Con Cuba por el cambio de la política exterior, que pasó del acomodo a la medida al respeto de los derechos humanos y la democracia. Con Venezuela por la suspensión de relaciones con el gobierno de Chávez luego de que le espetara a Fox la frase de "no te metas conmigo porque sales golpeado". Con Brasil, porque está interesado en afirmarse como el líder del cono sur y su política en el Mercosur difiere diametralmente de la de México de integración con América del Norte. Con Chile debido a la disputa perdida por los votos para obtener la Secretaría General de la OEA.

Además de incidentes puntuales, desde los años 90 la imagen de México en Latinoamérica, especialmente en el mundo andino y el cono sur, ha sido la de un país que les dio la espalda y se entregó a los brazos del "imperio". Desde luego, los fundamentos para sostener esta imagen son muy discutibles. En primer lugar no es sólo México el que se ha acercado comercialmente con Estados Unidos y Canadá. Lo han hecho Chile y varios países centroamericanos y caribeños.

El problema de fondo no reside en la búsqueda de un lugar en el mercado más grande del mundo, sino en la forma de hacerlo; en las ventajas y desventajas que arrojan los acuerdos y reglas contenidos en los tratados de libre comercio que se han signado principalmente con Estados Unidos.

Más allá de la estridencia, el asunto trascendente está en la discusión de si América Latina puede sostener su desarrollo económico sin buscar una relación de intercambio con Estados Unidos que aproveche las ventajas y negocie con seriedad sus desventajas. Y las respuestas a esta cuestión distan mucho de ser unánimes, porque las relaciones comerciales han arrojado tanto resultados positivos como negativos para los países que han emprendido este camino.

Además, el problema también se refiere a si nuestros gobiernos están dispuestos a asumir las medidas más costosas de reforma interna que conducirían al establecimiento de una institucionalidad económica moderna, como el fortalecimiento fiscal del Estado y la disolución de los monopolios y oligopolios, que es condición indispensable para que los mercados favorezcan a los consumidores. Este no es un problema que diferencie a gobiernos de "izquierda" contra los de "derecha". Lo mismo Chile, que tiene un gobierno presidido por una socialista, que Brasil, presidido por el líder del Partido de los Trabajadores, que México, presidido por un gobernante del partido de centro-derecha, conservan núcleos monopolistas y oligopólicos considerables en varias de las ramas más importantes de su economía.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la ONU (Cepal) ha insistido reiteradamente sobre esto en diversos estudios: la presencia de prácticas y empresas monopólicas y la ausencia de reglas jurídicas adecuadas para fomentar la competencia, es una característica de la economía en toda América Latina.

Mientras la "izquierda" se apresura a achacar al "mercado" la desigualdad social y la falta de desarrollo, ignora deliberadamente que las verdaderas causas de estos problemas están en la persistencia de regímenes de privilegio y exclusión, que han sido impuestos por las reglas jurídicas o las informales y por las prácticas de los grupos dominantes en la economía y la política. Estos regímenes y prácticas han logrado sobrevivir a las modas de la política económica, sean "keynesianas", "liberales" o "neoliberales". Los denuestos al Consenso de Washington (con el que, dicho sea de paso, discrepo en varios aspectos) eluden con ignorancia supina o franco dolo el hecho de que nunca se aplicaron sus recomendaciones de política fiscal y de competencia. Al contrario, en países como México se preservó a los monopolios y la política fiscal se mantiene en un desastroso estado desde hace al menos 30 años. Esto no es neoliberalismo, es cinismo puro y duro.

Recientemente, el diario El País publicó un reportaje (Juan Jesús Aznárez, 14/01/2007) que revela la confesión de un "ministro mexicano a mitad de la presidencia de Fox", según la cual afirmó en una cena privada: "Si forzamos una verdadera reforma fiscal, los ricos nos tumban el gobierno". ¿Dónde está, señor ministro? ¿Por qué no da la cara, si no por patriotismo, al menos por honestidad? Seguramente no lo hará.

El problema está ahí. En América Latina los ricos no pagan impuestos ni compiten. Ni en gobiernos de derecha ni en gobiernos de izquierda. El problema es ancestral y no ha sido resuelto por unos o por otros. Por si fuera poco este problema conduce alarmantemente a otro de mayor envergadura: la debilidad de los estados para hacer frente a los retos de producir los bienes públicos indispensables como educación, reducción de la pobreza y seguridad. Sin recaudación no se puede gastar en aquello que el Estado debe hacer principalmente: generar las condiciones para que la economía ofrezca oportunidades para todos. Y sin nuevas reglas no se puede encarar la tradición secular de voracidad rentista de los ricos para garantizar un ambiente de competencia y oportunidades.

Ante estos temas se han escabullido tanto los gobiernos de derecha como los de izquierda. ¿Cómo sería posible, entonces, cambiar las condiciones de desigualdad que infectan a todo el subcontinente? La solución de fondo está en entrarle en serio a estos problemas: la exigua fiscalidad y la ausencia de reglas para la equidad económica. No se necesita ser de "derecha" ni de "izquierda" para hacerlo. Se requieren luces y, eso sí, mucho valor.

ugalde@servidor.unam.mx

Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM