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12/02/2007 | Rusia y la Unión Europea, una cita pendiente

Carlos Nadal

Europa se ha reencontrado a sí misma a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. Y, sobre todo, desde que se hundió el bloque de estados comunistas bajo la hegemonía de la URSS. La cual, a su vez, ha dejado de ser lo que era. Hay en esto una correlación.

 

Europa empieza a ser ella misma cuando el mundo deja de ser eurocéntrico. Y la Unión Soviética desaparece en su dimensión imperial para recuperar el núcleo de su identidad como Rusia.

No se trata de un juego de palabras. Se ha hablado tantas veces de que Europa es simplemente un apéndice peninsular de Asia que esta apreciación es útil para abordar las relaciones entre la Unión Europea y Rusia, que viene a ser precisamente el nexo entre la gran masa continental asiática y su pequeño extremo noroccidental. ¿Rusia es Europa, es Asia, o allí donde tiene sentido hablar de Eurasia?

Algunos hechos actuales quitan a este preámbulo toda plausible desestimación como una trivialidad. La incorporación a la Unión Europa de Rumanía y Bulgaria, por ejemplo, en cuanto son los últimos antiguos satélites soviéticos incorporados a la UE. Si retrocedemos un poco en el tiempo, la revolución de las rosas de Georgia y la llamada naranja de Ucrania, resultantes de una tensión muy viva en estados que fueron repúblicas federadas de la URSS y que aún hoy viven con muchas dificultades la atracción de la UE y la vecindad celosa de una Rusia que las considera parte de su "extranjero cercano".

Va en esto una de las consecuencias más acuciantes del recuperarse de Europa como tal en el seno de la UEy del sentirse Rusia más propiamente rusa al haber perdido gran parte de lo que fue su extensión imperial. En cierto modo se trata de definir límites. Dónde acaba o comienza la península europea de Asia. Dónde, por tanto, tiene su fin o su comienzo la europeidad misma de Rusia.

Al fin y al cabo, la desintegración de la Unión Soviética comportaba tanto perder tierras y poblaciones claramente europeas (Lituania, Estonia, Letonia, Georgia, Ucrania, posiblemente Armenia), como otras más próximas a Asia (Azerbaiyán, Uzbekistán, Tayikistán, Kirguistán, Turkmenistán). ¿Y dónde hay que situar a muchas de las 21 repúblicas, de las 48 regiones autónomas, de los 6 territorios, de los 11 distritos que componen todavía la Federación Rusa, donde sigue existiendo una Rusia europea y otra asiática o inextricablemente ligadas?

Son realidades que afectan a las relaciones de la Unión Europea con Rusia. No es una casualidad que la Rusia de Stalin se viera obligada a sufrir el más terrible peso de la guerra contra la Alemania de Adolf Hitler, mientras la participación bélica contra Japón fue mínima y de última hora, aprovechando la poderosa acometida final norteamericana. Como tampoco fue porque sí que las guerras napoleónicas llevaran a los cosacos del zar a acampar, vencedores, en París.

La larga y esforzada lucha contra la Wermacht alemana desde 1941 hasta 1945 es recordada en Rusia como la Gran Guerra Patriótica. ¿Hay algo de que pueda enorgullecerse más Rusia como esta gesta de gran potencia europea? Con demasiada frecuencia el seguimiento del día a día lleva a olvidar estas cosas sin las cuales la acuciante exigencia del presente pierde connotaciones esenciales. Desde hace un tiempo la UE vive con desazón una serie de contrariedades en relación con Rusia y viceversa. Molesta en la UE que desde Moscú se interfiera en Georgia, en Ucrania. Yen el Kremlin se denuncian manejos comunitarios en estos dos países.

Pero hay algo que alarma más en las capitales europeas y en Bruselas: Rusia presiona con el suministro de gas, de que es la mayor productora del mundo y fuente esencial de la energía en Europa. Yno sólo lo hace indirectamente, mediante insidiosos cortes esporádicos en los gasoductos que cruzan Bielorrusia y Ucrania en el camino hacia casi toda Europa. Hace saber que no está dispuesta a subsidiar el crecimiento ajeno, aplicando precios no debidamente actualizados. ¿Economía de mercado? Pues ley de la oferta y la demanda. Y la amenaza de recurrir a un gigantesco cartel internacional. Constituir con Irán y Argelia una OPEP del gas. ¿Europa con la soga al cuello? Putin sabe que no lo tiene tan a mano y que puede serle contraproducente.

Es por demás alegar deslealtad. Y todavía más remitirse a que Rusia no es una verdadera democracia, a las redes clientelares del poder, a la corrupción generalizada, al tupido tejido que implica al Estado y las grandes empresas privatizados en la abultada dimensión de la economía sumergida y fraudulenta y el crimen organizado.

¿El presidente Putin es un autócrata formado en la mentalidad del KGB, núcleo oscuro del poder soviético? Ahí está su voluntad de acallar o someter a la prensa, la práctica neutralización o corrupción de los partidos, la sumisión del Parlamento, la progresiva reorganización centralizadora de la federación rusa, las campañas de exterminio en Chechenia. Pero no nos engañemos, el mercado es el mercado y Putin lo ha aprendido. Como la comunista China, que invade los de África y Latinoamérica.

Pero hay otro Putin. El que quiere acabar con la era eltsiniana de las turbulencias. Desintegrada, postrada, que se siente acorralada por el acercamiento de la OTAN y la Unión Europea. Yel presidente se sirve de lo que tiene a mano: el refuerzo del poder central. Y el petróleo, el gas. Como lo hará con los otros enormes recursos de un inmenso país.

Putin quiere una Rusia recuperada de la catástrofe, nacionalmente fuerte. Ha conseguido avances. Pero la naturaleza misma viciada del sistema económico, las abusivas y tantas veces escandalosas modalidades del poder, los desniveles en el reparto de los bienes primordiales, la heterogeneidad étnica, lingüística, cultural del territorio étnica, lingüística, cultural del territorio pueden hacer inútil el empeño. Putin no tiene las espaldas tan seguras como para acosar sin miramientos a la UE, segunda potencia económica del mundo.

En este empeño las relaciones con la UE son una primordial asignatura pendiente. Si se quiere, por ambas partes. Y esta realidad pasa sobre todo por Alemania. Putin anida en sus mutismos y en su reconcentrada veta autoritaria el recuerdo de la Gran Guerra Patriótica, como tantos rusos, pero también el derrumbamiento que le siguió casi cincuenta años después.

Seguramente en sus años al servicio del KGB en la que fue Alemania comunista fortaleció tanto su carácter como aprendió la utilidad del pragmatismo. Tal vez esto le facilite entenderse con Angela Merkel, que procede precisamente de la antigua RDA y habla, como el presidente, ruso y alemán. Entendimiento conveniente aunque sea con todas las reservas, habida cuenta de que es en Europa donde a Rusia le espera la cita principal.

Y detrás, Estados Unidos, que actualmente se disponen a colocar parte de un sistema antimisiles en unas fieles Rumanía y Polonia. Es un emplazamiento inserto en la perspectiva más amplia de la Rusia euroasiática como potencia de un mundo multipolar, en el que tanto a Rusia como a la UE les convendrá tener las cuentas hechas de su vecindad.

La Vanguardia (España)

 



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