Capone forma parte de la historia, pero también de la imaginación, nos recuerda Hans Magnus Enzensberger, gran filósofo alemán. El capo, ya sea Capone antes o El Chapo Guzmán hoy, proviene de la fantasía colectiva, y en este sentido es un fantasma: pero este fantasma es de una realidad más poderosa que cualquier hecho escueto.

Debido a mi trabajo de reportero suelo viajar por el país. No existe una sola ciudad grande en la que no me haya tocado escuchar a algún interlocutor, la mayoría de ellos serios, decirme que en tal o cual restaurante estuvo hace cierto tiempo El Chapo Guzmán. Que un grupo de sicarios rodearon el sitio, que El Chapo se presentó y dijo que no habría problemas, que les quitaron los teléfonos a los clientes mientras comía el capo con su familia, que al final el capo pagó la cuenta de todos y que se fue sin que hubiera mayor problema.

Según esto que me han contado, tal cosa ha sucedido lo mismo en el Applebee’s de Nuevo Laredo, en El Farallón de Culiacán, en El Grande de Durango, en El Leñador de Hermosillo y en comedores de otras ciudades. Algunos compañeros periodistas repiten tales leyendas como si fueran verdad y se convierten así en mitólogos.

El mundo industrial del supercapitalismo que vivimos hoy en día se mantiene en la fantasía colectiva sin héroes que carezcan de fecha de caducidad. “La industria ha de suministrar mitos de uso diario, de hoy para mañana; su mercado exige un rápido lanzamiento de ídolos, sean estrellas de cine, deportistas o políticos; de aquí que la calidad del olvido forme parte, de un principio, de la especificación del producto”, explica Enzensberger.

Una de esas figuras mitológicas modernas es la del capo. Es tal el poder imaginativo que desata esta imagen que un pescador de Campeche, una abuelita de Tijuana, un obrero de Puebla, una secretaria de Acapulco, un vendedor del mercado de Tuxtla Gutiérrez, un empresario de Tepic o un mecánico de Monterrey, pueden hablar hasta con familiaridad sobre los capos de la droga en México, aunque jamás los hayan conocido ni conocerán.

De acuerdo con esta mitología, los capos del narcotráfico son una especie de plutocracia que usa botas de avestruz.

En su magnífico libro Mafia y capitalismo, Enzensberger recrea la vida de los mafiosos norteamericanos de los veinte y nos da claves para entender la fascinación de hoy en día de algunos por los capos: “Adaptación a todo trance, incontenible asimilación, dinamismo hipermoderno, aptitud ultracapitalista, contribuyeron a los fabulosos éxitos de los gángsteres de Chicago. Pero en la más mínima de sus acciones, en todos los rincones de su porte y de su modo de pensar, surge un elemento antagónico: se trata de su procedencia de un pasado exótico, precapitalista, no asimilado. Su modernidad decide su éxito, su antigüedad, la fascinación. Con el gángster la antigüedad se hace contemporánea, la bárbara antigüedad se enraiza en lo más nuevo”.