La revelación de que los obispos de Guerrero han intentado negociar una tregua con los grupos criminales que operan en la entidad –principalmente la Familia Michoacana y los Tlacos– pone de manifiesto la irrelevancia en la que ha caído la autoridad.
Resulta difícil de creer que los prelados puedan
entrevistarse con personajes como los hermanos José Alfredo y Johnny Hurtado
Olascoaga, líderes del primer grupo delincuencial, y Onésimo Marquina Chapa,
quien encabeza el segundo, y las fuerzas de seguridad pública no puedan
localizarlos y detenerlos.
La manera en que el obispo de Chilpancingo explicó que no
fue posible lograr un acuerdo entre dichas organizaciones delincuenciales
revela que los gobiernos federal y estatal están al margen de la disputa por el
poder real en la entidad.
Resulta que la Familia Michoacana, los Tlacos y otros
grupos criminales se sienten dueños de franjas del territorio guerrerense –y lo
son, en los hechos, porque las autoridades constituidas lo han permitido, por
su incapacidad y acaso también por connivencia– y, como si el mapa del estado
fuese un tablero de Monopoly o Conquest, discutieron, con la intermediación de
los obispos, sobre si tal o cual municipio debía ser suyo o de los rivales.
En la mesa de la negociación estuvieron las ciudades de
Iguala y Taxco, como si sus habitantes fueran simples peones de un moderno
señor feudal.
A la postre no hubo acuerdo entre las partes, porque
ninguna quiso ceder en sus pretensiones de control territorial, pero hoy la
mayor preocupación de los guerrerenses no es en qué provincia criminal están
involuntariamente parados –realmente da lo mismo cuál de los cárteles maneja la
“plaza”–, sino que ya es obvio que no pueden contar con la ayuda de la
autoridad que tiene el deber constitucional de defenderlos, pues ésta ha
abdicado de su responsabilidad.
Ayer, en su conferencia mañanera, celebrada en la base
naval de Acapulco, el presidente Andrés Manuel López Obrador afirmaba que nunca
ha habido tal despliegue de fuerzas de seguridad federales en Guerrero. Habló
de elementos del Ejército, la Marina y la Guardia Nacional, pero ¿de qué sirve
esa presencia si se siguen dando la extorsión y los asesinatos, sin que casi
nunca haya presuntos culpables detenidos y procesados?
Ayer mismo, horas después de esa conferencia, ocurrió un
ataque contra el alcalde de Taxco, un municipio cuya economía está sólidamente
en manos de la criminalidad. El edil se salvó gracias a que sus escoltas
repelieron la agresión.
Uno tiene que preguntarse dónde está el Estado.
Claramente no en Guerrero, donde ha tenido que intervenir la Iglesia para
intentar pacificar la entidad, una tarea a la que han renunciado las
autoridades.
Si desde el Vaticano pidieron o autorizaron a los obispos
buscar a los jefes criminales para tratar de lograr un acuerdo de paz entre
ellos –a fin de que la población no siga sufriendo los estragos de la
violencia–, quiere decir que el vacío que han dejado los gobiernos estatal y
federal, por su inoperante política de seguridad, ya se nota más allá de
nuestras fronteras.
https://www.excelsior.com.mx/opinion/pascal-beltran-del-rio/donde-esta-el-estado/1636090