Hasta
ese día, la seguridad en las calles de Monterrey estaba a cargo solamente de la
policía estatal. El lanzamiento de una policía regia era un triunfo de la tesis
municipalista del PAN de antes, aquella que hablaba de dotar de mayor poder a
los alcaldes del país.
Diez
años después de aquél día, la policía de Monterrey, sumida en una escandalosa
descomposición, está por ser absorbida por el modelo de Mando Único, promovido
por el gobierno del presidente Felipe Calderón y aceptado hoy por el Gobernador
Rodrigo Medina.
¿Cómo
llegamos a esto?
La
policía municipal de Monterrey fue corrupta desde su primer día de labores.
Antes de salir a hacer su primer patrullaje, los elementos de la corporación
recibieron la orden de extorsionar ciudadanos para pagar una cuota de dinero
semanal, la cual acababa en los bolsillos de los funcionarios de mayor nivel.
No fueron los narcotraficantes los que corrompieron por primera vez a los
policías de nuestra ciudad, sino nuestra propia corrupción como ciudadanos
indispuestos a cumplir con la ley, y la avaricia de políticos mezquinos que
veían a la corporación como una generosa fuente de dinero para financiar sus
ambiciones electorales, en lugar de respetarla como lo que debería ser: uno de
los instrumentos que tiene a la mano el gobierno para garantizar la cabal
impartición de justicia en la sociedad.
Aquel 7
de agosto de 2010, primer día de trabajo de la policía regia, en la redacción
de este periódico, Luis Petersen, Miguel Ángel Vargas y este reportero,
planeamos poner a prueba la honestidad de la nueva corporación mediante un
debatible pero válido recurso como lo es el del periodismo encubierto. Antes de
la medianoche llegué a la Macroplaza con una cerveza Tecate en la mano.
Policías de la patrulla 18 me abordaron a los pocos minutos, cuando caminaba
por la calle Juan Ignacio Ramón, frente del Palacio de Justicia.
Al ver
que tenía una cerveza en la mano, la camioneta en la que iban los efectivos se
orilló. El copiloto me cuestionó.
- ¿Qué
pasó “güero”?, ¿qué anda haciendo con eso?
- Nada-
dije.
El otro
policía se bajó y se dirigió a mí.
- ¿Cómo
que nada? Estás bien torcido. Vamos a subirte para llevarte a la delegación.
Andas muy mal- dijo.
Subí y
quedé en medio de los dos policías. La camioneta avanzó unos metros sobre Juan
Ignacio Ramón hasta llegar a la esquina con Dr. Coss.
-
N´ombre güero, andas bien mal, estás faltando a la ley de policía y buenas
actitudes (sic); ¿Qué hacemos con el güero, oficial?
- No pos
está difícil, está bien torcido.
- Qué
hacemos contigo Güero, tú dinos, porque debes estar consciente de que la
regaste.
-
Discúlpeme oficial. Yo no estaba bebiendo, nomás traía la cerveza.
- Te
vamos a tener que llevar a la delegación y ahí vas a pagar una infracción y ya,
como 300 o 400 pesos, nomás.
Después
los policías simularon que hablaban con la central policial a través de la
frecuencia de radio que estrenaban ese día. Mencionaron algunas claves sin
presionar nunca el botón indicado. Luego la patrulla arrancó hasta hasta dar
vuelta en Diego de Montemayor, donde giró una vez más en Allende y reinició la
negociación, mientras el coche avanzaba lentamente.
- No
Güero, dime que vamos a hacer contigo, porque sabes que estás mal y la regaste
gacho. ¿Quiero qué me digas qué vamos a hacer?
-
Discúlpeme oficial, no me lleve a la delegación.
- No
Güero, pero entonces. ¿qué quieres que haga contigo?
- No me
lleve, traigo dinero.
- No, no
Güero nadie te está pidiendo dinero.
- Bueno,
discúlpeme oficial, pero no quiero ir a la delegación.
- ¿Qué
van a decir tus papás?, ¿te llevas bien con ellos?
- No
quiero que sepan.
- Híjole
pues tienes 19 años y pues ni modo.
Al dar
vuelta en Doctor Coss, el policía que manejaba la unidad soltó:
- Bueno,
pues ¿cuánto traes?, ¿cuánto le vas a dar a mi compañero?
- No
pues tengo como 160 pesos.
- ¡Nooo!
Eso no, Güero, ¿qué vamos a hacer contigo? – repetía por enésima vez.
Hubo un
breve lapso silencioso y el policía que manejaba fijó su mirada en la cartera
de donde yo había sacado los 160 pesos que antes les había mostrado. Observó en
especial la tarjeta que llevaba ahí.
- Ahh,
pos se me hace que va a ser más fácil así (con la tarjeta de crédito). ¿Dónde
hay un cajero de esos?
- Hay
uno ahí por Zaragoza y Washington, cerca del Nuevo Brasil- dije.
El
policía enfiló la patrulla hacia allá.
- N´ombre
Güero, nos estamos arriesgando demasiado por ti, para que veas que somos buena
onda... si alguien nos ve ya valimos
Al
llegar, me dejaron bajar. Entré al cajero de Banorte, saqué cien pesos, regresé
a la unidad policial, les di el dinero y me despedí.
- A la
otra no sea tan pendejo, Güero- se despidieron ellos.
Un
fotógrafo del periódico nos había seguido todo el tiempo, escondido desde algún
punto cercano, y había logrado tomar las imágenes que probaban el acto de
corrupción entre el ciudadano (yo) y los representantes de la ley. Al día
siguiente del primer día de operaciones de la policía regia, la portada de
Milenio Diario de Monterrey, advertía: “Policía nueva, viejos vicios”.
Nadie se
imaginaba en aquél entonces que esos pequeños actos de corrupción nos
acarrearían a la larga tanto desamparo como el que vivimos hoy.
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