Mientras las encuestas le otorgan ventaja, sus adversarios se enfrascan en una campaña negativa. Madrazo y Calderón han dicho que AMLO es un "peligro" y que la población no se ha dado cuenta de ello.

Más allá de la espiral de vértigo electoral en que nos adentramos, el problema de fondo al que llama a reflexionar el temor de cada uno sobre la posibilidad de que gobierne el otro está asociado a las características del sistema político que se ha venido edificando en México, tanto en la corta como en la larga duración.

Para algunos, el triunfo del PRI significaría una recuperación del poder por el viejo sistema autoritario y corrupto. Para otros, el triunfo del PAN conduciría a la continuidad de la "derecha" en el poder y un estilo de gobierno que mezcla buenas intenciones e impericia. Para otros más, el triunfo del PRD representaría el arribo al poder de una "izquierda" no identificada con la democracia ni puesta al día con las alternativas sustentables para hacer frente a los problemas sociales. Obviamente, a cada una de estas visiones negativas corresponde otra visión positiva por parte de los adeptos de cada alternativa.

Pareciera ser éste un termómetro de la inmadurez de nuestro sistema. Ni se ha producido suficiente autocrítica en cada una de las fuerzas predominantes, ni se ha generado el piso de confianza mínimo para gobernar el país en condiciones de pluralismo. Este sino de la democracia mexicana actual persistirá o se agudizará, según resulten de las elecciones de julio condiciones de equilibrio o polarización.

Pero el problema señalado hace alusión a otros: ¿hasta qué punto cada alternativa partidaria de gobierno puede moldear el sistema político unilateralmente, de acuerdo con su visión de las cosas?

Si esto resultara posible en una medida considerable, entonces ¿cuánto puede hacer para marginar de la toma de decisiones a los demás partidos y puntos de vista? ¿Es todavía posible dentro del sistema político mexicano construir la hegemonía duradera de una fuerza política más allá de lo admisible por la razón de la alternancia? ¿Un líder fuerte puede imprimir su huella indeleble en el sistema y la sociedad al grado de imponerse sobre ambos?

Estas preguntas no se contestarán fácilmente y en su mayor parte hay que dejarlas al tiempo. No obstante, algunas aproximaciones son posibles y valederas.

Una de las características de la vida política contemporánea en México y de eso que, a falta de mejor expresión, llamamos transición democrática, es el contraste entre un cambio en el sistema electoral y un rezago enorme en la transformación del sistema de gobierno. Durante mucho tiempo la sociedad mexicana en su mayor parte se habituó a la inexistencia de elecciones libres y transparentes. Este consenso o resignación hizo crisis y se inició un proceso de transformación largo y accidentado del que resultaron nuevas instituciones electorales que garantizan limpieza, transparencia y certeza en el proceso electoral.

Como vemos, hay "hábitos" sociales que hacen toda una época. Y sigue siendo el caso por lo que respecta a nuestro sistema de gobierno. La percepción social que se ha tenido sobre el sistema electoral y que condujo a su transformación no ha tenido un equivalente en relación al conjunto del Estado.

A pesar de que en años recientes, especialmente desde que se concluyó sustancialmente la reforma electoral, múltiples voces han insistido en la necesidad de una reforma del Estado que se corresponda con aquélla.

En este campo los esfuerzos no han sido exitosos. Connotados miembros de los partidos políticos están convencidos de una u otra manera de la necesidad de una reforma. El gobierno del presidente Vicente Fox hizo un intento, que fue luego abandonado, por realizar una aproximación integral a la transformación de las estructuras del Estado.

Sin embargo, estos esfuerzos e intenciones no se han correspondido con una voluntad colectiva de emprender esa transformación. No existe en los partidos políticos ni en la sociedad nacional una aspiración colectiva suficientemente poderosa para inducir la reforma del Estado.

Entre otros temas de la agenda pendiente que entorpecen el desarrollo nacional están: el acceso expedito e imparcial a la justicia, tanto individual como social, el reordenamiento de las competencias y del balance de poder entre municipios, estados y Federación, el acceso a la información pública a nivel local y estadual.

En el mismo sentido figuran la reorganización de las relaciones entre ejecutivos y legislativos, la reforma interna de cada uno de los poderes de la Unión, la construcción de un sistema moderno de medios de comunicación, así como la fiscalidad del gobierno.

La gravedad del letargo es que las estructuras mediante las cuales somos gobernados son, en mayor medida de lo que imaginamos, el resultado de una larga construcción autoritaria.

Por ello, el peligro principal no lo es solamente la personalidad de un gobernante, cosa que de por sí cuenta, sino el hecho de que las instituciones de gobierno siguen estando marcadas centralmente por procedimientos y finalidades que se corresponden con la aspiración autoritaria.

Desafortunadamente este tema no ha sido siquiera puesto en el debate electoral por ningún candidato.

ugalde@servidor.unam.mx  

Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM