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09/04/2006 | El berlusconismo, a prueba

Carlos Nadal

Berlusconi se enfrenta entre hoy y mañana a la prueba de las urnas, después de cinco años de gobierno. Y hasta el fin de la campaña lo ha hecho a su manera.

 

Como maestro que es en usar las triquiñuelas, los golpes de efecto, la capacidad de seducción sin detenerse ante los recursos más banales o irregulares. Es el político del tú a tú que simplifica, que toca los resortes más primarios con el pretendido lenguaje y las maneras del hombre de la calle pero que dice tener en las manos los recursos de quien se ha hecho multimillonario en una rápida carrera empresarial. Sin mirar el cómo. El broche final de la campaña lo han puesto dos efectos sorpresa del hombre televisivo y calculadamente desenfadado que es Il Cavaliere.

En el último debate televisado con su contrincante, Prodi, esperó a su turno final para sacarse de la manga, repentinamente, la promesa a los italianos de que, si le dan la victoria, suprimirá el impuesto de la primera vivienda. Lo dejó caer como si fuera el regalo que se añade a la venta de un producto comercial. Mirando a la cámara directamente, apuntando al espectador con el dedo. Se cerraba con esto el debate y Prodi ya no pudo replicarle. El otro efecto sorpresa preelectoral berlusconiano consistió en declarar que quienes voten a la oposición son ni más ni menos que unos gilipollas dispuestos a elegir contra sus intereses.

Tanto en la promesa sobre el impuesto como en la descalificación de los votantes de la oposición iba todo Berlusconi. La misma añagaza. Por una parte, la apelación directa al bolsillo de los contribuyentes. Fácil, pero atractiva. Por otra, el gilipollas (coglione)entre provocativo y usual. El mismo Cavaliere dijo después que era una expresión irónica, no ofensiva. Al fin y al cabo una campaña electoral no exige cortesía versallesca. Le va bien una dosis de picante.¿No estamos en Italia?

La oposición de centroizquierda reaccionó airada. Habló de insulto, de grosería y descalificación antidemocrática de los ciudadanos que vayan a votar contra la mayoría actual de centroderecha. Pero es casi seguro que gran parte de los electores de hoy y de mañana no creen que haya para tanto. Incluso es posible que la salida de tono berlusconiana les parezca normal. Hasta graciosa.

En cuanto a la supresión del impuesto sobre la vivienda, que la mayoría de los alcaldes rechaza porque supone la pérdida de importantes dotaciones que se aplican a servicios sociales, transporte, escuelas u otras prestaciones elementales a la ciudadanía y que queda en el aire cómo van a pagarse, Berlusconi la ha dejado precisamente ahí, suspendida en el aire. Dijo, expeditivamente: "Ya diré cómo".

Berlusconi llamó a Prodi "un idiota útil". Y le compadeció como a un pobrecito colocado al frente de una coalición heterogénea y numerosa de partidos que ni sobre el nivel y cantidad de la anunciada carga fiscal a las fortunas ha podido encontrar una voz común.

Estamos muy lejos de los tiempos de la Democracia Cristiana, de las sutilezas conceptuales, las fórmulas crípticas y las estocadas florentinas del lenguaje político de los Andreotti o Moro y la sólida estructuración del discurso comunista de Longo, Napolitano o Berlinguer. El berlusconismo ha creado otro lenguaje. Más directo, llano, propio del espacio audiovisual. También más virtual y, por tanto, elusivo para la atención crítica. Berlusconi se mueve ahí como pez en el agua. Mientras Prodi - il Proffessore-,Rutelli o los demócratas de izquierda como D´Alema y Veltroni parecen de otra Italia.

En este sentido hay la Italia de Berlusconi. Su persona. Su desfachatez en la descarada interferencia de los intereses empresariales privados con los públicos. El antagonismo que le opone sistemáticamente a la magistratura porque indaga y le reclama una y otra vez por delitos como el soborno de jueces y policías de finanzas. O por evasión fiscal y operaciones monetarias ilegales de gran alcance. Es el Berlusconi que promueve leyes despenalizadoras de la falsedad en los balances y de la introducción de capitales procedentes de paraísos fiscales, prácticas habituales en la gestión de las empresas de Il Cavaliere,¡que ahora promete reducir impuestos mediante la persecución del delito fiscal!

Es por demás entrar en los pormenores de la campaña, en buscar de qué pie cojean la oposición de centroizquierda o la mayoría de centroderecha. Previo a todo está la anomalía de Berlusconi, el escándalo de Berlusconi.

Algo que encubre mal la manera como él reparte el miedo al supuesto comunismo de los jueces o de los políticos de la oposición hasta extremos ridículamente burdos como el de traer a colación la extraña historia de que, en la época de Mao, en China hervían a niños recién nacidos para utilizar su grasa como abono para la tierra.

Hay algo que en Italia pide un rotundo basta.Porque el país no está para bromas. En cinco años de Gobierno de Berlusconi y su mayoría de centroderecha, las estadísticas económicas y sociales han ido a la deriva de manera alarmante. En algunos casos, situando Italia a la cola de Europa, sólo por delante de Portugal. Cifras negativas en producto interior bruto, deuda pública, déficit y relación entre ellos. Balanza comercial, productividad, inversiones, competitividad. Y educación, paro, empleo precario, infraestructuras, presión fiscal.

El "contrato con los italianos" que Berlusconi ofreció al subir al poder se cierra con penoso balance. Prometía menos impuestos, pensiones más altas, más puestos de trabajo y obras públicas. Y describía para la Italia meridional un panorama luminoso para el futuro cuyo símbolo, el puente sobre el estrecho de Mesina, que ha de unir el sur de la península con Sicilia, ahí está como un boquete abierto a la decepción.

Con todo, Berlusconi tiene fácil, descarada la respuesta: "Hemos cumplido con todas las promesas. Pero la gente lo olvida". Ciertamente la gente, los italianos, tienen que olvidar demasiadas cosas. No precisamente para creer en quien les ha gobernado durante los últimos cinco años.

Está en causa un anómalo, enrarecido modo de gobernar a la manera de un padrone (entiéndase como se quiera). El sólido analista del diario La Repubblica Ezio Mauro eleva el tono al evaluar qué está en juego en las elecciones de hoy y mañana. Habla de "debilitamiento de la democracia causado por la anomalía berlusconiana (..) que trastorna toda regla, extrema el enfrentamiento, somete al país a una presión y a una tensión política sin precedentes sin otra justificación que el destino personal de Berlusconi".

Prodi dijo en el último debate televisado, haciendo uso de una cita literaria, que Berlusconi es como el borracho que se apoya en una farola no para ver más claro sino para no caerse. Efectivamente, el jefe del Gobierno parece estar más cerca de la caída que nunca. Tiene detrás el haber perdido su coalición las últimas elecciones regionales y europeas. Y le delata un difuso nerviosismo bajo las formas extravertidas de su hablar y comportarse. Se dice que el coletazo de caimán con que cerró el último debate al anunciar la supresión del impuesto sobre la primera vivienda se ha convertido en un boomerang contra él. Sin embargo, ninguna de estas consideraciones asegura que la coalición de la Casa de las Libertades que encabeza vaya a ser derrotada en las urnas. Los votantes dirán si a la anomalía berlusconiana corresponde una anomalía italiana.

La Vanguardia (España)

 



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