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24/01/2010 | El notable éxito del fascismo

Alberto Benegas Lynch

Habitualmente se toma el fascismo por un insulto pero no se repara en su significado. Si estudiamos los trabajos de Giovanni Gentile, Arturo Lavriola, Alfredo Rocco o el propio Mussolini veremos que uno de los ejes centrales de esa postura estriba en que el aparato estatal permite el registro de la propiedad a manos particulares pero, de hecho, usa y dispone el gobierno.

 

Entre otros muchos documentos lo anterior deriva de lo expresado en “El programa-manifiesto del Partido Fascista Republicano” proclamado en Verona el 14 de noviembre de 1943. Allí se subraya la administración por parte del gobierno del flujo de fondos de las empresas a través del manejo de precios, salarios y ganancias, la “abolición del sistema capitalista” y la entronización del corporativismo con preponderancia del sindicalismo.

El canal del fascismo resulta más aceptable que la lisa y llana expropiación de todo propuesta por los comunistas pero, en última instancia, se dirige a los mismos resultados. En esta línea de pensamiento, Gentile escribe en su Origini e dottrina del fascismo que “El fascismo es consecuencia del patrimonio marxista y soreliano” y por ello es que Lenin en su Karl Marx recomienda los ensayos de Gentile. Por otra parte, como es bien sabido, Hegel inspiró tanto a fascistas como a marxistas (Benito Mussolini era un ferviente marxista hegeliano tal como lo consigna en Opera Omnia).

Autores como Jean-François Revel en La gran mascarada apuntan la identidad del nacional-socialismo, el fascismo y el marxismo como adhiriendo a la filosofía colectivista-totalitaria y que comparten el mismo enemigo común: el liberalismo. En el terreno político a veces han sido enemigos por la lucha de bandos por el poder y otras veces aliados (como en el pacto Molotov-von Ribbentrop), pero en lo filosófico comparten los mismos principios fundamentales. James Gregor en The Ideology of Fascism y Gregorio R. de Yurre en Totalitarismo y egolatría suscriben la misma posición y agregan las raíces marxistas de las principales figuras del fascismo.

Veamos unos ejemplos al azar. El servicio de taxis en muchas ciudades: los permisos, los colores con que están pintados, las tarifas y los horarios dependen de las directivas de los intendentes, ergo, los que se dicen titulares no lo son sino los gobernantes de turno. Las empresas acorraladas por disposiciones en las que los llamados dueños pierden toda independencia, los sistemas de educación en los que se habla de instituciones privadas pero la estructura curricular depende del ministerio del ramo y así sucesivamente.   

En verdad se trata de un juego macabro por el que ese pretende algo que no es. Lo cual va incluso para países como EE.UU. Ya en 1975 Charlotte Twight advertía del problema en su obra titulada America`s Emerging Fascist Economy. Como se ha destacado en diversas oportunidades, la estrategia fascista presenta la ventaja sobre el comunismo en cuanto a que los megalómanos pueden endosar la responsabilidad de los reiterados fracasos a los empresarios que exhiben los títulos de propiedad aunque en verdad sean títeres del gobierno.

Que el fascismo y el nacional-socialismo sean xenófobos y el marxismo internacionalista queda desvirtuado por los arrebatos y simpatías expansionistas de aquellas expresiones. El mito que los primeros sean antisemitas mientras que no lo es el marxismo se refuta con el escrito rabiosamente antijudío de Marx (La cuestión judía) y la política criminal de la Unión Soviética hacia los judíos. Cuestiones circunstanciales de grado y no de naturaleza no borran el estrecho parentesco de ambas posturas totalitarias (son mellizos aunque no gemelos se escribió en National Review). Muchas veces los diferencian cuestiones religiosas en cuanto a que los fascistas se nutren de los aspectos más turbios y retorcidos de las religiones mal entendidas y los marxistas las descartan por ser “el opio de los pueblos”.

Si observamos el mundo de hoy llegamos a la conclusión que el tan denostado fascismo paradójicamente es el sistema que en todos los órdenes se aplica con más entusiasmo en el llamado mundo libre. Por esto es que la denominación “de derecha” arrastra un pesado tufillo nazi-fascista (y en algunos casos alude a conservadores que, en ciertas circunstancias, también comparten aristas fascistoides). Nada más gallardo que el término liberal en su sentido original (y no en la acepción degradada que se utiliza de contrabando en EE.UU.) para indicar el espíritu de la sociedad abierta y el consiguiente respeto recíproco.

Charlotte Twight en la obra antes citada escribe que en EE.UU. el gobierno “ha establecido controles fascistas sobre virtualmente todos los aspectos de la vida económica […] Áreas económicas clave —agricultura, sistema bancario (oferta monetaria), transportes, comunicaciones, energía e información— una por una han caído víctimas del ímpetu del gobierno central de manipular el 'sector privado' para implementar políticas económicas […] Solo se rechazarán las política fascistas cuando la gente perciba la gravedad de la legislación en cuanto a la reducción de libertades económicas y la consiguiente disminución en los niveles de vida”.

Por esto es que resulta a todas luces mentiroso e hipócrita sostener que las crisis recurrentes de los últimos tiempos en el otrora baluarte del mundo libre se deben al capitalismo cuando las voces de alarma vienen gritando sobre los peligros del reiterado estatismo. Por eso es que resulta de una insensatez manifiesta que G. W. Bush haya dicho durante su gobierno que “nos apartamos de los principios del mercado libre para salvar al mercado libre”, del mismo modo que F. D. Roosevelt acentuó el intervencionismo gubernamental durante sus nefastas gestiones que profundizaron y prolongaron la depresión provocada por el abandono de la disciplina monetaria y fiscal de antaño. Por eso es que preocupa seriamente la política de Obama a todos los que simpatizamos con la filosofía que dio origen a la Revolución de 1776, que fue el experimento más exitoso de la historia de la humanidad. Y todo puede resumirse en lo escrito por George Madison: “El gobierno ha sido instituido para proteger la propiedad de todo tipo […] Éste es el fin del gobierno, sólo un gobierno es justo cuando imparcialmente asegura a todo hombre lo que es suyo”.

Por esto es que contemporáneamente Ludwig von Mises ha consignado en su obra titulada Liberalismo que “el programa del liberalismo, por tanto, está condensado en una sola palabra: propiedad, esto es, la propiedad privada de los medios de producción […] Todas las otras demandas del liberalismo resultan de esta demanda fundamental”. Y por esto es que Marx y Engels escriben en el Manifiesto Comunista  que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada”. Como queda dicho, el fascismo presenta la mejor oportunidad para debilitar y finalmente demoler la institución de la propiedad con ropaje de “sector privado” aunque resulte privado de toda independencia.

Los empresarios prebendarios han hecho mucho por liquidar el sistema en el que operan, de allí es que Lenin ha predicho que la ceguera de aquellos “los conducirá a competir por las ventas de las cuerdas con las que serán ahorcados”. Charles Koch en Using Government Power: Business against Free Enterprise se pregunta “¿Que está pasando aquí? ¿Los dirigentes empresarios de EE.UU. se han vuelto locos? ¿Por qué están auto-aniquilándose debido a la voluntaria y sistemática entrega de ellos mismos y sus empresas a manos de reglamentaciones gubernamentales? […] La contestación, desde luego, es simple. No, los empresarios ejecutivos no comparten el deseo del suicidio colectivo. Ellos piensan que obtienen ventajas especiales para sus empresas al aprobar y estimular la intervención gubernamental en la economía. Pero se están engañando. En realidad están vendiendo su futuro a cambio de beneficios de corto plazo. En el largo plazo, como consecuencia de haber hecho que el gobierno sea tan poderoso como para destruirlos, sufrirán las consecuencias de su ceguera. Y ciertamente se merecen lo que reciban. Afortunadamente no todos los empresarios son tan miopes”.  

En el contexto de los tilingos empresarios del privilegio y los mercados cautivos junto con la agitación morbosa de legisladores que, al arrogarse la facultad de la omnipotencia, abandonan la noción misma del derecho y apuntan a dar y quitar según sus caprichos personales, en este contexto decimos, es pertinente tener siempre presente el agudo pensamiento de Antonio Porchia en Voces donde advertía que “Quien abre todas las puertas puede cerrarlas todas”.

En EE.UU. el bochornoso “salvataje” a empresarios ineptos e irresponsables por parte de la dupla Bush-Obama, fruto del trabajo de otros, traerá aparejada consecuencias nefastas para la economía, lo cual constituye un lamentable ejemplo para el resto del mundo que ya bastantes desatinos acomete a diario. El fascismo abre las puertas para que el aparato estatal administre el núcleo de los negocios a través de confiscaciones de facto, naturalmente con efectos devastadores sobre los salarios e ingresos en términos reales debido a la reducción en las tasas de capitalización, al tiempo que se desbarata el sistema de precios que es la única guía posible para asignar eficientemente los siempre escaso recursos.

No es cuestión de adaptarse servilmente a lo que viene ocurriendo sino de apuntar a metas de excelencia con integridad y coraje a los efectos de contribuir a que se revierta la situación. En esta línea de pensamiento es oportuna la cita del célebre dilema que plantea Hamlet entre ser o abdicar a la propia condición humana,“To be or not to be: that is the question/ Whether `tis nobler in the mind to suffer /The slings and arrows of outrageous fortune/Or to take arms against a sea of troubles/And by opposing end them”.

Cuando la desesperanza es grande parecería que todo está perdido pero en modo alguno es así: ningún esfuerzo se desperdicia, cada contribución produce su efecto. Cuando estudiábamos física en el colegio nos enseñaban lo que se denomina “el polígono de fuerzas” que podemos imaginar como que en un galpón hay una piedra muy pesada y grande que es movida a través de cuerdas y roldanas de las que tiran distintas personas con distinta fuerza ubicadas en diferentes posiciones: la piedra se desplazará según sea la resultante neta de fuerza (o quedará inmóvil si las fuerzas respectivas se neutralizan unas a otras).  Lo mismo ocurre con las ideas, ninguna se desperdicia, todas surten efecto. No hay que dejarse abatir y, en cambio, proceder a clarificar los fundamentos de la sociedad abierta que siempre produce resultados, sea para mejorar o para no permitir mayores empeoramientos respecto de los que hubiera ocurrido de no ser por el testimonio de marras. Entonces, el éxito o el fracaso del fascismo en boga depende de nosotros.

El Cato (Estados Unidos)

 



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