Los jefes de Estado y de Gobierno que participaron en la Cumbre Progresista acordaron sumar esfuerzos para que no sean los países pobres los únicos que paguen la factura de la crisis mundial.

«Pensar que salvando a los que siempre se salvan y cobrando tributo a los que siempre tributan se resuelve una crisis de estas dimensiones es un atentado contra la moral y contra la propia lógica de la globalización», expresó la presidenta chilena, Michelle Bachelet, haciendo eco de la postura de los líderes que asistían a la conferencia celebrada ayer, en la ciudad chilena de Viña del Mar.

«El paradigma del mercado omnipresente y omnisapiente se ha derrumbado.Y en su lugar se impone la conciencia de que la política -las buenas políticas- son las que deben determinar el curso de la economía. Aquellos que pregonaban la autorregulación del mercado cómo fórmula infalible de progreso, deben reconocer que estaban equivocados», declaró Bachelet.

En su turno, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, señaló: «El mundo entero está pagando el precio de la aventura a la que nos arrastraron los promotores de la economía de casino.Estamos a pocos días de la reunión del G-20 y nuestros pueblos demandan muestras de liderazgo. Necesitamos agallas para rechazar el afán de lucro como valor supremo».

El vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, tomó distancia de estos postulados. «No debemos exagerar nuestra reacción ante la crisis. Las políticas del Estado deben coexistir con la libertad de los mercados. No creo que la ideología sea la herramienta adecuada para resolver problemas prácticos», dijo Biden.

Y, a continuación, echó un jarro de agua fría sobre las expectativas de los países fuertemente endeudados. «Perdonar la deuda no es una opción viable. Es difícil ignorar los llamamientos de la opinión pública. ¿Cómo justificar ante los norteamericanos la necesidad de rescatar con ayudas multimillonarias a las instituciones que según se cree nos empujaron al abismo? Nuestra tarea como líderes es explicar que sin la reactivación de los mecanismos de crédito no habrá recuperación», explicó Biden.

Fue una dura prueba para el número dos de la Casa Blanca, en la primera visita oficial que realiza a un país latinoamericano.En Viña del Mar tuvo que resistir el asedio de los presidentes suramericanos en tres ocasiones: durante la cena con que Michelle Bachelet agasajó a sus huéspedes, en las breves reuniones que mantuvo con el brasileño Lula y con la argentina Cristina Fernández y por último en la mesa redonda que compartió con éstos en el Hotel Miramar.

Los colegas sureños de Biden no se anduvieron con miramientos.Lula lo exhortó a reducir las tarifas arancelarias a las materias primas y manufacturadas que exportan las naciones emergentes y a no dejarse tentar por soluciones fáciles como la del proteccionismo.La presidenta Fernández le propuso llevar a la cumbre del G-20, prevista para el 2 de abril, una propuesta conjunta de los gobiernos americanos para reformar el Fondo Monetario Internacional (FMI), la bestia negra del Gobierno argentino.

«Más que arrancarle un compromiso a Biden, los latinoamericanos quisieron sondear, cuán sincera es la decisión de Barack Obama, de abrir una nueva página en la relación con los países emergentes», opinó Sebastián Rivera, asesor de Bachelet para asuntos internacionales.

Bachelet recibió floridos elogios por la organización del evento, pero también duras críticas por la ruidosa ausencia de ciertos líderes que responden a la definición de progresistas no menos que Biden o el británico Brown. La anfitriona abrió el cónclave, agradeciendo la presencia de sus pares de Argentina, Brasil y Uruguay «caros amigos, gobernantes de países que son muy queridos por los chilenos». No hubo una sola referencia, en esos términos o en otros, a los gobernantes de Venezuela, Bolivia o Ecuador.

«La mesa redonda [que presidió Bachelet] era lo suficientemente amplia como para acomodar a Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. ¿Dónde estaban? Los participantes insistieron en que nadie debe quedar excluido de la tarea de construir un nuevo orden económico. Pero en la práctica crearon, bajo el título de progresista, un club no menos exclusivo que el G-7.

La cumbre partió con el pie izquierdo y terminó metiendo la pata», dijo Aurelio Valenzuela, dirigente del Partido Comunista de Chile.