El resultado de aquella consulta popular, seguramente falseado, provocó airadas manifestaciones de protesta que fueron reprimidas con dureza. Hubo muchas detenciones, tratamientos improcedentes, muertes.

Casi un centenar de personas han sido condenadas en el curso de un macrojuicio.

El país aparecía hondamente dividido, el régimen denostado, tanto por una parte importante de la población como desde sectores notables de su gente. Desde entonces las fuerzas contrarias a Ahmadineyad han aprovechado repetidamente cualquier oportunidad para hacer pública su protesta. E invariablemente los basij, fuerza de choque de los Guardianes de la Revolución, el gran aparato político, militar y económico de quienes detentan el poder, han actuado con pocas contemplaciones para ahogar los tumultos producidos al doble grito de "¡Dios es el más Grande" y "¡Muera Ahmadineyad!". O, incluso, contra la persona del Guía Supremo, el ayatolá Jamenei.

La animadversión contra Jamenei da la medida de la desafección respecto al régimen porque él es el faqi,la cúspide política, religiosa y moral del sistema. Y al ser él quien dictaminó a favor de la validez de los resultados electorales de junio que elevaban a Ahmadineyad a la presidencia de la República, inclinaba el régimen islamista hacia el radicalismo ideológico y el poder de los Guardianes de la Revolución. De hecho, Jamenei dejaba de ser el poder moderador en una sociedad en proceso de cambio y, en gran parte, deseosa de liberarse de las estructuras y procedimientos opresivos.

En este contexto, la figura del ayatolá Montazeri representaba precisamente la auténtica autoridad moral. Él disponía del lazo de mayor acreditación con la esencia y los orígenes de la revolución islámica por su estrecha proximidad al ayatolá Jomeini, de quien pasaba por directo sucesor. Le cualificaba para ello la condición de gran ayatolá, hombre profundamente religioso, de notables saberes teológicos y acreditada inteligencia. Cualidades que le diferenciaban visiblemente de Jamenei, que fue quien sucedió a Jomeini como Guía Supremo, pese a ser claramente menos indicado, hasta el punto de que se le elevó a la jerarquía de ayatolá desde la inferior de ayatoleslam.

Es una historia que contribuye a entender la derivación del régimen. Altos dignatarios religiosos como los ayatolás Rafsanyani y Jatami han ocupado la presidencia de la República, procurando evitar los excesos ideológicos, especialmente el segundo. Pero las fuerzas más integristas o simplemente radicalizadas, sistemáticamente han impedido una evolución del régimen sirviéndose de medios de represión sin detenerse ante la supresión de medios de comunicación, la detención y hasta el asesinato de periodistas y el control de las costumbres con especial interés en subordinar a las mujeres. Esta actitud coartó el reformismo de Jatami, la gran frustración mal digerida por amplios sectores sociales, en particular entre la juventud, los universitarios, la clase media y la población femenina.

Esta frustración ahondó la división del país. También el resentimiento. Y las elecciones de junio venían a ser la contienda entre el radicalismo y las diversas versiones del reformismo. Por ello el escrutinio favorable a Ahmadineyad, ratificado por Jamenei, fue como un golpe de fuerza dentro del régimen contra las esperanzas aperturistas que había alentado el mandato de Jatami.

La significación de la personalidad del ayatolá Montazeri hay que comprenderla en el curso de este devenir accidentado de la República Islámica. Él era la figura opuesta a la de Jamenei y no digamos de Ahmadineyad. Como hombre justo que era, denunció las que consideraba derivaciones impropias del régimen. La política autoritaria y represiva contra la diversidad de criterios, los abusos de poder en nombre de la religión. Por eso indicaba que al Guía Supremo no le correspondía implicarse directamente en la dirección política, sino ejercer una autoridad superior de orientación equilibrada y ética.

No es de extrañar que en la tan polarizada realidad iraní, la suerte de Montazeri fuera adversa. Se le apartó del área del poder y durante varios años ha vivido en la ciudad santa de Qom, encerrado en la reclusión forzosa de su casa. Pero en el destierro interior, en el aislamiento, su figura se había ido agigantando como referente moral, contrapuesto a todas las privaciones, las injusticias, las vertientes degradadas y la corrupción de un régimen sin libertad y distanciado de los derechos humanos. Era la voz de la conciencia de Irán. Por ello, hasta muerto le temen quienes detentan el poder, a los que precisamente había denunciado. Porque muerto es vindicado y exaltado por aquellos que piden justamente el Estado de derecho y la libertad que se les niegan.