Si se nos pidiera hallar un vocablo que resuma e ilustre a pie juntillas lo acontecido durante y después de la votación, adentro y afuera del Congreso, ese sería el de ridiculez.

Desmemoriados ridículos.

Los festejos fueron masivos. El cotillón fue cuantioso y se desplegó tanto dentro como fuera del Congreso: banderas, remeras y carteles decoraron la celebración de ridículos desmemoriados que vivaban como salvadores de la Patria a aquellos mismos que dos décadas atrás pusieron en manos privadas el petróleo en la Argentina.

La política partidaria en nuestro país es reciclable a niveles desconcertantes. Que nefastos personajes puedan haber dicho ayer una cosa y hoy otra cosa en un sentido totalmente opuesto, no resulta lo más preocupante. Lo que quita verdaderamente el sueño, es que la sociedad los aplauda tanto una como otra vez.

En 1992 la empresa petrolera se privatizó por el menemismo a instancias de Néstor y Cristina Kirchner. Nadie recuerda (o nadie quiere recordar tal vez) que esta última en aquel entonces logró que la Cámara de Diputados santacruceña votara por la federalización de los recursos petrolíferos en el marco de la privatización de la compañía: “En lo económico posibilita la mejora de nuestras cuentas y en lo institucional, nos torna creíbles y respetables en cuanto damos cumplimiento a la palabra empeñada”, aseguró Cristina en los ´90. Hoy dice todo lo contrario: no interesa lo institucional y no interesa la imagen que se da al mundo. Podemos vivir como una aldea autosuficiente. Tanto una como otra vez, fue aplaudida por los ridículos desmemoriados de siempre.

Oposición ridícula.

Cuando el kirchnerismo le da las gracias a la oposición por adherir al proyecto estatista, lo que está haciendo en verdad es agradecer su total y completa impotencia tanto política como moral.

El proyecto hegemónico oficialista es conciente de que sin oposición política, el camino ineludible es el de la autocracia: el poder absoluto bajo un único signo político.

El tan penoso como ridículo papel de la oposición en el Congreso (rescatando contados casos de un puñado de radicales, peronistas disidentes y gente del PRO) es reflejo de su debilidad y anorexia de escrúpulos. En efecto, se mostraron como socios de la ignominia kirchnerista y se sumaron a aplaudir a quienes nunca los aplaudirían a ellos.

Vicepresidente ridículo.

El show siempre resulta indispensable en regímenes populistas. Y es por ello que, además de haberse montado una pantalla gigante para que la masa presenciara lo que acontecía en el Congreso, se levantó también un escenario que esperaba a los “victoriosos salvadores de la soberanía petrolera” que ansiaban encontrarse con el aplauso de la muchedumbre.

El primero en subirse al estrado fue Amado Boudou, defensor de las privatizaciones en otrora como militante de la UCEDE de Alsogaray, quien ahora saltaba de alegría y cantaba (o desafinaba, para ser más precisos) celebrando la expropiación.

Con una sonrisa de oreja a oreja, Boudou gozaba de una eficiente cortina de humo que dejó al escandaloso caso de corrupción que lo compromete en un segundo plano en los temas que hacen a la discusión política diaria. En efecto, con el desplazamiento del juez Rafecas de la causa, y un nuevo tema que desvíe la mirada de la gente, su caso probablemente no llegue a ningún puerto y prontamente sea olvidado por todos.

Aislada del mundo, viviendo bajo categorías arcaicas y relatos oxidados, desafiando la propia realidad creyendo que somos una aldea autosuficiente capaz de sobrevivir por sí misma, alguna vez (más tarde o más temprano) entenderemos que, por una mayoría ridícula compuesta tanto por inescrupulosos como por simples ingenuos, la Argentina no fue sino el reflejo de su ridiculez.