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06/02/2010 | México - Muertos de Juárez

Diego Enrique Osorno

A las cinco de la tarde habrá noticias oficiales sobre la masacre de los chavitos, me avisó un viejo amigo de Monterrey que, por azares de la vida, vino a dar a Ciudad Juárez y ahora trabaja como funcionario de la Procuraduría de Justicia del Estado.

 

La cita será en la guarnición del Ejército de esta ciudad fronteriza. Recuerdo que el sitio está a un lado de la cárcel municipal, uno de esos hoyos negros del país en los cuales las condiciones de vida son inhumanas y no tienen nada que ver con la readaptación social. Digo: que tres mil personas encarceladas estén en una penitenciaría diseñada para mil es una prueba simple de muchas que hay de ello en este caso.

Antes no me gustaba hacer periodismo televisivo. He aprendido a ser camarógrafo por necesidad. Necesidad de esta empresa periodística donde trabajo desde hace diez años y necesidad personal ante la brutal realidad del país que exige ser contada de todas las formas posibles.

Lo menciono porque hace unas horas estuve en un barrio pobre del valle de esta ciudad, en el velorio de uno de los chicos que murieron asesinados el fin de semana. De unos meses para acá, en Ciudad Juárez hay ejecuciones masivas en cárceles, centros de rehabilitación y barrios pobres. De algún modo parece que ocurre una especie de razzia social que se nos asegura que es una batalla (o guerra, para usar la palabra preferida del presidente Felipe Calderón) entre organizaciones criminales muy sofisticadas.

Cuánto dolor, cuánta maldita rabia lo inunda a uno al estar frente al féretro de un jovencito de 15 años, estudiante de secundaria y muchacho ejemplar, según familia y amigos. Peor aún si agregas que hay que grabar con tu cámara de video el momento de la madrugada en que su madre se acerca, mira el rostro embalsamado de su hijo y se echa a llorar gritándole: “¡Pelón!”.

Lo peor de mi oficio, sin duda alguna, es ir a los funerales.

“El problema de Juárez no es que quiten al alcalde, es que quiten a ese pendejo de Calderón”, le dijo un deudo de la masacre a un reportero local. Yo estaba ahí a un lado y anoté la frase en mi libreta y luego la incluí en la crónica que envié a México. A veces me pregunto: ¿Qué sentido tiene oír esa frase, anotarla en mi bloc de notas, enviarla a la redacción y leerla al día siguiente impresa en la página 28 del periódico?, ¿cambia algo, ayuda a entender algo que no sepamos ya? Para nadie significa ya una revelación el saber –y que otros lo sepan– que la situación actual que vive el país es en gran parte causada por la falta de talento político, por la mediocridad oficial y el cinismo gubernamental.

¿Cómo llegamos a esta situación tan desesperanzadora en la cual, para un Gobierno, en este caso el de Calderón, el hecho de que entre más muertos haya, indica que va mejor su guerra? La matanza de los muchachos de Juárez puede ser usada mañana, sin rubor alguno, como un indicador favorable de la estrategia presidencial. El señor Joaquín Villalobos, consultor de cabecera en Los Pinos, ha de estar relamiéndose los bigotes ante el aporte estadístico que avala su teoría para legitimar esta desastrosa (y mentirosa) guerra contra el narco.

Por desgracia, la adversidad que padecemos como sociedad no sólo emana de Los Pinos. El secretario de Seguridad Pública de Chihuahua, Víctor Valencia, renunció unas horas después de la masacre... pero no por sensibilidad política, sino por el contrario, ¡para buscar la alcaldía de Ciudad Juárez! Tras un momento tan trágico, uno de los responsables de la terrible situación actual en esta ciudad no tiene ningún problema en usar las instancias oficiales como plataforma electoral.

No nos hagamos. Los muertos de Ciudad Juárez no importan porque no son famosos o ricos. ¿Por qué la tragedia de estos chavos de Juárez no impacta en la ciudadanía, en los medios de comunicación y en los círculos de influencia como sí lo hizo la del Bar Bar? En ambas hay lo mismo: fiesta, confusión y deportistas. Pero diría mi amigo Jairo Calixto Albarrán, siempre tan irónico y asertivo, que a la de Juárez lo que le faltó fue glamour.

Debo irme ya a la guarnición militar a ver si hay alguna novedad sobre esta tragedia. Debo enviar ya, así como ha quedado, esta columna escrita en tono confuso y triste, como se escriben esas cartas que algunos meten a una botella y la lanzan luego al mar quién sabe con qué esperanza extraviada.

www.twitter.com/diegoeosorno

*4 de febrero de 2010

Milenio (Mexico)

 


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