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25/08/2010 | Argentina: Una autora valiente y rigurosa

Alberto Benegas Lynch

Siempre las causas de la decadencia de un país son múltiples aunque todas tienen sus raíces en problemas educativos, esto es, en la incomprensión de los fundamentos de la sociedad abierta. Estos pilares constituyen los anticuerpos centrales para evitar que las sociedades se deslicen por el despeñadero.

 

Tocqueville con mucha razón escribió que las naciones que han gozado de gran progreso moral y material tienden a dar eso por sentado, como si se tratara de procesos automáticos, pero ese abandono inexorablemente conduce a que otros —con otras ideas— ocupen los espacios para contrarrestar y demoler las bases de la libertad y la responsabilidad individual.

En el caso argentino el derrumbe se hizo notar a partir del advenimiento del peronismo para lo cual antes hubo años de prédica disolvente en muy diversos frentes, especialmente a través del nacionalismo xenófobo y estatizante que se concretó especialmente a través del nazi-fascismo del momento. Así es que la Argentina pasó de ser el encandilamiento del mundo y el atractivo de millones de inmigrantes que venían a estas tierras a “hacerse la América” con lo que la población se duplicaba cada diez años, precisamente debido a las condiciones atractivas de vida que el país ofrecía a todos los habitantes, a convertirse, sin solución de continuidad y en grado creciente, en un lugar inhóspito, inseguro, poco confiable y con alarmante pobreza y degradación cultural.

Todas las experiencias del peronismo hicieron estragos al enancar sus políticas en el despojo, la demagogia, la corrupción colosal, el gasto estatal astronómico, la incesante manipulación monetaria, el endeudamiento incontrolado y la destrucción de todo vestigio de marcos institucionales civilizados.

Hay muchos sujetos que miran para otro lado y se hacen los distraídos: parlotean del peronismo como si se tratara de una estructura política seria, como si se pudiera  borrar la historia. Perón es el autor de frases como “al enemigo, ni justicia”, “si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de ayudarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente”, “los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a los dueños, se quedarán con ella. Los que tomen una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo [...] Los suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades, tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro” y otras bellaquerías de tenor equivalente. La degradación moral, persecución sistemática a opositores, la destrucción de la economía, el atropello a las libertades elementales y la completa subversión del sistema constitucional quedan documentados en libros de autores tales como Ezequiel Martínez Estrada, Américo Ghioldi, Juan González Calderón, Robert Potash, Juan José Sebreli, Sebastián Soler, Eduardo Augusto García, Hugo Gambini, Roberto Aizcorbe, Gerardo Ancarola, Damonte Taborda y Silvano Santander.

Tres veces fue presidente Perón y en las tres demostró no haber aprendido nada. En su tercera presidencia lo designó ministro de economía al corrupto de Gelbard quien fue el encargado de asociar al país con Cuba, imponer controles de precios, fabricar una inflación galopante y consolidar el movimiento sindical autoritario. Perón lo ascendió en un solo acto de cabo a comisario general a su ministro de bienestar social López Rega quien se ocupó de asesinatos en gran escala. Perón cortó amarras con los terroristas Montoneros solo porque pretendieron competir con él por el poder pero los venía alentando a cometer todos sus crímenes y aplaudió a rajatabla el asesinato del General Aramburu que ellos ejecutaron. Algunos pocos líderes guerrilleros reconocieron por escrito que afortunadamente no triunfaron porque hubieran convertido a la Argentina en un ilimitado baño de sangre. Como he escrito en otras oportunidades, de más está decir que las espantosas trifulcas no justifican en modo alguno los procedimientos para combatir el mal en los que se dio lugar a la inaceptable figura del “desaparecido”, lo cual tampoco justifica la hemiplegia moral de una justicia tuerta que solo mira un lado de los contendientes.

Perón la designó vicepresidente a su mujer, la tristemente célebre Isabelita, por aquello de “después de mi el diluvio”. Efectivamente, a la inflación existente se agregó durante su gestión (para llamarla de alguna manera) una emisión de 5.000 millones de pesos moneda nacional cada 24 horas, lo cual significó 22.570 millones que representó una vez y media el total del circulante existente que alarmó hasta al inflacionista presidente de la banca central, Alfredo Gómez Morales.

De cualquier manera, mientras no consideremos al peronismo como el origen de nuestros graves achaques seguiremos deslizándonos en el plano inclinado puesto que está impregnado por los cuatro costados de envilecimiento moral. Es que por otro lado son muchos los que adhieren al fondo de la política peronista del fascismo, es decir, permitir que la propiedad se registre a nombre de supuestos propietarios pero el aparato estatal dispone de ella en nombre de aquella redundancia grotesca denominada “justicia social” (ya que los vegetales y minerales no son sujetos de derecho) como pantalla para contradecir la tradicional fórmula de Ulpiano de “dar a cada uno lo suyo” y proceder a arrancar lo que le pertenece a unos para entregarlo graciosamente a otros con lo que el consiguiente consumo de capital indefectiblemente reduce salarios e ingresos en términos reales.

Hoy afortunadamente aparece en escena María Zaldívar, una autora que revela una singular valentía, integridad moral y rigurosidad al escribir con una sesuda y muy bien documentada pluma que el emperador está desnudo. Explica con una notable claridad el significado del peronismo. La autora es profesora universitaria, dirige un programa de radio, es columnista en diversos medios y ha mantenido siempre una ejemplar actitud de dignidad y coherencia con sus principios y valores. La obra lleva el sugestivo título de Peronismo demoliciones: Sociedad de responsabilidad ilimitada. Álvaro Vargas Llosa en su meduloso prólogo destaca “la rebelión contra la civilización” de los argentinos durante las última largas décadas por lo que “pagaron un precio horrendo por haber irrespetado las ideas e instituciones que alguna vez hicieron de ellos la vanguardia cultural de  América”, debido en gran medida al “peronismo —la religión secular argentina”.

La autora explica con magistral claridad los desmanes de Perón en cuanto al uso desaprensivo de los dineros públicos, la corrupción sistemática, la organización sindical totalitaria, la galopante estatización, la degradación del signo monetario, la manipulación del Congreso, las destituciones en la Corte Suprema, los latrocinios en el comercio exterior, la persecución policial a la oposición, las lecturas obligatorias, las expropiaciones, el caos económico, el cercenamiento de la libertad de prensa, la reforma constitucional socialista, el hostigamiento a artistas, la intervención política en la universidad, la cultura alambrada inherente al nacionalismo  y la permanente incitación a la violencia contra los que se atrevían a criticar al régimen.

Muy didáctica y lúcida es su mención de la Revolución Libertadora, una revuelta contra el abuso del poder que fue “cívico-militar [y que] advirtió a su llegada no tener el objetivo de gobernar a la Argentina sino de liberarla de un gobierno despótico y devolverla a los valores fundacionales de la Constitución de 1853” pero lamentablemente “pusieron el afán en desplazar a los peronistas en lugar de concentrarse en desbaratar al peronismo como modelo de régimen”, lo cual se puso de manifiesto cuando se abrogó la Constitución de 1949, se restituyó la del 53 con la aberrante inclusión del “artículo 14 bis, resumen de las políticas demagógicas impuestas con fórceps en la década peronista”. Hay quienes se oponen al derecho a la resistencia a la opresión tan cara a la tradición liberal desde Algernon Sidney y John Locke en adelante (con lo que debieran proponer entre sus rechazos a la Revolución de Mayo), pero a poco andar se descubre que estos supuestos pacifistas admiran la isla-cárcel cubana con lo que ponen al descubierto una superlativa hipocrecía. Además, como destaca la autora de esta obra, “en 1943 el coronel Perón participó de la revolución que terminó con un gobierno constitucional bajo el argumento de liquidar un proceso de fraude y corrupción política originado en el golpe militar de 1930 del que él también participó activamente”.

Zaldívar enseña que todos los gobiernos peronistas han compartido las líneas generales corruptoras de su fundador. El menemato que tanto atrajo a tilingos e ingenuos de diverso calibre por el traspaso de monopolios estatales a monopolios privados (para cobrar montos espurios) y “relaciones carnales” varias (para obtener más prestamos estatales que permiten expandir el Leviatán y comprometen el patrimonio de futuras generaciones), destrozó la división horizontal de poderes, incrementó astronómicamente el gasto y el endeudamiento estatal en un contexto de una muy adiposa corrupción. Por ello es que en el libro de marras se consigna que Menem “profundizó la maquinaria peronista, devota del Estado gordo” en medio de alquimias financieras y cambiarias que finalmente condujeron a una de las inmoralidades más groseras de la historia argentina, cual es el llamado “corralito”, un eufemismo que oculta el atraco descarado de los depósitos bancarios con la complicidad de barones feudales —mal denominados empresarios— que hacen negocios en los despachos oficiales y explotan miserablemente a sus congéneres. Como también se enfatiza en el libro: “Menem, por su parte, ya se había encargado al principio de su mandato de repatriar los restos de Juan Manuel de Rosas en medio de grandes homenajes como para disimular que se trataba de un dictador despiadado que no conoció la noción de adversario político ni de ley, excepto la del terror”. No había más que atender los antecedentes truculentos de este caudillo peronista de La Rioja y de las figuras prominentes de su gabinete en la presidencia para tener una idea clara de sus procederes.

Discrepo con la autora en el punto en el que el mismo andamiaje conceptual esgrimido que desemboca en la tesis del libro no se condice con la afirmación de que a “la UCeDé (Unión del Centro Democrático) se le planteó una disyuntiva complicada: después de décadas de predicar en el desierto, se quedaban sin frontón. Había aparecido alguien que, desde el vértice del poder, estaba dispuesto a aplicar sus recetas con diferencias que se reducían a detalles metodológicos”. Los relatos especificados más arriba no son para nada “detalles metodológicos”. Los dirigentes del partido de referencia cometieron el grave error de saltar el cerco y abandonar el rol de auditores del sistema republicano para entregarse a las fauces del peronismo con lo que produjeron no solo una hecatombe en las filas de ese partido hasta producir su misma aniquilación, sino un efecto dominó en movimientos universitarios de gran valía. Había en todo esto apresuramiento y obsesión por el poder y un flagrante desconocimiento de lo que ocurre en política cuando un partido supuestamente de oposición se une y refunde con el partido gobernante: hay dos opciones o fracasa, en cuyo caso arrastra al socio o tiene éxito, en cuyo caso lo deglute. Los únicos dirigentes de ese partido que advirtieron la miopía y demostraron congruencia fueron Federico Clérici y posteriormente Carlos Sánchez Sañudo quienes levantaron la voz sobre la conveniencia de mantenerse en la oposición con lo que preveían una mayor ampliación del caudal electoral de lo que ya venía ocurriendo con tendencia creciente, una consistente posición ante la opinión pública y, consecuentemente, una reserva para el futuro.

Hay, por último, una omisión importante respecto a “quienes vencieron el primer terrorismo transnacional desembarcado en América Latina” y es, tal como decimos más arriba, la imperiosa necesidad de marcar a fuego los repugnantes métodos a que se recurrió para combatir el flagelo terrorista, sin responsables, actas y firmas con lo que se ganó el combate en el terreno militar pero se perdió en el terreno moral. Reitero que la sociedad abierta implica principios irrenunciables que cuanto más grave sea la situación más se requiere de su aplicación para diferenciarse de los andariveles hediondos de la guerrilla criminal. La decencia no solo se separa de la bazofia en cuanto a los fines sino en los medios que en último análisis tiñen las metas propuestas.

En todo caso, en relación al eje central del libro, repetimos que la autora revela una notable valentía. A un observador imparcial de otros lares tal vez le llame la atención que se tilde de valiente el decir verdades palmarias. De la misma manera, no parece una manifestación de especial coraje el declarar que 2+2 es 4…a menos que se pronuncie en un club de fanáticos-energúmenos anti-matemáticos. Desafortunadamente, es esto lo que sucede en nuestro medio: predominan los “anti-matemáticos” de la política.

Hoy en día, la oposición al gobierno del matrimonio gobernante se circunscribe a denostar los modales pero no al modelo. Modales que salpican con entusiasmo troglodita a diestra y siniestra una patética arrogancia, soberbia, patoterismo y espíritu confrontativo, pero el modelo de la redistribución coactiva del fruto del trabajo ajeno está presente en la mayor parte de los dirigentes quienes se ven en la necesidad de recurrir a ese discurso porque la gente lo demanda debido a las mayúsculas carencias educativas a las que nos referimos al abrir esta nota.

En Peronismo demoliciones: Sociedad de responsabilidad ilimitada se muestra como el peronismo hoy gobernante es admirador del bufón del Orinoco quien ha sentado los cimientos en Venezuela de lo que insisto en denominar kleptocracia que reemplazó a la democracia, es decir, el gobierno de ladrones de propiedades a través de gravámenes inauditos, deudas astronómicas e inflaciones asfixiantes. También ladrones de libertades y ladrones de vidas en cuanto a la brutal confiscación de sueños y proyectos legítimos.

En otro orden de cosas, en estos días cuando he mencionado el trabajo de María no han faltado quienes digan que es “conflictiva”. Personalmente, esa calificación me provoca cierta náusea porque una y otra vez compruebo que proviene de timoratos incapaces de comprometerse con valores básicos y que prefieren a pragmáticos y genuflexos susceptibles de adaptarse a cualquier terreno por más denigrante y pastoso que resulte. Desde esta columna la saludo a María Zaldívar, una persona que se esmera por mantener una coraza exterior de fortaleza pero que, como todo ser humano, necesita comprensión, cuidado y protección en su lucha en varios frentes simultáneos. La Argentina está escasa de personas del calado de la autora de este libro. Solo modificando esta situación estaremos en condiciones de rectificar el rumbo y retomar la senda liberal de la que nunca debimos apartarnos.

Este artículo fue publicado originalmente en Diario de América (EE.UU.) el 19 de agosto de 2010.

El Cato (Estados Unidos)

 


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