Este año se ha otorgado el Premio Nobel de Economía a Elinor Ostrom y Oliver Williamson. Se aprecia en el Comité Nobel una inquietud por abrir este importante galardón a nuevos enfoques que superan paradigmas avejentados.
El Nobel de economía fue instituido por el Banco de Suecia para agregarlo a los reconocimientos de los avances de la paz, la literatura, las ciencias naturales y la medicina establecidos por Alfred Nobel, inventor de la dinamita y en su momento uno de los hombres más ricos del mundo.
El giro al que alude el título de esta nota consiste en que el reconocimiento a la economía se basa cada vez más en las líneas de trabajo que tratan de esclarecer las relaciones sociales y económicas a partir de una perspectiva de complejidad.
La economía teórica y la economía matemática aportaron desde mediados del siglo XX instrumentos muy poderosos para estilizar y simplificar las relaciones entre los actores económicos. Por ejemplo, entre los productores y los consumidores. Sin embargo, al proceder de esta manera tendieron a dejar de lado la complejidad que implica la formación de las preferencias y las decisiones de los agentes, así como de las características del medio en que se mueven.
Al tomar en consideración estos últimos factores el panorama cambia en forma drástica. Por ejemplo, Elinor junto con Vincent Ostrom emprendieron hace casi cuatro décadas una serie de investigaciones destinadas a explicar la forma en que las comunidades de muy diferentes tipos toman decisiones acerca de los bienes que poseen en común. Para Elinor el tema del agua, de los bosques y otros recursos naturales (como el propio medio ambiente), poseídos en común por una sociedad y particularmente por las comunidades pequeñas y las medianas se convirtió en un tema digno de investigación que dio por resultado nuevas explicaciones de las formas en que estas comunidades se coordinan para la toma de decisiones y razonan individual y conjuntamente para hacer uso de su propiedad común a través de fórmulas de gobierno local.
Por su parte, Oliver Williamson apuntó los reflectores hacia el funcionamiento interno de las empresas y las corporaciones. De esa manera descubrió que la estructura de las jerarquías, las cadenas de mando, la organización gerencial y otras características institucionales de la empresa pública o privada son determinantes en su desempeño. De este modo, el producto que las corporaciones generan no es únicamente el resultado de una función de utilidad sino de una estructura más compleja que puede facilitar o entorpecer las finalidades de la empresa.
A partir de ambas contribuciones a la economía adquirió centralidad el problema de la gobernanza, como reconoce el Comité del Premio Nobel al reconocer a los dos autores. El estudio de la gobernanza no es otra cosa que el de los mecanismos mediante los cuales las relaciones sociales se organizan dentro de estructuras institucionales que las moldean y que, a su vez, son moduladas por acción y decisión racional de las personas.
No sé trata solamente de una sorpresa ocasional del Comité Nobel, de una simple ocurrencia. Desde tiempo atrás ha venido aumentando el reconocimiento a enfoques que se consideraban marginales. Es el caso de Herbert Simon (1978), Ronald H. Coase (1991), John Harsanyi y John Nash (1994), Douglass North (1993), Amartya Sen (1998), Joseph Stiglitz (2001), Paul Krugman (2008) por mencionar unos cuantos.
Aunque sus enfoques no son iguales tienen un rasgo en común: se preocupan por integrar hallazgos de diversas ciencias sociales, lo que lleva a la economía a no ser una mera simplificación de factores abstractos sino una economía política, como fue el propósito fundador de los pensadores clásicos como Adam Smith, David Ricardo y Carlos Marx.
La transformación en objeto central del pensamiento contemporáneo de tendencias que antes fueron marginales tendrá gran impacto. Aunque aún no se deja sentir en toda su magnitud, no es exagerado afirmar que en el futuro inmediato los problemas de las sociedades contemporáneas únicamente pueden ser abordados fructíferamente a partir de nuevos enfoques como estos.
Si los sistemas políticos no funcionan bien, tanto en el nivel macro social como en el micro social, es imposible que las sociedades tengan a su vez un buen desempeño. Si la organización de las unidades económicas no consigue identificar intereses colectivos con afanes particulares, es imposible que el resultado de la producción y distribución impulse un mejor desarrollo del conjunto.
Por eso habrá de cambiar la forma en que se piense la política económica como una parte integral de la política pública y no al revés. Aunque se antoje difícil que esto ocurra en lo inmediato, basta mirar hacia lo que está sucediendo en las economías emergentes y al giro que se produce en los países avanzados para convencerse de que hay una nueva economía política que ha superado a los avejentados enfoques reduccionistas.
ugalde@unam.mx
**Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM