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12/02/2011 | El petróleo y los avatares de Egipto

Alberto Benegas Lynch

Nuevamente se despliega la absurda teoría que sostiene que alzas en el precio del petróleo empujan la inflación a niveles mayores. Nada más alejado de la verdad y curiosamente no son pocos los que con una dosis grande de inocencia, aún siendo opositores a Obama en EE.UU. le dan letra para justificar sus agudos desórdenes monetarios encubriéndolos con los sucesos en Egipto.

 

Como es sabido ese país no exporta oro negro, el tema son las posibles arbitrariedades e incumplimientos de tratados internacionales por parte de la  empresa estatal que administra el Canal de Suez desde la época de Nasser, por donde actualmente pasa el 8% del tráfico mundial de petróleo.

Desde tiempo inmemorial se viene insistiendo en la peregrina idea de que los incrementos en el precio del petróleo provocan alzas generalizadas en los precios debido a que ese producto está íntimamente vinculado a otros bienes que, a su vez, son ampliamente demandados.

Prestemos atención a este razonamiento porque adolece de fallas elementales. El fenómeno inflacionario es exclusivamente monetario. Si la masa monetaria no aumenta pueden ocurrir una de dos cosas a raíz del alza en el precio del petróleo: o se consume menos de ese bien y sus derivados para destinar la diferencia a otras necesidades o se sigue consumiendo la misma cantidad de petróleo pero, en este último caso, deberá contraerse la demanda de otros bienes y servicios puesto que si la masa monetaria no se modificó no es posible atender todos los requerimientos y que todos los precios se eleven.

La inflación en EE.UU. se debe a la monetización de la deuda que consiste en que la banca central adquiere en gran escala títulos del Tesoro con emisión monetaria, lo que naturalmente genera inflación, pero el petróleo nada tiene que ver en el proceso monetario de marras. Conviene por último precisar que extrapolando precios actuales del barril y consumo de hoy, EE.UU. cuenta con reservas para doscientos años sin contar con el “off shore”.

Habiendo hecho esta introducción y en un plano bien diferente, veamos con algún detalle lo que viene sucediendo en Oriente Medio: en Túnez, Argelia, Yemen, Siria, Líbano, Jordania y, sobre todo, en Egipto. Sucesos que revisten gran importancia y constituyen una alerta para la comunidad civilizada, lo cual, de más está decir, exceden en mucho el tema del petróleo. Se destaca la presencia de grupos radicalizados liderados por ayatollahs y sus equivalentes que a toda costa pretenden sojuzgar al prójimo. En otras oportunidades he escrito sobre la injusticia de endilgar esta actitud criminal a la religión musulmana cuando aquellos bandoleros simplemente la usan para sus perversos designios, tal como lo ponen en evidencia tantos líderes del Islam desgarrados por este contrabando inaceptable (como lo hacían en su momento cristianos dignos de Europa frente a la aviesa pretensión —durante siglos— de asimilar el cristianismo a la inquisición y como lo hicieron los protestantes frente al despotismo calvinista en Suiza). En esta línea de pensamiento, también en Diario de América, he citado los numerosos trabajos publicados por la  Minaret of Freedom Foundation en EE.UU. dirigida por prestigiosos islamitas que muestran la incompatibilidad de la religión musulmana con toda manifestación de violencia y, en el mismo sentido, reproduje las muy sensatas declaraciones del sheij de la comunidad islámica argentina, Abdelkader Ismael, del mismo modo que lo han hecho tantos escritores y destacados representantes del mundo musulmán, exteriorizaciones que representan a buena parte de esa comunidad de mil quinientos millones de personas que exceden en mucho las que habitan países totalitarios en los que existe la nefasta alianza entre religión y poder.

De cualquier manera, sin duda, hay un peligro de proporciones mayúsculas debido a la presencia de los antes referidos grupos radicalizados, pero no es del caso sostener que países civilizados como EE.UU. pretendan contrarrestar semejante situación financiando a tiranos-torturadores que masacran a sus pobladores y los condenan a las miserias más escabrosas sin libertades de prensa, de asociación y en ausencia del debido proceso, puesto que eso constituye precisamente el pretexto y el caldo de cultivo para que florezcan los terrorismos que usan la desesperación para sus fines pervertidos. El poder militar detenta empresas en todos los sectores clave de la economía egipcia por lo que resulta sumamente difícil quebrar el espinazo de semejante estructura.

No es decente sostener a gobiernos como el del sátrapa Hosni Mubarak y sus secuaces en Egipto a quien el gobierno de EE.UU. recurría, entre otras cosas, para enviar prisioneros de guerra en la lucha contra el terrorismo al efecto de que fueran torturados puesto no que se admite semejante salvajada en territorio estadounidense, aberraciones que se encuentran documentadas en libros como Ghost Plane: The True Story of CIA Torture Program de Stephen Grey. Se estima que el patrimonio de Mubarak asciende a la friolera de $70.000 millones y posee mansiones en Madrid, Londres, Frankfurt, Dubai, Nueva York y Beverly Hills, todo fruto de la inmensa corrupción en un contexto donde la mitad de los ochenta millones de habitantes “viven” con sesenta dólares mensuales. En gran medida esto explica las manifestaciones callejeras a favor de las quejas de egipcios en ciudades como Londres, Tokio, Washington, Nueva York, Bruselas y París.

Además de ser ampliamente financiado por EE.UU., el empecinado presidente por el momento atornillado en el poder fue apoyado por las Fuerzas Armadas de su país que cuentan con quinientos mil hombres (de donde provenía, igual que sus predecesores inmediatos, ya que era jefe de la Fuerza Aérea). Hoy los egipcios se debaten entre la continuación de la tiranía militar con otra cara visible o una tiranía teocrática. Como ha señalado Fareed Zakaria en CNN, parecería que los partidarios de una verdadera democracia y Estado de Derecho no tendrán cabida real en esta situación. Una manifestación de veto entre grupos rivales y de las trifulcas internas, se trasladó al atentado contra la vida del vicepresidente —Omar Suleiman— en la que murieron dos de sus guardaespaldas, todo lo cual, debido a la censura, se supo con una semana de atraso. Por el momento, en medio de las revueltas, ataques inauditos a periodistas locales e internacionales y renuncias en la cúpula del oficialista Partido Nacional Democrático, el general Suleiman, ex jefe de espías gubernamentales y encargado del aparato represivo y quien completó su formación militar en la entonces Unión Soviética, ha convocado a la oposición a dialogar (lo cual incluye a la nazi-fascista “Hermandad Musulmana”) en busca de una transición por ahora comandada por el repudiado Mubarak, que pretende durar hasta las elecciones de septiembre próximo que seguramente serán fraudulentas como las anteriores. Esta es la situación al escribir estas líneas que es al despuntar el día quince desde que se desataron las revueltas.

El primero de enero de 2011, Hasni Abidi —Director del Centro de Investigación y Estudios del Mundo Árabe y Mediterráneo (CERMAM)— publicó un artículo en Le Monde que fue reproducido el 13 del mismo mes y año por L`Osservatore Romano donde el autor escribe que “decir que la presencia de los cristianos debe ser 'tolerada' en el mundo árabe es, en el fondo, profundamente injusto, porque ellos siempre han pertenecido a esa tierra que los vio nacer y crecer, tierra de sus ancestros y de la Biblia […] no son una minoría religiosa venida de afuera para suscitar compasión al verlos. Están en sus países y deben quedase. Su partida sería el fin de nuestra historia” y continúa afirmando la importancia del pluralismo religioso y que pretender la unificación en un culto es lo mismo que imponer un partido único. Y no se trata solo de cristianos sino de judíos. La historia de los musulmanes está entrelazada con la de judíos y cristianos (“las religiones del Libro”), el respeto recíproco de las diversas creencias constituye la base de la civilización, mientras que los fundamentalismos radicalizados son la ruina de las religiones y la liquidación del derecho. En el caso que nos ocupa, Israel está jaqueada en su propia tierra, la tierra en la que habitaba la tribu del mismo nombre desde hace miles de años, ahora amenazada por terroristas que bajo el manto del unicato religioso apuntan a establecer estados totalitarios que asfixian la libertad de todos (por otra parte e independientemente de lo señalado, es de interés consignar que en estas circunstancias el cincuenta por ciento del consumo israelita de gas proviene de fuentes egipcias).

El 4 de febrero del corriente año en Fox News, Glenn Beck lo entrevistó al doctor Zuhbi Jasser, presidente del American Islamic Forum for Democracy quien relató que precisamente él con su familia se escaparon de esos gobiernos con la fachada islamita para vivir en EE.UU. en busca de libertad. Señaló la importancia de “separar la mezquita del poder político” y subrayó “la identidad intelectual colectivista de los fascismos con los socialismos” y destacó que estos radicalizados “son antisemitas que sostienen que Hitler les dio su merecido a los judíos”. Apuntó también que regimenes como los de Egipto proporcionan fuerza a los terroristas.

Muchas son las organizaciones marxistas-leninistas que consideran que no atraen suficientes adeptos si se presentan en crudo pero si se infiltran en organizaciones religiosas la idea es aceptada bajo el áurea de la divinidad puesto que una vez que la idea colectivista-totalitaria prende no es difícil sustituir lo sobrenatural con el líder y el partido (recordemos que Hegel escribió que “el Estado es la voluntad divina” y Ferdinand Lassalle que “el Estado es Dios”), o en casos extremos puede mantenerse la religión pero encabezada por comunistas como es el caso de Irán, contrabandeando una religión laica con apariencia de espiritualidad.

Es del todo correcto mantener que el vínculo entre la política y la religión es catastrófico desde cualquier punto de vista, puesto que pensar que se está imbuido de la verdad absoluta y detentar el poder siempre constituye un peligro presente y manifiesto. El gobierno de los últimos treinta años en Egipto ha sido laico, de lo cual no se sigue que necesariamente sea beneficioso como lo muestran los reiterados desmanes de ese tirano que gobernó tres décadas con legislación “de emergencia”. De lo que se trata es de contar con gobiernos laicos estrictamente limitados a las funciones de proteger el derecho de todos. EE.UU., frente al riesgo de un gobierno teocrático ha preferido apoyar a un déspota que, mientras maltrataba a sus pobladores, hacía concesiones al mundo exterior, pero esto es inaceptable y, como queda dicho, instiga y alimenta a grupos radicalizados y, además, la gente percibe la hipocresía de declararse abanderados de la libertad cuando simultáneamente se financian criminales.

La Secretaria de Estado estadounidense, el enviado especial a Egipto (Frank Wisner) y el propio Obama se mostraron vacilantes, muy ambiguos y contradictorios en sus declaraciones en medio de este caos en el que expresaban, por una parte, su deseo que el tirano en funciones administre una transición y, por otra, que debía dejar el poder, mientras las cosas se tornan incontrolables y el incendio está escalando a proporciones mayúsculas. La última declaración de Obama es que “Egipto no volverá a ser lo que era”, lo cual es tan anodino como afirmar que “no hay dos sin tres”. Hemos consignado que a la gente pensante no se le escapa la señalada hipocresía de la política estadounidense de las últimas largas décadas: la conducta civilizada exige que no se le de apoyo moral ni material a regímenes que son claramente contrarios a un mínimo respeto a los derechos de las personas, de lo contrario se cae en manifestaciones repulsivas como las de Theodore Roosevelt en relación a Somoza de Nicaragua: “he is a son of a bitch, but he is our [US] son of a bitch”. La conducta civilizada no garantiza que el resto del mundo se mantenga alejado de la barbarie, pero por lo menos se habrá hecho lo posible por mantener una línea consistente con principios morales básicos.

No debería dejarse que los extremistas totalitarios se apoderen de una religión para cometer sus desmanes ni aceptarse ningún gobierno que arrase con los derechos y, en otro plano muy distinto, tampoco debería dejarse que los alquimistas de la economía pretendan endosar la corrupción monetaria al aumento en los precios del petróleo ni tampoco otras fantasías que se oculten en razones fuera del aumento en la masa monetaria provocado desaprensivamente por las autoridades gubernamentales. Son dos problemas, por cierto, de naturaleza muy distinta pero, en este caso, se presentan vinculados, lo cual nos retrotrae a las enseñanzas de Ibn Khaldún, el célebre egipcio musulmán que en la Edad Media enseñó filosofía, teología, economía, historia y derecho en base a los principios y valores de la sociedad abierta tal como han recordado, entre otros, Arthur Laffer, en estos días en los que se pretenden desnaturalizar las raíces del Islam y se presentan teorías absurdas sobre la economía (la excelente Universidad Francisco Marroquín de Guatemala ha designado con el nombre de ese distinguido profesor musulmán a su Centro de Investigación Internacional).

Este artículo fue publicado originalmente en Diario de América (EE.UU.) el 10 de febrero de 2011.

El Cato (Estados Unidos)

 


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