Decía el famoso y controvertido general americano George S. Patton que “cuando todos piensan lo mismo, hay alguien que no está pensando”. Pues bien, algo de eso hay respecto a la invasión rusa de Ucrania. A pesar de estar gritando durante semanas “que viene el lobo”, los dirigentes de la casa Blanca y de la UE estaban convencidos de que, con sus amenazas verbales, detendrían a Putin. Muchos expertos creían, a su vez, que el dirigente ruso se contentaría con anexionarse las provincias pro-rusas del este de Ucrania; otros, pensaban en una invasión destinada a derrocar al actual gobierno de Zelenski, con un ataque relámpago, rápido y limitado. Pero tampoco ha sido así.
Para empezar, las cinco horas que se decía iban a tardar
las tropas rusas en llegar a Kiev, se han convertido en cinco días. En parte
porque los ucranianos no se han rendido, demostrando un coraje como pocos, en
parte porque las tropas rusas han sufrido de carencias logísticas que han
mermado su progresión. Ahí están las
imágenes de soldados rusos sacando gasolina para sus vehículos de las
gasolineras ucranianas a pie de carretera.
Este lento avance se está interpretando por mucho, como
un auténtico fracaso de la invasión orquestada por Putin. Hay quien afirma sin
rubor -tras decir hace días que Ucrania caería en cuestión de horas, que los
soldados rusos no saben combatir. Y, sin embargo, creer en una derrota de Rusia
por lo que ha ocurrido estos pocos días, me parece tan insensato como la
inicial predicción de una ocupación relámpago.
Es posible que los militares rusos hayan cometido graves
errores de cálculo y que Putin, inspirados por sus mandos, también se haya
equivocado. Por ejemplo, su llamamiento a que el ejército ucraniano depusiera a
Zelenski, no encontró eco alguno. Pero su Putin lo hizo fue porque estaba
convencido de que sería escuchado. Y lo sería, según él, porque Ucrania es
parte de la Gran Nación Rusa y, por lo tanto, impensable que pudiera elegir
luchar por su libertad antes que por su naturaleza eslava; antes por su
independencia de Moscú que por su sometimiento. Es decir, Putin puede haber
malinterpretado el carácter sociológico de Ucrania. El hecho de que las
primeras tropas en entrar en suelo ucraniano fueran de la Guardia Nacional
Chechena, más del tipo policial y de control de masas que de combate de alta
intensidad, refuerza el error de visión del Kremlin.
Pero no nos equivoquemos nosotros. La guerra en Ucrania
está pasando a ser una guerra de desgaste. Y con este enfoque, Rusia tiene
todas las de ganar. Tiene el modelo Checheno y el de Aleppo en Siria que tan
buenos resultados le dio para rendir a la población y vencer a los militantes
enemigos. Los bombardeos contra núcleos urbanos que hemos visto en las últimas
horas auguran una táctica de terror y destrucción indiscriminada.
Para que esta nueva aproximación rusa no acabe en una
relativamente rápida victoria, hay que hacer de Ucrania un nuevo Afganistán
para Moscú. Es decir, es necesario sostener una resistencia y dotarla de los
medios bélicos que cuestionen la superioridad aérea y la libertad de
movimientos de material terrestre. El Kremlin sabe que si los aliados de la
OTAN se comprometen a ello, pueden armar esa resistencia y desgastar la moral
de los rusos, combatientes y civiles. Su forma de evitarlo ha sido recurrir a
la amenaza atómica. Y no sólo de palabra. Bielorusia, pieza clave para la
invasión, ha puesto fin a su estatuto de país no nuclear por lo que Moscú puede
empezar a desplegar desde ya armas nucleares tácticas en esa frontera con la
OTAN. Ha subido un peldaño la escalada porque es la única forma que ve para no
salir derrotado.
Quienes piensan que cuanto más hagan los ucranianos sobre
el terreno para frenar el avance ruso, más rápido negociará Putin
diplomáticamente, pueden que se equivoquen. No conocen al hombre. Doblará su
apuesta. Es lo que está haciendo. Por eso, todos los que ahora aplauden el
valor de Ucrania y se muestran dispuestos a enviar material bélico para que lo
usen en su defensa, deberían también pensar en el sacrificio que le están
exigiendo al pueblo ucraniano, que es quien se la está jugando de verdad. De la
OTAN ni de la UE va a morir un soldado, mucho menos un civil, pero los ucranianos
se van a enfrenar a un líder despiadado en el que la moral y la humanidad no
son factores a tener en cuenta en sus campañas militares. Leónidas en las
Termópilas y la caballería ligera polaca cargando contra los Panzers nazis son
recordadas por la Historia, pero resultaron un sacrifico inútil.
Derrotar a Rusia es del todo imposible. Antes volaríamos
todos por lo aires en un intercambio nuclear. Pero hay que convencer al Kremlin
de que, si sigue adelante en Ucrania, el coste de su invasión va a exceder
claramente cualquier posible ganancia.
Hay que enseñar que Occidente puede atraerse a China, aunque sea sólo
momentáneamente; y que el coste de nuestras sanciones, serán asumibles en
nuestra tierra, pero no en la suya. El problema es que hay que hacerlo de
manera inteligente, no como han estado haciendo nuestros responsables
políticos. Hay que parar a Rusia, pero hay que darle una salida lo
suficientemente digna como para que acepte. Una humillación más nos lleva al
precipicio.
El problema de fondo es que tanto si Putin actúa
racionalmente como si no, nos lleva ventaja. Sabe que sus amenazas sí causan
miedo y que está en una posición de dominación en cualquier escalada. Y lo está
porque se ha gasta una fortuna en modernizar su arsenal balístico, entre otras
cosas, mientras que la OTAN se jactaba de hacer “más verdes” a nuestras fuerzas
armadas cuyo mayor enemigo, se decía, era su propia huella de carbono.
Comencé con una cita del General Patton y acabo con otra
de sus frases: “Soy un soldado. Cuando me piden que combata, lo hago. Y cuando
combato, gano”. Vencer y cómo lograrlo
es lo que hemos olvidado los occidentales. Vencer en el terreno de batalla.
Ganar en Eurovisión es lo fácil.
***Publicado el 2 de marzo de 2022