La “libertad” económica a la que dio lugar el neoliberalismo, la así llamada corriente ideológica que rebajó el pensamiento económico liberal a variables unidimensionales y al “pensamiento único”, no tiene nada que ver con lo que digo en la primera afirmación.

La historia de los últimos tres siglos es la historia de una transformación histórica de la humanidad completamente extraordinaria. Tan es así que las teorías de los principales pensadores de la Ilustración, del socialismo y del liberalismo derivan del reconocimiento primigenio de que a partir de la revolución industrial la humanidad aumentó su capacidad para tomar decisiones sobre el mundo y la sociedad absolutamente impensables bajo las condiciones anteriores. Un dato en abono de esta idea: desde el año 1000 a. C. hasta el momento en que despega la revolución industrial a principios del siglo XIX el ingreso per cápita se calcula en un promedio de uno, mientras que hacia el año 2000 el ingreso per cápita creció 12 veces en relación con el promedio histórico de los 3000 años precedentes.

En el debate contemporáneo suele perderse la perspectiva de esta larga trayectoria. Pero nunca es tan necesario recuperarla como en situaciones parecidas a la actual. El auténtico liberalismo político y económico no es resultado de una maquinación de las élites; no es el producto de una artimaña para engañar a las “masas” que de otro modo se liberarían de sus “cadenas”. Por el contrario, la historia intelectual, económica y política del liberalismo contemporáneo está hecha de una construcción permanente en diálogo con todas las corrientes que han pugnado por la libertad humana, entendida no solamente en forma abstracta, sino como “libertad de realización”, tal como la definió Amartya Sen, uno de los pensadores más comprometidos con la explicación de esta problemática. Más aún, es imposible entender el liberalismo moderno sin el desarrollo del socialismo y sin la conquista de la ciudadanía por los trabajadores y las mujeres, antes excluidas de ella.

La libertad de realización no puede conseguirse a partir de la intolerancia, la centralización y la verticalidad que han impuesto todas las formas de dictadura ni de la imposición de modelos económicos basados, éstos sí, en el engaño deliberado al público, como ocurrió con el mercado inmobiliario y financiero de Estados Unidos.

Hoy se discute en ese país si el proyecto del presidente Obama es un proyecto socialista “al estilo europeo”. Era de esperarse esta crítica republicana y conservadora, pero lo cierto es que la emergencia económica le dio al nuevo presidente un mandato claro y contundente para acotar y regular los excesos de las élites, detener la depredación de las cleptocracias burocráticas y empresariales. A eso se refirió y se refiere el gobierno de Obama cuando habla de los “excesos de Washington” y el privilegio de “Wall Street” en contra de “Main Street”.

Esto ocurre dentro de una democracia consolidada y robusta, si bien lejana aún de la representatividad e igualdad política que exige una democracia constitucional. El liberalismo político deberá sacudirse el estigma de haber sido suplantado por el neoliberalismo, pero este será un incentivo para demostrar que no ha muerto.

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Investigador del Instituto deInvestigaciones Sociales de la UNAM