecido ayer en El Universal, José
Woldenberg, exconsejero presidente del IFE (hoy INE), lanza una serie de
reclamos “a quienes fueron (mis) compañeros en el PSUM, PMS y primeros años del
PRD”, a causa de su silencio –e incluso su apoyo– ante las políticas de este
gobierno en temas como seguridad pública, ecología, feminismo, derechos
humanos, educación, libertad de expresión y democracia.
“¿De verdad están de acuerdo?”, “¿no les espanta?”, “¿no
les enoja?”, “¿no se sienten ofendidos?”, “¿no les ruboriza?”, fueron algunas
preguntas que el exmilitante del Movimiento de Acción Popular plantea en su
artículo (“SOS a mis excompañeros”). “Son preguntas fruto del desasosiego por
el rumbo del país”, explica Woldenberg. “¿No se estremecen cuando el presidente
desata una campaña permanente contra del INE y pretende alinear a las
instituciones autónomas a su voluntad?”, les plantea.
Parece que muchos
de los comunistas mexicanos que empujaron decididamente la transición
democrática entre 1976 y 1996 se han olvidado de esa tarea y han vuelto a los
tiempos de su XVI Congreso, en 1973, cuando aún pensaban que se podía y se
debía “romper la vía de desarrollo capitalista” por la fuerza.
Hacen pensar que la apuesta por la democracia que
hicieron a partir de 1975 no fue un cambio de vía para luchar por la justicia
social sino un mero repliegue táctico para hacerse del poder.
Y que con ello han renunciado a muchos valores que
enarbolaban, como la tolerancia de lo diverso.