Es comprensible que los eternos neutrales suecos y los incomprendidos finlandeses, tachados siempre de “finlandizados”, quieran ahora ingresar en la Alianza Atlántica. Y cuanto más rápido mejor. Las recientes amenazas por parte de la Rusia de Putin, en el contexto de la guerra en Ucrania, les ha llevado aceleradamente a pensar que estarán más seguro dentro de la OTAN que fuera, al amparo de la seguridad colectiva a la están comprometidos los aliados.
En mi humilde opinión, el giro estratégico que están
comenzando tiene poco sentido. Por mucho que se quejen, los lideres rusos
consideraban ya a ambos países fuera de su esfera de influencia y parte de la
Alianza en toda su planificación militar. Por otro lado, en Ucrania se han
visto dos límites claros: el primero lo poco y mal que puede lograr el ejército
convencional ruso; el segundo, que la OTAN siempre opta por un apoyo indirecto:
armas sí, luchar, no. Y que Ucrania no sea miembro formal de la Alianza es
irrelevante. El actual conflicto no sólo se ha planteado como una inaceptable
agresión sobre un estado soberano, sino como un conflicto entre el orden y la
jungla, entre el respeto al ordenamiento internacional y la ley del más fuerte.
Ahora que todos se mofan de la incapacidad del ejército
ruso para lograr los objetivos marcados por Putin, convendría recordar que las
fuerzas de la OTAN a duras penas alcanzaron un acuerdo con Milosevic sobre
Kosovo después de 78 largos días de intensos bombardeos aéreos; o que han
salido por piernas de Afganistán el verano pasado, una vez que el presidente
Biden decidiera entregar ese país a los Talibán. Y allí donde los aliados
pudieron declarar victoriosos, como en Libia, el resultado fue un escenario
mucho peor que antes de la intervención. O sea, quizá nuestras fuerzas armadas
puedan presumir de mejores sistemas de armas o mayor mortal de combate, pero en
cuanto a lograr objetivos estratégicos positivos, el balance es más que dudoso.
Es más, en un ejercicio de ciencia ficción, me atrevería a decir que si la OTAN
hubiera sido el invasor de Ucrania y Zelenski hubiese contado con el apoyo
militar ruso, con toda seguridad ya nos habríamos rendido.
Pero hay algo más. Todo el mundo se congratula de que los
aliados han vuelto a comprometerse a alcanzar ese mítico 2% de gasto en
defensa; que la agresión rusa ha vuelto a poner sobre el tapete que la guerra
en Europa es una realidad. Incluso que el uso de armas nucleares es imaginable.
Pero yo, como español, me pregunto: ¿en qué va a beneficiar todo eso a la
defensa de España? Lo nuestro nunca ha sido el llamado “Frente Central”, esto
es la defensa de Alemania y ahora demás países centroeuropeos, frete a una
agresión, en su día de la URSS, hoy de Rusia. El poco pensamiento estratégico
español siempre ha mirado hacia el Sur, eso que, desde nuestra entrada en la
OTAN, parcial con Felipe, total con Aznar, se ha llamado “la amenaza específica
nacional”. Específica, porque como se vio con Perejil, a ningún aliado le
interesó el conflicto con Marruecos. Lo nuestro nunca fue cubrir las
necesidades de la defensa del Fulda Gap frente a los submarinos rusos, sino
garantizar el control estratégico del eje Baleares-Estrecho-Canarias.
Desgraciadamente, para nuestros intereses de seguridad nacional, la OTAN ha
sido un completo espejismo: hemos gastado miles de millones en operaciones en
el exterior por solidaridad, pero no nos hemos dotados de los mejores sistemas
para defendernos y proteger nuestros intereses frente al Norte de África. Otra
cosa es que a nuestros militares le haya venido bien acceder a cientos de
puestos de mando aliados y en despliegues donde la paga es muy superior a un
destino en España. ¿Va a favorecer ese 2% que nos dotemos de lo que hay que
tener para prevalecer en un conflicto con el Sur o seguiremos gastando en lo
que luce bien en y para la OTAN?
La desgraciada verdad es que el enemigo lo tenemos
dentro, en casa. Y eso lleva a que quienes tendrían que pensar con realismo y
visión de futuro en nuestra defensa, acepten lo políticamente correcto y se
conformen con mejorar la defensa de la Alianza. Nos contarán que así también se
refuerza la nuestra. Pero no es verdad. Con su dejadez estarán logrando que la
crisis geoestratégica sea para España más dañina que la económica, la sanitaria
y, desde luego, que la climática.