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12/09/2009 | El siglo de la guerra total (y 2)

Carlos Nadal

El conflicto de 1939 a 1945 fue mundial y de una intensidad sin precedentes históricos.Estaríamos hoy hablando de nuestro tiempo como el de un mundo globalizado si no hubiera habido el precedente de la Segunda Guerra Mundial, que comenzó el primero de septiembre de 1939, hace ahora setenta años?.

 

Fue la primera guerra de la historia en la cual se vieron afectados los cinco continentes y los dos grandes océanos, el Atlántico y el Pacífico. Hay quien remonta la globalización más atrás, a las conquistas y colonizaciones ultramarinas. La creación de los imperios europeos coloniales, especialmente de Reino Unido y Francia.

La Segunda Guerra Mundial no hubiera alcanzado la enorme amplitud territorial que tuvo si los citados imperios no hubieran existido. Si se hubiera limitado a ser una contienda bélica europea. Le habría faltado entonces una de las condiciones que nos permiten referirnos a una guerra total. La que hizo que se extendiera el conflicto a toda Europa, exceptuando a España, Suecia, Suiza y Portugal. Y que, al mismo tiempo, llevó el fragor de las armas en combates de extremada intensidad al norte de África,al Este y Sudeste de Asia. También si no se hubieran producido en 1941 los ataques de la Alemania nazi contra Rusia yde Japón contra la base naval de Pearl Harbor en Hawái, la guerra podía no haber sido mundial. Pero esta suposición vale lo que generalmente todas las ucronías: nada.

La guerra fue total geográficamente. Lo fue, al mismo tiempo, humanamente, como era propio en la era de masas por los millones de combatientes que participaron en la lucha. De muertos, heridos, mutilados, prisioneros. Y, de una manera especialmente deshumanizada, porque las operaciones de castigo desde el aire convirtieron la retaguardia, la población civil, las ciudades, en objetivo directo de una agresividad y una capacidad de destrucción indiscriminadas y sin precedentes. Los alemanes pretendieron ablandar así la resistencia heroica de Inglaterra, y los aliados respondieron en su día arrasando Alemania y Japón. El lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki culminó de manera pavorosa este tipo de guerra sin distinción entre las líneas de combate y la población civil. La guerra sin ley. El temblor del drama humano cuando la violencia se desata sin límites, sin atenerse a ninguna norma.

¿Qué había en el corazón del siglo XX que desembocara en esta ausencia de piedad, en este acoso al hombre, el afán de reducir a la nada a millones de personas, a sociedades enteras, a naciones?

Los alemanes fueron despiadados en los territorios ocupados, en Rusia. Y los rusos lo fueron cuando les llegó la hora de las tornas, al entrar en tierra alemana, al conquistar un Berlín en ruinas. Por su parte, el ejército nipón fue brutal en China, el Sudeste Asiático, Filipinas.

Tal vez la expresión más clara de la guerra total fue el principio de acabar con el adversario por completo. El de su rendición incondicional. No hubo negociaciones, treguas, armisticios parciales, búsqueda de compromisos. El conflicto terminó con la ocupación por los aliados de todo el territorio alemán. El reparto en respectivas zonas de gobierno. En Japón, con la presencia de las fuerzas norteamericanas y el mandato, casi el virreinato, del general MacArthur. Y los principales responsables alemanes y japoneses fueron sometidos a juicio. En muchos casos, ejecutados. Los juicios de Nuremberg han pasado a marcar un imborrable precedente histórico. Era el todo o la nada. El suicidio de Hitler y algunos de sus más altos colaboradores en el búnker de la cancillería del Reich era el fin de los sueños de un régimen nazi para mil años; del dominio de la herrenrasse,la raza de señores, sobre los untermenschen,los infrahombres del mundo eslavo; de una nueva Europa, forjada por el nazismo. Y probablemente en aquellos suicidios del búnker habría que buscar la raíz de una era de absolutos perversos que, en plena guerra, tuvo su expresión más incomprensible y demoniaca en los seis millones de judíos aniquilados en el holocausto.

¿El fin de la Segunda Guerra Mundial fue el triunfo definitivo del bien contra el mal o el ajuste de cuentas que se venía anticipando desde la Gran Guerra de 1914 a 1918, incluso tal vez desde la guerra franco-prusiana de 1870? Cabe preguntarse si las frecuentes guerras intraeuropeas, desde el siglo XVIII casi locales y desde luego limitadas, y más aún las napoleónicas, acabaron incubando el engendro de la lucha final a causa del desarrollo progresivo de ideologías maximalistas, de un concepto darwiniano de selección de los más fuertes aplicado a las sociedades humanas, al derecho de las naciones y el desarrollo paralelo de formidables instrumentos de tecnología militar.

La Segunda Guerra Mundial fue también total, por su carácter ideológico. La lucha del nazismo y el fascismo o del imperialismo japonés con las democracias occidentales y, a la vez, del comunismo soviético con la Alemania nazi.

Se dirimían ideas totalmente opuestas de tipo social, económico, político. Se trataba de mundos incompatibles que, una vez enfrentados bélicamente, no podían aceptar más que la anulación del adversario. Con la anomalía de que la alianza de la Rusia comunista y las democracias occidentales derivó desde el final de la gran contienda en el largo enfrentamiento del Este y el Oeste en forma de guerra fría.

La guerra total no comportó, pues, el fin de los ajustes de cuentas. Desde finales del siglo XX y en lo que llevamos transcurrido del XXI se han diseminado los enfrentamientos bélicos, sus motivos, las formas de ejecutarlos. No hay guerras totales y globales. Pero la de 1939 a 1945 no aportó la totalidad de la paz mundial que se esperaba ilusoriamente.

La Vanguardia (España)

 


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