Todos tranquilos, Isabel de Sajonia-Coburgo permanecerá como soberana. ¿Título simbólico? No tanto: sus poderes, nunca utilizados, son amplísimos. ¿Pérdida de independencia? Pero, por favor, eso desapareció en 1918... ¿Mirar, como pedía Churchill, hacia el océano? Son también bellas palabras... A no ser que hablemos del océano formado por 500 millones de europeos. Reino Unido habrá de girar irremediablemente hacia esas orillas. Si excluimos a los británicos, quedan 440 millones de continentales. Pero mientras unos paran, otros aceleran: noruegos, croatas, turcos...

Europa ha de hacer frente al inexplicado giro de David Cameron, líder de los conservadores británicos, vencedor posible en las elecciones de primavera. Sin desearlo, Cameron se ha convertido en líder populista. Pero Cameron es lo contrario de un demagogo (hay otros en los círculos altos del partido conservador). Cameron es inteligente y sabe que su actual atuendo puede llevarle a un camino peligroso. Más allá de los votos. Esta es una encrucijada de la democracia: sin los votos no se existe. Lo demás viene después. Pero el después llega pronto, a veces antes de 48 horas. El voto del profesor de Oxford vale como el de la verdulera de la periferia de Londres. Cuenta lo mismo. La democracia, régimen difícil de manejar, tiene virtudes y defectos. Pero es, de lejos, el menos malo de los sistemas. La verdulera tiene el mismo derecho a decidir sobre el destino del país que el profesor. Idéntico derecho a equivocarse. Sus votos no sólo cuentan igual: valen igual.

 Cameron se juega mucho. La Unión Europea también, claro. Pero Cameron se juega la vida y la UE no se la juega. Lo ha explicado bien Carlos Carnero, antiguo diputado español en el Parlamento europeo. No se trata de independencia, sino de interdependencia. En el mapa de 2010, Reino Unido no aparece. Ni Francia, ni Alemania. Sólo si reconoce su interdependencia podrá Europa mantener unas gotitas de independencia ante los grandes, Estados Unidos y China. La Unión Europea sabe que en esa mesa tiene un papel que jugar. Lo explicábamos el lunes pasado: defender las normas, obligar a que se cumplan; defender el imperio de la ley; defender los derechos humanos; defender lo que es esencial en la democracia. Nuestro mundo es el de las normas. Estados Unidos necesita con urgencia a la Unión Europea: él ha de representar otro papel.

La Unión Europea ha recibido una inyección de valor, de fe en sí misma al aprobarse el tratado de Lisboa. Será difícil que Cameron, hombre avisado, vaya a un referéndum en cuyas redes pudiera quedar atrapado. Esa clase de consultas se convocan bien por mandato constitucional, o bien a la española, como el general Serrano en 1870, por cojones. En 1999, el 80 por ciento de los empresarios británicos proponía la incorporación de Reino Unido al euro con una cifra muy superior al 50 por ciento de los graduados universitarios a favor de la moneda única. Los defensores de la amada reina eran sobre todo jubilados y transportistas. ¿A qué porcentajes se llegaría hoy?