Hay momentos de la Historia que se acaban con las personas que les dieron forma. Hay quien ve en el trio formado por Ronald Reagan, Margaret Thatcher y el papa Juan Pablo II el final de toda una etapa marcada por la defensa de la libertad frente al totalitarismo comunista (y la desaparición de su máximo exponente, la URSS). El fallecimiento de la Reina Isabel II de Inglaterra no sólo pone fin a un larguísimo reinado en el que este mismo año celebrábamos su jubileo por los 70 años de servicio como monarca.
Siete décadas donde el mundo, el Reino Unido y la propia
monarquía han pasado por grandes convulsiones y cambios. Ido el imperio;
disolviéndose la victoria sobre el comunismo; el multiculturalismo revelándose
como un disolvente rápido de lo que significa ser british, la nación puesta en
duda por los subnacionalismos como el escocés, el mundo atlántico hundido por
una América errática y progresivamente débil… Pero al mismo tiempo, una Reina
que supo sostener la institución a pesar de los sucesivos escándalos de la
familia real y defender una nación soberana. Quizá la más soberana de todo el
planeta al haber sido capaz de escapar a la maraña institucional de las UE
gracias al Brexit.
La Reina Isabel II era el último exponente de lo que
quedaba en este mundo del Siglo XX, cada vez menos, dicho sea de paso. Con ella
se va todo ese mundo, cual faraona rodeada en su sepultura de sus símbolos e
instituciones. Adiós a los liderazgos fuertes; adiós al liderazgo
internacional; adiós a la humildad y al sentido de servicio al pueblo. Quizá
sea la mayor paradoja de su muerte que se produzca dos días después de que
Inglaterra cuente con una nueva Primer Ministro, Lizz Truss. Y si se me permite
el juego fácil de palabras, a Truss le falta Trust, esa confianza que emana de
un líder y que los ciudadanos reconocen a la primera. Ojalá la desarrolle y
rápido. El sucesor, hasta ahora el eterno heredero príncipe Carlos, es una
figura controvertida y que despierta tan poca confianza en su capacidad y
juicio como la recién llegada al 10 de Downing Street. O tal vez incluso menos.
Ojalá fuese consciente de que su misión es pasar el cetro de su madre a su
nieto y no aferrarse a los oropeles de la monarquía.
Inglaterra ha tenido la visión estratégica, la aventura y
la ambición de ser una gran potencia en el terreno mundial. Y la reina era el símbolo de todo ello,
aunque las políticas fuesen responsabilidad de políticos no siempre a la altura
de las circunstancias. Quizá la única frase que el presidente americano, Joseph
Biden, haya dicho acertadamente sea el elogio dedicado a la reina: “an
unmatched dignity”, esto es, dignatario sin igual. Y aunque el affair Diana a
punto estuvo de costarle el apoyo popular, el sentido común, la prudencia y la
templanza acabó fortaleciendo la figura de Isabel II.
La reina se va y aunque la nación exprese unida su dolor
por la pérdida, la realidad es que el Reino Unido está menos unido que nunca
antes, con un islamismo rampante en sus calles; confuso sobre el papel que
quiere jugar en el mundo y cómo hacerlo; y pesimista sobre la vida en el corto
plazo, con dirigentes enzarzados en disputas internas e incapaces de dar
soluciones a los problemas reales de los ciudadanos. Dicho lo cual hay que
reconocer que sin el apoyo directo e indirecto británico a Ucrania, Zelenski no
sería ya presidente.
En todo caso, el ocaso de la civilización que disfrutó y
sostuvo la reina Isabel II era ya algo evidente. Y su punto más cristalino vino
de la mano de otra muerte, aunque esta vez en la ficción: la muerte de James
Bond en la última entrega de la serie
que durante tantos años nos ha entretenido y mostrado mundo a tantos.
Matar a 007 fue el resultado de la ideología woke, que no podía aguantar a un
seductor blanco con licencia para matar. A Bond le sustituye una mujer, negra
y, posiblemente lesbiana, como la nueva heroína 007. La Corona la hereda
Carlos. Espero que no vayamos de
desastre en desastre. Que Dios acoja en su seno a la reina Isabel II y se
apiade de todos nosotros.