Es comúnmente aceptado que la de espía es la segunda profesión más antigua del mundo después de la primera, claro. Para este puesto se reserva a la prostitución. En realidad, si nos atuviéramos a la cronología establecida por la Biblia, la profesión más antigua es la de mentiroso. La serpiente, con mentiras y artimañas, engaña a Eva, llevándola a comer del fruto prohibido.
Y ésta a Adán y el resto ya lo conocemos bien: Adiós al
paraíso terrenal. Habrá quien dirá que ser mentiroso no es una profesión, pero
cuando miro a mi alrededor y veo cómo nuestros dirigentes mienten consciente e
inconscientemente todo el tiempo para proteger y acrecentar su poder, me es
difícil aceptar que la mentira no es un medio de vida. Y en lo que se refiere a
los políticos, muy lucrativo.
El espionaje tampoco sería la segunda profesión más
antigua sobre la Tierra. Por su importancia, yo dejaría de lado las tareas
labriegas de supervivencia acarreadas por el pecado original y que forzó a Adán
a convertirse en pastor y labrador, y me centraría en la figura del envidioso
Caín. Con un certero golpe y un arma
nada sofisticada, la quijada de un burro, Caín acaba con la vida de su hermano
Abel. Se convierte en un asesino. Y yo aún diría más: se convierte en un
genocida, habida cuenta que acaba con el 25% de la población de ese momento.
Lo que tenemos desde el comienzo de los tiempos de la
humanidad, por tanto, es el engaño y la destrucción. Si Abel hubiera conocido
las intenciones verdaderas de su hermano puede que se hubiera salvado, pero le
recibió como un iluso. Por eso, saber qué piensan hacer los demás en relación a
nosotros y saber si cuentan con los medios para poder poner en práctica lo que
piensan, resulta tan importante. A veces nos va la vida en ello. Llegar a ese
conocimiento se llama “inteligencia” y buena parte de ésta depende de obtener
la información adecuada a través de eso que vulgarmente llamamos espionaje. Que
yo sepa no hay un solo país que no cuente con, al menos, un servicio de
inteligencia.
Sin embargo -salvo muy contadas excepciones como Israel y
Rusia- la inteligencia hoy vive en un
permanente dilema: creada para dar soporte institucional a la seguridad
nacional, la comunidad de inteligencia hoy se da cuenta de que los lideres
políticos prestan poca atención a los asuntos de la gran estrategia nacional y
son mucho más más sensibles a influencias tácticas y del corto plazo, como las
encuestas de opinión, sus índices de popularidad y las portadas de los medios.
Es verdad que una parte de la desconfianza se arrastra por los sonados fracasos
en prevenir situaciones adversas, como el 11-S en el caso americano. Pero hay
algo más y que no se puede achacar a los aciertos y errores de los espías, sino
a la transformación de la actual política en una permanente gestión del espectáculo.
Qué piensa Putin es un interrogante al que sí deberían poder dar respuesta
nuestros servicios de inteligencia. Qué piensa Sánchez, sin añadir ahora mismo,
es una tarea de adivinación absurda, habida cuenta de su volatilidad mental.
Pero además de esta atención secundaria que le prestan
muchos dirigentes, la inteligencia vive en otro dilema: tecnológicamente vive
en una edad de oro en la que toda interceptación es posible. Y como es
técnicamente posible, se hace. Ahí queda el escándalo Bowden, por ejemplo. O el
actual Pegasus. Otra cosa distinta, no obstante, es que se pueda
“operacionalizar” los millones de datos que se captan al día y que quedan
almacenados en algún lugar secreto. Para que nos entendamos: lo que sacaría de
todo ese universo de información Jorge Javier Vázquez sería muy distinto de lo
que encontraría el rey de Marruecos. Porque para tener sentido, la inteligencia
debe tener claro a qué responde su trabajo, cuáles son sus objetivos y en qué
marco temporal.
A todo esto, se añade, ahora el problema de depender de
un personaje egoísta y narciso donde los haya, que prefiere exponer los
posibles fallos del sistema de ciberseguridad nacional en su máximo exponente,
si con ello queda como una pobre víctima y logra acaparar la atención de los
focos durante un rato más.
La explicación alternativa, que están comandados por un
ser diabólico que monta todo este lamentable espectáculo a fin de preparar
públicamente la entrega de la cabeza del CENI a ERC, sería mucho peor. Ya no sería que la inteligencia española está
al servicio de un ególatra, sino al servicio de su propio destructor. Poco
tranquilizador para los funcionarios del CNI, me parece a mí. O tal vez no. Es
su secreto.