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11/09/2009 | El siglo de la guerra total (1)

Carlos Nadal

La primera y la segunda guerras mundiales fueron una misma catástrofe de extrema violencia global.A raíz de la firma del tratado de Versalles, que en 1919 puso fin a la Gran Guerra (1914-1918), uno de sus principales protagonistas, el mariscal francés Foch, dijo que más que el establecimiento de la paz definitiva sería un armisticio para veinte años.

 

Fue tan certera su anticipación que, precisamente en 1939, el 1 de septiembre, estallaba la Segunda Guerra Mundial. Las divisiones motorizadas alemanas entraban como una tromba imparable en Polonia mientras la aviación comenzaba un bombardeo sistemático del país invadido. Dos días después, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a la Alemania nazi. Se cumplen entre pasado mañana y el miércoles próximo setenta años de estos acontecimientos.

Comenzaba así la contienda bélica más mortífera, destructiva y de mayores proporciones de la historia. Lo que el historiador británico Eric Hobsbawm y otros han denominado la "guerra total". ¿Se producía así, de pronto, sin precedentes, una contienda de tan insólita magnitud, la catástrofe mundial que causaría en seis años más de cincuenta millones de muertos? La profecía del mariscal Foch demuestra que no. Cuando terminó la Gran Guerra, veinte años antes, ya se tenía la conciencia de que aquel no había sido un episodio bélico al uso en la Europa de los siglos anteriores. En agosto de 1914 había comenzado la guerra moderna. En ella estaban implícitos todos los elementos que después habían de adquirir un desarrollo gigantesco en la guerra que Alemania comenzó con la invasión de Polonia. Por eso la que se conoció en su tiempo como Gran Guerra pasó a ser la Primera Guerra Mundial. Un nexo de continuidad unía a las dos guerras del siglo XXen una única tragedia. Por eso Hobsbawm escribe de 31 años de guerra como si los veinte de paz entre 1919 y 1939 hubieran sido sólo un intermedio de latente belicosidad. En todo caso, de 1914 a 1945 se configuraron una nueva Europa y un nuevo mundo, totalmente distintos a los constituidos fundamentalmente por los acercamientos y enfrentamientos entre los grandes imperios continentales y coloniales.

Fue tan penosa, tan desgarradora la Gran Guerra que a su término hubo dos tipos de reacciones. Por una parte, el convencimiento de que no podría repetirse. Era el "nunca más". Pero, por otra, el temor de que pudiera tratarse de un anticipo de algo todavía peor. Churchill, en sus memorias de guerra, explica cómo, pasada la Gran Guerra, temía que su fin en 1918 fuera accidental y casi por casualidad. Y que le sucediera otro gran conflicto: una nueva y amplificada guerra de masas, tecnológicamente arrasadora, tanto en los frentes de combate como en la retaguardia, donde armas potentísimas podrían destruir ciudades enteras. Era una adivinación del futuro - Hiroshima y Nagasaki incluidas-inspirada en el terrible aviso de lo que había sido la Gran Guerra de 1914 a 1918.

Bien pronto, en los años de entreguerras, coincidieron, pues, un ansia de paz y el temor de que se viviera simplemente un frágil paréntesis. Fueron los años llamados felices veinte. Pero temores y esperanzas sobresalían sobre un fondo de desengaño, frustración y violencia. Había habido vencedores y vencidos. Los primeros lo entendieron como una merecida supremacía de la justicia y la bondad moral. Se impuso el concepto de culpabilidad del vencido que se tradujo en la descomposición del imperio austrohúngaro y en la mutilación territorial de Alemania, la imposición de costosas reparaciones económicas y humillantes limitaciones en el poder militar de un país mermado así en su soberanía. Alemania caía por esto en el caos y el resentimiento. Los grandes imperios centrales y el ruso se derrumbaron mientras los occidentales, Inglaterra y Francia, se repartieron los restos del imperio otomano en zonas de influencia y recompusieron a su parecer el complicado rompecabezas étnico, lingüístico y nacional que habían constituido el imperio ASTROMUJOFF austrohúngaro y la Polonia repartida entre este, Alemania y Rusia.

Gran Bretaña y Francia alcanzaban así el cénit de su dimensión imperial y la hegemonía en Europa sin percibir que en realidad el fin de sus grandes imperios coloniales se acercaba irremediablemente y que la guerra acababa de elevar a Estados Unidos - el gran aliado que propició la victoria-a la condición de primera potencia mundial. Tampoco habían previsto que los horribles trastornos de la guerra iban a engendrar el Estado comunista ruso y los totalitarismos de Alemania, Italia y algunos estados menores de la Europa central y oriental. El resentimiento y el espíritu de revancha en una Europa mal recompuesta por los tratados de paz alzaban su amenaza contra esta.

Y comenzó así la fatídica marcha hacia la Segunda Guerra Mundial en un doble caminar de contraria dirección. De la Alemania nazi, engendro de la violencia, hacia la guerra. De Gran Bretaña y Francia en el empeño de evitarla. El ímpetu y la audacia provocativa y belicista de Hitler y el pacifismo ciego e inconmovible del primer ministro británico, Chamberlain, personalizaron el complejo drama que condujo a la catástrofe. El Führer movió una después de la otra sus piezas: rearme; servicio militar obligatorio; remilitarización del Rin; retirada de la Sociedad de Naciones; anexión de Austria; acuerdos de Munich que le facilitaron la desintegración de Checoslovaquia y creación subsiguiente del protectorado alemán de Bohemia y Moravia. Por su parte, el premier fue de claudicación en claudicación hasta la incomprensible de Munich en 1938. Y todavía cuando ya la Wehrmacht había comenzado en territorio polaco la blitzkrieg (guerra relámpago) le encomendaba al embajador británico, Nevile Henderson, que gestionara una retirada alemana. Europa y el mundo entero iban a pagar a un altísimo precio este doble error: la furia fanática de Hitler y la bienintencionada paciencia de Chamberlain.

La Vanguardia (España)

 


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