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05/03/2006 | Conflicto Papeleras: Ante todo, que cese el bloqueo

El País Editorial (UY)

Se ha entrado en una nueva etapa del grave conflicto con la República Argentina por la cuestión de la instalación de las plantas procesadoras de celulosa en las cercanías de Fray Bentos.

 

El presidente del país vecino, ante el Congreso, pidió la suspensión de las obras por noventa días, mientras "los mejores ambientalistas del mundo ayuden a dos pueblos hermanos a solucionar estos temas como corresponde". Y hasta dijo —teatralmente— pedirlo "con la mayor de las humildades", al "querido amigo y hermano presidente del Uruguay".

Ni el escenario ni la oportunidad elegidos fueron los debidos. Tampoco la propuesta es correcta ni aceptable. Pero convengamos en que es mucho mejor que nada. Por lo menos, es la primera vez, desde que propició y atizó este enfrentamiento insensato, que se dirige a nuestro país y a su Presidente con palabras moderadas y hasta corteses. Seguramente son insinceras, pero el cambio de tono y de modales —lo que no es poco tratándose del "señor K"—, habilita a explorar y habilitar caminos de diálogo y de entendimiento. Estos, hasta que se produjo este planteo, estaban cerrados a cal y canto.

Por ello, no acertó el señor Nin Novoa cuando —como en el turf de antaño— salió "por abajo de las cintas" a rechazar la solicitud de Kirchner, calificándola de impertinente, en el sentido de no pertinente o no procedente. Igualmente impertinente fue su respuesta, por apresurada y, sobre todo, porque el Vicepresidente de la República no tiene arte ni parte en el manejo de la política exterior del país. Muy otras son sus funciones.

Además, la proliferación de protagonistas —de ambas partes— en un asunto harto enojoso y muy complejo dificulta las posibilidades de solucionarlo, toda vez que las réplicas suelen traer dúplicas y que cuanto más gente habla más difícil es entenderse. Sobre todo, si lo hacen públicamente, con gesto agrio y voz destemplada. Por otra parte, está en la tapa del libro que el de las papeleras y sus graves derivaciones es un problema diplomático. Y que los problemas de este carácter los trata o los debe tratar la diplomacia. Gedeón lo sabía. Como también sabía que la gente de este antiguo oficio procede con tacto, en forma reservada y hasta confidencial. Jamás, "ad coram pópulo", ni derrochando adjetivos para calificar conductas ajenas que por fuerza no pueden aprobarse, lo que genera crispación y disgusto en la contraparte. Por algo Don Juan Pivel Devoto —sabio en esta como en tantas otras materias— aconsejaba escribir, sobre asuntos trascendentes, con "pocos adjetivos y muchos sustantivos".

A esta confrontación le están sobrando actores y declaraciones, imprudentes e inconvenientes las más de ellas. Y le está faltando, para encaminarla a una solución honorable, negociación y reserva. Cuando en 1908 las relaciones entre nuestros países se tensaron como nunca, en torno a la cuestión de los límites en el Río de la Plata y por culpa de un arrogante y atropellador canciller argentino, los vecinos recurrieron a los oficios de Roque Sáenz Peña —nada menos— y nuestro presidente Claudio Williman a los de Gonzalo Ramírez. Ambas eminencias negociaron prácticamente en secreto, durante casi un año y medio, y hallaron el hilo de Ariadna que les permitió sacar a sus países de aquel laberinto.

Se nos dirá que ya no hay hombres de esa talla y baquía diplomática, lo que es cierto. Pero no se trata de descubrir émulos de aquellos próceres sino de comprender cuál debe ser el "modus operandi" en este tipo de delicadísimos conflictos. Y de circunscribir su consideración a los órganos competentes, que no son ni pueden ser otros que los respectivos Ministerios de Relaciones Exteriores.

En este punto, nuestro gobierno tiene una seria dificultad, que debe y puede solucionar cuanto antes. Su canciller no es la persona apropiada para desempeñar tan difícil cargo. Y todo el país lo sabe. Tanto no lo es que, en medio de la borrasca y cuando ésta más arreciaba, se alejó del país —¿o fue alejado?— por varias semanas. Ello causó cierto asombro, pero, sin embargo, nadie exigió su inmediato retorno. La cancillería, entre tanto, quedó cuasi acéfala y aparentemente al garete.

El Dr. Vázquez, para disponer un cambio en su titularidad, no precisa forzar una votación parlamentaria ni obtener el refrendo de su firma por algún otro secretario de Estado. La designación y el cese de los Ministros es un acto de su exclusivísima competencia, en su calidad de Jefe de Estado (art. 174 de la Constitución). Cambie pues al canciller, ¡de una vez por todas!, que el país entero lo está esperando.

Y no se comprometa en una negociación personal con su atrabiliario par, como por ahí se ha sugerido, pues no es ese el rol de los primeros mandatarios. ¿Qué camino queda abierto, si éstos fracasan en el intento? ¿Y no se corre el riesgo, en tal supuesto, de que sus relaciones se deterioren definitivamente? Los Ministros, así como los embajadores plenipotenciarios e itinerantes —al estilo del famoso Averell Harriman— se pueden cambiar. Los presidentes, en cambio, son irremplazables.

Por último, y en cuanto al fondo del asunto y a la propuesta del presidente argentino, es obvio que no es posible considerar la posibilidad de atender su planteo si no cesa el bloqueo de los puentes y no se restablece la libertad de tránsito a través de los mismos. No se negocia bajo presión y es indecoroso que un país acepte lo contrario, cualquiera que sea. Ello no impide restablecer el diálogo, pero al único efecto, en principio, de que se deje de violar el art. 1º del Tratado de Asunción. Ya que nuestros países son hermanos, como dijo "el señor K", deben respetarse y no proceder agresiva e incivilizadamente.

Una vez que se rehabilite el tránsito por los puentes, lo que el gobierno argentino puede hacer en un periquete, será posible conversar acerca de una eventual y breve paralización de las obras, si ello resulta conducente a la superación de este penoso y absurdo conflicto.

El País (Uy) (Uruguay)

 


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