Cada vez que se abre un ciclo electoral se me viene a la cabeza el escrito del filósofo renacentista Giovanni della Mirandola, “Oración sobre la Dignidad del Hombre”: “(por el libre albedrío que se nos ha concedido) los hombres pueden descender a los más bajo de la brutalidad o aspirar a alcanzar el nivel de los ángeles”.
¿Qué por qué lo digo? Pues porque los dirigentes
políticos han convertido las campañas electorales en un ensalzamiento tribal,
en un ascenso a los extremos de las pasiones, a la distorsión de la realidad, a
la demonización del adversario y a todo cuanto venga bien para el ardor de sus
votantes. La política se vuelve así un
enfrentamiento de pasiones, justo lo que Clausewitz llamaba guerra.
Además, autoalimentados por el fervor de sus masas, los
lideres políticos se animan y comienzan a hacer promesas sin parar,
independientemente de que sean realizables o no. Aún peor, los más desalmados,
como pasa con el actual presidente de gobierno, Pedro Sánchez, recurren a las
más descaradas mentiras si con ello sacan algún rédito. Y por desgracia, como
bien sabemos, la mentira da réditos.
Cualquiera que haya leído algo de Historia y siga la
política contemporánea sabrá que el poder no sólo corrompe, sino que la
política es una excelente pasarela para muchos corruptos que la ven, entienden
y explotan en sus beneficios personales de todo tipo que pueden ir de las
orgías del Tito Berni al embutido ibérico que se sirve en el Falcon o las
mariscadas sindicales. La cuestión es que cada cual busca satisfacer sus
ambiciones personales.
Hay quien cree que la política es una actividad
imprescindible y que, precisamente por ello, se debe y se puede dignificar,
pero en el chapapote moral en el que se mueve hoy en día, tengo mis serias
dudas. Demasiados intereses de por medio. Los famosos desheredados de la
Tierra, esos comunistas irreductibles, se incorporan a las élites ricas de la
sociedad sin pestañear. No hay más que ver en nuestro entorno directo los casos
de Pablo Iglesias e Irene Montero.
No hay nada que pueda vencer a la suma de pasiones e
intereses, me temo. ¿Significa eso que todo está perdido? Es indiscutible que
nos adentramos en tiempos oscuros, pero hay que tener algo de fe. Quizá no en
el corto plazo porque entre la izquierda, los independentistas, la derecha
irrecuperable, la desgana y apatía generalizada, y la islamización galopante,
puede que España no tenga arreglo ahora. De hecho, el sentimiento de derrota
trasciende nuestras fronteras porque es un rasgo común del mundo Occidental.
Hace unos años se publicó en Estados Unidos un librito titulado “la opción
Benedictina”, que cuenta con traducción española. Sus tesis, que la batalla
actual está perdida y que la tarea estratégica a la que deberíamos entregarnos
es salvar las esencias de los valores que dieron origen a la civilización
judeo-cristiana en algún lugar lo suficientemente aislado del resto del mundo
como para preservarse en el tiempo y poder renacer cuando las circunstancias
externas lo permitan. San Benedicto lo intentó, pero por desgracia su
monasterio -a la vez refugio y promesa de futuro- de Monte Casino es hoy más
conocido por la batalla de la Segunda Guerra Mundial que por su fundador.
En fin, la política será necesaria, pero desde luego no
es una de las bellas artes. Y aún menos en esta época electoral permanente en
la que nos obligan a vivir la superposición de instituciones europeas,
nacionales, regionales y locales. Mi sueño sería que la Ley electoral impidiera
a nuestros líderes salir de su casa durante lo que durase la campaña. Que nos dejen vivir tranquilos. Nada más ni
nada menos.
http://gees.org/articulos/de-la-politica-y-la-dignidad-humana