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29/11/2009 | El ascenso de los demás

Carlos Nadal

Obama se ha de ajustar a la multiplicación de nuevos núcleos de poder de distinto nivel y naturaleza.

 

De tratar sobre Estados Unidos después de Bush se ha pasado a hacerlo con cierta insistencia del fin de la era norteamericana, del mundo postamericano. Fareed Zakaria, director del Newsweek International,tituló uno de sus libros El mundo después de Estados Unidos.Parece, pues, como si el fin de los mandatos presidenciales de Bush, más que el tránsito a un notable cambio positivo de la actitud de Obama en política exterior, indicara un declive del país.

Zakaria abre su lúcido análisis sobre esta idea con una consideración inicial a la que llama "El ascenso de los demás": en el sentido de que posiblemente no sea tanto que Estados Unidos pierda peso en el plano internacional como que lo están adquiriendo otros muchos estados a diversos niveles. Lo cual es patente si nos atenemos al rápido crecimiento de las llamadas potencias emergentes como China o India.

Aunque no menos si tenemos en cuenta una variedad de países de menor entidad que buscan ejercer el papel de potencias regionales. Así Irán o Venezuela, por ejemplo.

Esta diversidad, esta multiplicación de los centros de poder crea o está en disposición de establecer a su vez una muy variada relación de equilibrios. Redes o hilos de contacto de todo tipo: acercamientos económicos, culturales, políticos. A veces, de alcance intercontinental.

Y en esta dirección se va imponiendo el criterio de sobreponer la creación de lazos, de intereses, a toda consideración ideológica o de respeto a los derechos humanos y la democracia.

Hilvanar vínculos transversales adquiere en determinados casos un cariz de suplencia de la preponderancia norteamericana. Tendencia que, según cómo, manifiesta una clara voluntad contraria a Estados Unidos. El estrechamiento de lazos se presenta entonces como un propósito de coincidir en el rechazo de la potencialidad política y económica estadounidense.

Se trata de desacreditar a Obama como capaz de aportar a la política exterior de Estados Unidos un cambio sustancial respecto a la de George W. Bush. La reciente gira del actual presidente a Extremo Oriente ha tenido como objeto mostrar un deseo de aproximación sin prepotencia, de busca de relaciones equitativas, sin pretender injerencias propias de una superpotencia. Es la política apropiada al mundo del "ascenso de los demás" de que habla Fareed Zakaria. No fue acogida con muestras de entusiasmo. Pero sí con atención, con el interés que merece la todavía primera potencia, cuya presencia en el Pacífico sigue siendo ineludible. Pero respecto a la cual conviene preservarse una mayor o menor libertad de posicionamientos según cada caso.

Frente a esta acogida a Obama en Extremo Oriente, cuidadosamente medida, en otras latitudes se pone de manifiesto una actitud provocativa. La necesidad de señalar a Estados Unidos como el Estado depredador y agresivo por antonomasia. En esta dirección, la reciente gira latinoamericana del presidente iraní, Ahmadineyad, ha tenido un momento álgido en Venezuela. No sólo por la firma de centenares de acuerdos económicos y de cooperación petrolífera, sino por el derroche de encomios mutuos entre Ahmadineyad y Hugo Chávez como hermanos en la lucha contra el imperialismo y el colonialismo. La incontinencia verbal del demagogo presidente venezolano ha alcanzado cotas tan altas como decir que "Cristo y Mahoma nos alumbran el camino para derrotar las amenazas del imperio".

¿Qué une en extraña connivencia al régimen teocrático iraní y al venezolano socialismo bolivariano?, ¿la presunción de que ha llegado la hora de aprovechar un descenso de la fuerza de Estados Unidos para situarse como potencias regionales? No puede olvidarse que el desbordante populista venezolano y el fanático teócrata iraní tienen serios problemas en casa. El primero, por el caudillaje democrático que se traduce en despilfarro, corrupción generalizada, caos, arbitrariedad, intensidad de la delincuencia organizada y carencias que llegan a largos cortes del suministro de luz y agua. El segundo, por la grave división del país y del propio régimen después de las más que probablemente amañadas elecciones presidenciales del pasado 12 de junio, a la que el Gobierno hace frente mediante contundentes procedimientos represivos.

En este contexto, ¿dónde hay que situar el encuentro en Brasil del presidente Lula con el de Irán? Sin duda, en el mismo lugar, aunque con evidentes diferencias. El presidente brasileño es un estadista de verdad democrático, ponderado, de merecido prestigio al frente de la que va a ser la gran potencia de Latinoamérica. Como tal, abre su país en todas las direcciones, sin exclusión por razones de corrección ideológica o de régimen. Pero sin alinearse contra la gran potencia del Norte.

De distintas formas, pues, el equilibrio del poder mundial está en proceso de profundas alteraciones. Y Obama tendrá que ajustar a sus nuevas variantes la proyección internacional de Estados Unidos.

La Vanguardia (España)

 


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