El abandono por Rick Santorum de la carrera republicana abre definitivamente el camino a la designación de Mitt Romney como candidato del partido conservador estadounidense para disputar la Casa Blanca a Barack Obama. La decisión de Santorum —muy por detrás de su rival en los sondeos, en número de delegados y en capacidad económica— representa un alivio para los estrategas electorales de su partido, entre quienes comenzaba a cundir la idea de que los vaivenes de las primarias y la personalidad perseverante de Santorum estaban comprometiendo seriamente las posibilidades de Romney en noviembre.

El momento de gloria de Santorum en el firmamento electoral de las presidenciales ha sido breve (ha tirado simbólicamente la toalla en Gettysburg, sin aludir ni a Romney ni a su propio futuro político), pero durante mes y medio ha representado la alternativa más creíble en el campo republicano al multimillonario político mormón. Los puntos de vista socialmente retrógrados de Santorum, católico a machamartillo, desde el aborto al matrimonio homosexual, le granjearon la confianza de la derecha religiosa y, junto a su populismo obrerista —grato en zonas de bajos ingresos y nivel educativo—, abonaron su triunfo en un puñado de primarias, hasta en 11 Estados, desde Iowa a Alabama, Kansas o Minnesota. Pero ese mismo ideario ultraconservador ha representado un lastre decisivo en el medio-oeste industrial.

Probablemente, el impacto más importante de Santorum en las primarias republicanas ha sido el viraje forzado de Romney a la derecha, sobre todo en cuestiones sociales, para no perder una parte sustancial de la clientela del partido conservador. Con ese viraje tendrá que lidiar durante los próximos meses el exgobernador de Massachusetts si quiere obtener el favor del centro político y de los decisivos votantes independientes.