Inteligencia y Seguridad Frente Externo En Profundidad Economia y Finanzas Transparencia
  En Parrilla Medio Ambiente Sociedad High Tech Contacto
En Profundidad  
 
07/10/2008 | La noche quedó atrás

Pedro Fernández Barbadillo

Entre el comunismo y el islamismo hay muchas similitudes. Ambos movimientos detestan a la Iglesia, a Occidente, a la persona y las libertades. En Europa, estamos asistiendo a que numerosos comunistas y miembros de la extrema izquierda se conviertan al islam, como es el caso del francés Roger Garaudy. Por tanto no debería sorprendernos que los métodos que emplean los islamistas en su guerra contra nosotros estén copiados de los comunistas. Así lo podemos comprobar en La noche quedó atrás.

 

Este libro cuenta la historia de un soldado heroico que luchó en los mares y en la tierra por su causa, que afrontó la cárcel, la tortura y la muerte, que sacrificó a su familia por la victoria. Un hombre que entregó su valor, su lealtad, su juventud y su inteligencia a la causa más asesina de la historia: el comunismo.

La noche quedó atrás es la autobiografía de Richard Krebs, que la firmó con el seudónimo de Jan Valtin, un marino alemán que desde muy joven, en los últimos meses de la Gran Guerra, con 13 años, se convirtió al comunismo y empezó a colaborar con la Komintern, la organización que quería expandir la revolución por todo el mundo. El libro es una reedición de la versión publicada en España hace varias décadas. Aunque Seix Barral ha prestado un servicio a la verdad histórica, tenemos que reprocharle que haya mantenido la vieja traducción sin haber corregido siquiera las erratas.

El grosor del tomo, cercano a las 800 páginas de extensión, puede hacer que algún lector se retraiga, pero sería una lástima. En el libro hay conspiraciones, amor, viajes a lugares lejanos, asesinatos, batallas y nazis. Todos los elementos que componen los best-sellers de hoy, pero con la ligera diferencia de ser verídicos. Se trata de una vida fascinante.

Krebs describe el funcionamiento de la Komintern, la Internacional Comunista, y el fanatismo de los comunistas. A lo largo del libro resuenan frases como “para los comunistas el partido lo es todo y nosotros no somos nada”, “no podemos vivir sin la revolución”, “mil veces peor que ser colgado es el alejamiento del partido”, “en el partido no tenemos amigos; en el partido sólo tenemos camaradas” y “ningún precio puede ser demasiado elevado para construir una sociedad socialista”. Estas consignas valen igualmente para los nacionalsocialistas alemanes, los comunistas chinos… y grupos como los Hermanos Musulmanes y Al-Qaeda. Es suficiente cambiar “socialista” por “islamista”, “partido” por “islam”, “comunistas” por “creyentes”… Y para comprobar la veracidad de la afirmación basta recordar las declaraciones que dejan los terroristas suicidas en nombre de Alá antes de matar infieles. A ningún combatiente se le permite tener una mujer que no comparta sus creencias asesinas; es el caso de Krebs y de los islamistas

Los comunistas, a las órdenes de Moscú, establecen unas redes secretas que cubren todo el mundo. Krebs, que es marinero, se encarga de tender cables rojos en barcos y puertos de los cinco continentes. Los comunistas aparecen como gente sin alma, capaz de organizar contrabando de personas, alcohol y armas para conseguir dinero para la URSS o para la Komintern. Igualmente son capaces de eliminar a camaradas o espías sin vacilar, de destruir reputaciones y de planear la subversión y la pobreza. El partido monta un servicio secreto de espionaje, que incluye escuadrones de la muerte: el Apparat S. El servicio secreto de la URSS, la GPU, disponía, gracias a estos militantes, de cárceles y espías para eliminar a sus enemigos. El brazo de Stalin cruzaba mares y fronteras, como comprobó Trotsky, asesinado en su guarida en México.

Así describe el autor a los asesinos: “Los hombres reclutados para el Apparat S tenían que llenar tres requisitos fundamentales: una conducta impecable de por lo menos tres años dentro del partido; debían haber sufrido por lo menos una detención, durante la cual no hubieran divulgado nada de importancia a la policía y, finalmente, debían poseer una fe fanática en la misión mundial e histórica de la Unión Soviética. Debían ser jóvenes, decididos y ciegamente devotos de la causa. Una vez enrolados en el servicio de contraespionaje, desaparecían por completo del cuadro oficial del partido” (pág. 332).

Una orden de matar a un traidor recibida mientras estaba en San Francisco llevó a Krebs a la cárcel de San Quintín con 21 años. Sus jefes le dijeron que no confesase, que aceptase la pena y que al cumpliese sin rechistar. Aprovechó los tres años en la cárcel para ampliar sus conocimientos (idiomas, tipografía, matemáticas…) y para propagar su fe.

Todo lo narrado por Krebs es idéntico a lo que sabemos que hacen los islamistas para financiarse (tráfico de drogas, delincuencia), para introducir a sus agentes a través de las aduanas a través de correligionarios o funcionarios sobornados en aeropuertos y puertos o para contar con seguidores leales y entrenados. Los soldados de ambos ejércitos aceptan las órdenes sin rechistar, hasta de matar, porque creen que son los avanzados de una causa superior. Los viajes de entrenamiento militar y terrorista, en vez de a Rusia, son a Afganistán; los centros de difusión ideológica son las mezquitas y las cárceles, y no las fábricas y los burdeles; y la idea-fuerza es el reino de Alá en lugar de la dictadura del proletariado. Sin embargo, la amenaza es tan poderosa y real como en los años 20 y 30. Quizás la única diferencia es que en el siglo XX el comunismo tenía más enemigos que en el XXI el islamismo.

Merece atención la sorprendente colaboración de los comunistas alemanes con los nazis para derrocar a la socialdemocracia, a la que los genios como Stalin y el búlgaro Dimitrof, jefe de la Komintern, consideraban su principal enemiga por el dominio del proletariado. Una vez que Hitler alcanza el poder, los comunistas son aplastados y Krebs acaba en una cárcel, de la que sólo sale al ofrecerse, por orden del partido, como agente doble a la Gestapo. Bajo las narices de los guardias y a pesar de un régimen severísimo de silencio y aislamiento, los comunistas montaron sus redes.

En este libro la magnitud de la Komintern y su poder oscurecen el del III Reich. Que el comunismo fracasase en sus proyectos para dominar el mundo sólo puede explicarse por la incompetencia de los comunistas, sometidos a los deseos de Stalin, y a la providencia.

Como publicidad, las ediciones suelen incorporar una frase del presidente Roosevelt –el mismo que entregó media Europa a Stalin: “El mejor libro que he leído sobre el siglo XX”. La noche quedó atrás se publicó en Estados Unidos en 1941 y en España en los años 60. En 2008, sigue siendo un libro capital para entender la vehemencia que condujo a los genocidios del siglo XX y para comprender la fragilidad de nuestras sociedades. Junto al mundo cotidiano en el que nos movemos existe un contramundo cuyas sombras nos impresionan cuando se hacen visibles, antes el comunismo, hoy el islamismo. Este libro nos ayuda a orientarnos en él y a comprender su amenaza.

Del libro La noche quedó atrás de Jan Valtin. Seix Barral, 2008

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



Otras Notas del Autor
fecha
Título
30/09/2013|
26/01/2011|
15/01/2011|
04/11/2009|
28/03/2009|
08/06/2007|
08/06/2007|
28/11/2006|
28/11/2006|
14/10/2006|
23/08/2006|
18/06/2006|
18/06/2006|
18/05/2006|
06/05/2006|
12/04/2006|

ver + notas
 
Center for the Study of the Presidency
Freedom House