ENTRE millares de artículos de opinión sobre el general Stanley McChrystal, pocos analizan su atención a la prensa o, para decirlo más pedantemente, a la guerra mediática. Pero lo que debe importar a un general en jefe es la guerra, no solo la guerra de medios. Los periódicos, radios, televisiones, blogs, parecían haberse convertido en baza decisiva para la victoria. Y nunca es así, aunque lo parezca.
McChrystal, ¿había dimitido ya en enero? En todo caso era un jefe de fuerzas especiales, seguro de su superioridad (número 298 de su promoción de West Point, entre 800 alumnos, un indicador de su cerebro). Un jefe de Estado Mayor es cosa distinta: el Estado Mayor traza en silencio los planes estratégicos y tácticos. No se explica que un general de cuatro estrellas eligiera a Rolling Stone para hacerse despedir por el presidente de los Estados Unidos. No decimos que quisiera ser despedido, pero después de la lectura de Rolling Stonehay versiones solventes que sí lo creen.
Pensemos en la clave Al Qaeda: Afganistán se invadió, tras el ataque a las Torres Gemelas, en septiembre de 2001. Pero Al Qaeda ha desaparecido de sus bases afganas hace tiempo ya, para refugiarse en Pakistán, Somalia y Yemen. También en África occidental, Mauritania, Sáhara, Senegal, Malí, Chad.
¿Qué es ganar esta guerra? McChrystal divulgaba una imagen de sí mismo más bien cinematográfica, un retrato admirable, quizá deforme: el jefe de mirada profunda que come una sola vez al día, duerme cuatro horas y corre de madrugada kilómetros y kilómetros. Churchill no corría; Eisenhower, tampoco. Todo esto mezclado con abundante palabrería: las fuerzas americanas no hacen sino «acompañar» al ejército afgano… Kandahar no es una ofensiva, sino un «proceso».
El lenguaje del general y su equipo es demasiado vulgar, chulesco. Cuartelero. Se resistía a reconocer objetivos incumplibles: ¿cómo hacer en un año un nuevo ejército si los soldados afganos no pueden leer las instrucciones de un fusil ametrallador porque no saben leer? Pero los insurgentes están integrados en una red que sabe bien leer y hostigar desde el llano o la montaña a las fuerzas de ISAF. ¿Cómo pactar con los señores de la droga? La imagen de Pablo Escobar, zar de la cocaína colombiana, reaparece en los campos de amapolas de Mehtarlam. ¿Cómo sostener a un gobierno fantasma, sin autoridad ni competencia? ¿Cuántas décadas puede tardarse en conquistar el corazón de un pueblo y por tanto en triunfar en la COIN, contrainsurgencia?
Algunos políticos confunden campañas electorales con campañas militares. Son cosas distintas. ¿Cuántos soldados americanos y europeos podrían morir por unas Reglas de Enfrentamiento destinadas a los corazones afganos y por ello imposibles de cumplir? Los ayudantes de McChrystal, decididos a hacer méritos, llaman payaso al general James Jones, asesor de Seguridad Nacional en la Casa Blanca. Los insultos públicos, graves en una democracia, se prodigaban a los aliados, al vicepresidente Biden... Pero iban destinados al Comandante en Jefe, Barack Obama. Quizá dentro de un mes estemos ante un asunto olvidado, un caso de idiocia, como lo calificaba la revista TIME. En cualquier caso, es un inevitable regalo a Al-Qaeda y a los partidarios del abandono.
