El XX Congreso del Partido Comunista de China –del que le hablé aquí en la víspera de su arranque– terminó como estaba previsto: con un tercer periodo de mandato para el presidente Xi Jinping y un Comité Permanente (el máximo órgano de dirección) compuesto sólo de hombres leales al mandatario.
De los siete integrantes del Comité, repitieron dos: el
zar anticorrupción Zhao Leji, responsable de las purgas burocráticas que han
fortalecido el poder de Xi, y el ideólogo político Wang Huning. La sangre nueva
la aportan Li Qiang, jefe del partido en Shanghái, quien aparentemente sucederá
al primer ministro Li Keqiang cuando éste se jubile en marzo entrante; Li Xi,
su homólogo en Guangdong, la provincia que aporta el mayor porcentaje del PIB
nacional; Ding Xuexiang, de la Oficina General del Comité Central, brazo
administrativo del partido, y Cai Qi, alcalde de Pekín, colaborador cercanísimo
de Xi durante su ascenso al poder y considerado la sorpresa del XX Congreso,
pues casi nadie apostaba por él como nuevo miembro del Comité Permanente.
Con dichos nombramientos, Xi afianzó su poder. En
realidad, pocos esperaban otra cosa. La aprobación de un tercer mandato –cosa
que no tuvieron sus predecesores, Hu Jintao y Jiang Zemin, quienes gobernaron
el país por dos periodos de cinco años cada uno–, lo coloca como el líder más
poderoso que haya tenido China desde Mao Zedong. Pero, al parecer, tanta
concentración de mando no fue suficiente para Xi, a juzgar por un incidente
insólito que ocurrió al mediodía del sábado pasado. Justo cuando se abría a los
medios la sesión de clausura del XX Congreso, Kong Shaoxun, director adjunto de
la Oficina General y brazo derecho de Ding, se acercó al expresidente Hu
Jintao, quien flanqueaba a Xi en el presídium para pedirle que abandonara el
Gran Salón del Pueblo. La escena, que duró escasamente minuto y medio, daría la
vuelta al mundo. Hu se resistió a levantarse de la silla. Luego trató de
dialogar con Xi, quien prácticamente no cruzó palabra con él y le impidió
llevarse unos papeles que estaban en la mesa. De salida, Hu dio una palmada al
primer ministro Li Keqiang, quien, al final de su mandato (2003-2013), parecía
ser el hombre destinado a sucederlo.
Al momento de escribir estas líneas, no había una
explicación oficial de la remoción de Hu. La prensa oficialista comentó que el
expresidente, quien está próximo a cumplir 80 años de edad, no se encontraba
bien de salud. Sin embargo, los comentaristas occidentales de la política china
consideran que otras tuvieron que ser las razones, desde la posibilidad de que
Hu fuera a hacer alguna crítica a Xi en la clausura del Congreso hasta un
desplante del actual mandatario para mostrar su fuerza y advertir a cualquier
potencial disidente que él está
dispuesto a todo. En cualquier caso, se trata de un final dramático para un
hombre todopoderoso, que se codeó en su tiempo con sus homólogos Barack Obama y
Vladimir Putin, y víctima de una orden que –dado el papel protagónico de un
alto funcionario del partido, como Kong– sólo pudo haber provenido del mismo
Xi. Es, también, un recordatorio de que el poder no es para siempre. Creer lo
contrario es un autoengaño en que muchos políticos suelen caer. Un día pueden
estar en la cima y otro día pueden ser humillados por la persona que los relevó
en el mando. La semana pasada, el presidente Andrés Manuel López Obrador, al
reiterar que se retirará de la política una vez que deje la Presidencia en
2024, afirmó que él no deseaba convertirse después en “caudillo o líder moral”.
Lo más seguro es que eso esté más allá de su deseo. Su papel futuro, si alguno,
lo decidirá quién lo suceda en el cargo, no él.
https://www.excelsior.com.mx/opinion/pascal-beltran-del-rio/el-poder-acaba-aqui-y-en-china/1547801