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07/02/2010 | Futuro y destajo en la Disneylandia oriental

Henrique Cymerman

Ni la crisis detiene la brutal explosión urbanística y financiera de Dubái, llena de claroscuros e irrealidad.Se manipulan los termómetros para que no marquen más de 50 º y no haya que parar las obras.

 

Hace dos años y medio, Ahmed Saadeh, acompañado por su mujer y sus dos hijos, cerraba la puerta de su casa en Ramala, Cisjordania. Este arquitecto de 34 años se despidió de su gran familia en una emotiva comida con todos los hermanos y sobrinos. El taxi que les llevó al aeropuerto de Ammán se detuvo en un pequeño edificio de dos pisos, cuyas obras fueron dirigidas por Ahmed. Y se despidió calurosamente del pequeño grupo de albañiles que concluía los trabajos.

Hoy nos reencontramos con Ahmed en su nueva casa, Dubái, donde el palestino ha sido el responsable de la instalación de todo el aluminio de Burj Jalifa, el edificio más alto del mundo.

- Cuando terminé la carrera en la Universidad de Bir Zeit, en Ramala, ni en mis mejores sueños hubiese podido imaginar lo que me ocurriría - suspira Ahmed en esta torre de 169 pisos-.

Cuenta que el contrato de su compañía, Arabian Alluminium, fue de 320 millones de dólares, y que sólo en los últimos pagos fue consciente de las dificultades provocadas por la crisis económica mundial.

En noviembre, con la explosión de la burbuja inmobiliaria, miles de obreros fueron despedidos y volvieron a India, Pakistán, Bangladesh o Nepal. Casi el 80% de los dos millones de habitantes de Dubái son extranjeros en busca de suerte en el país de sus sueños, uno de los siete Emiratos ÁrabesUnidos.

Estos sofisticados rascacielos están en un punto entre Manhattan y Las Vegas, con un toque de mil y una noches. Sin embargo, a raíz de la crisis, hay también decenas de edificios fantasma, cuya construcción fue interrumpida de forma abrupta. Los precios de las casas han caído un 52%, lo que ha llevado a miles de personas a abandonar sus coches y sus pagos de hipotecas y a dejar el país.

Ahmed explica que todo es muy contradictorio; mientras algunos proyectos han sido paralizados, otros se continúan construyendo a todo gas. Él mismo dirige las obras de las Torres de los Emiratos, dos edificios conectados por un puente cerrado cubierto de vidrio - destinado a gimnasio-para oficinas de compañías financieras internacionales. A veces los trabajadores de todas las razas y colores, necesitan traductores para entenderse en inglés. La presión es muy grande, y las condiciones de trabajo muy difíciles.

- En verano, las temperaturas se acercan a los 50 grados y al ciento por ciento de humedad - afirma Ahmed-.

Sus ayudantes añaden en voz baja que, según la ley, al alcanzar los 50 grados hay que parar las obras. "Eso casi nunca ocurre, ya que las autoridades manipulan los termómetros", suspiran. Y añaden: "El tiempo es dinero, especialmente en Dubái".

El arquitecto palestino siente que con cada piso que construye se aleja más de su tierra natal. Como su mujer Asma, de 30 años, y sus dos hijos, Aiham y Mohamed, de seis y tres años. Asma habla en el ordenador vía Skype con su madre Yusra, que continúa en Ramala. "Os añoramos mucho. Es muy injusto no poder ver los niños crecer. Vuestro lugar está en Palestina, y marcharse de aquí es traicionar a nuestra nación", dice Yusra.

Asma le explica que la vida en Dubái es mucho más cómoda y tranquila. Que no hay controles israelíes ni registros militares, y que los niños reciben una educación más completa. Aiham interrumpe a su madre y a su abuela, y les asegura que él, cuando pueda, volverá a Palestina...

- No quiero crecer sin patria... y sin mi abuela - afirma el niño-.

Los extranjeros saben que es muy difícil recibir la ciudadanía de Dubái. "Si nos la dieran a todos, el primer ministro de Dubái sería un inmigrante indio; el grupo más numeroso", dice Asma.

Este fin de semana, el pequeño Aiham cumple un sueño: ver la nieve por primera vez. No hace falta volar hacia las montañas de Líbano o Turquía: la nieve está a quince minutos en coche en un megacentro comercial. Los Saadeh llegan con camisas de manga corta y alquilan anoraks y esquíes. Del verano eterno de Dubái a ocho grados negativos. Los Saadeh suben al telesilla y se deslizan por la colina nevada. Es una estación de esquí artificial construida en medio del desierto. Si no fuera por el techo con luces incrustadas, uno podría sentirse en los Pirineos.

- Esto es Dubái - dice Ahmed-.Aquí no hay nada imposible. Es como vivir todo el tiempo en una Disneylandia de Oriente.

Al despedirnos, el arquitecto nos enseña el lago artificial que rodea la torre más alta del mundo. Las fuentes de agua se mueven como un baile del vientre.

- Aquí todo es a lo grande y el tamaño sí importa, pero es muy artificial - dice Ahmed-.Mi sueño es volver algún día a mi tierra para construir mi país en un lugar de verdad. Si no se edifica con buenas bases, el edificio se desploma.

La Vanguardia (España)

 


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