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14/09/2009 | México - A terminar de hundir la economía mexicana...

Roman Revueltas Retes

Me pongo a hacer números. Resulta que lo que voy a pagar en nuevos impuestos dejaré de gastarlo en otras cosas: no voy a comprar zapatos ni revistas ni programas de computación ni ropa ni aparatos electrónicos ni nada de aquello que alcance el monto, acumulado o no, de lo que le daré a papá Gobierno. Cancelaré los “planes” de servicio de teléfono celular que tengo en estos momentos (son carísimos y de cualquier manera ya lo iba a hacer); iré menos al restaurante y me quedaré más en casa a mirar la tele o a navegar por Internet; no viajaré; no celebraré; no festejaré; no obsequiaré; no realizaré ningún tipo de gasto innecesario.

 

Multipliquen ustedes esta situación personal por millones de circunstancias parecidas y tendrán, ahí sí, un auténtico fenómeno macroeconómico de perjudiciales (no dije “devastadoras” —no pretendo ser alarmista— dije solamente perjudiciales) consecuencias para la economía real.

Los mexicanos hemos dejado de gastar dinero porque, para empezar, no teníamos ya mucha plata que digamos; luego, nos quedamos sin trabajo o nos bajaron la paga; y, ahora, doña Hacienda, que necesita cuadrar sus finanzas, quiere obligarnos a que le demos lo que no puede ya ordeñarle a doña Pemex. De tal manera, las cosas se pondrán todavía peor de lo que están. Y, con el perdón de los negacionistas (que son una muy reducida minoría pero que de cualquier manera tienen voz y voto), la realidad económica de México, en estos momentos, es de echar a correr: desempleo, cierre de empresas, baja del consumo, desplome de la producción, caída de las exportaciones, etcétera, etcétera, etcétera. Serían momentos, creo, de reducir impuestos, no de subirlos.

Pero, en fin, ya me han llegado correos de lectores que, a pesar de que no saben que he leído a mis clásicos –Adam Smith y Ricardo, desde luego, pero también Hayek, Schumpeter y algún otro liberal de los que sacan urticaria a los populistas—, me restriegan en las narices mi presunta ignorancia en temas económicos.

Sea. Concedido. No tengo maestría alguna en Economía. Hablo, sin embargo, como ciudadano directísimamente afectado por las políticas públicas, al igual que todos los demás, y, en ese sentido, estas líneas reflejan los sentimientos y opiniones de miles de personas. Por lo pronto, le puedo decir, a cualquiera que se me ponga enfrente, que la economía de México no va bien. Y podría añadir, además, que el estrepitoso fracaso de un país que lleva décadas enteras creciendo a ritmos escandalosamente mediocres se debe a la tozuda persistencia de un sistema político que se dedicó, entre otras cosas, a brindar canonjías y privilegios espurios a los grupos corporativos que le aseguraban su permanencia en el poder, a repartir a diestra y siniestra los fondos del erario y a administrar canallescamente la cosa pública.

Vean, si no, los miles de millones de pesos que el Gobierno va a gastar para sostener a Luz y Fuerza del Centro, la más ineficiente corporación de México, sin poder siquiera intentar un ajuste para elevar la productividad porque sus feroces trabajadores, luego de ensartarle a un indefenso vecino un recibo de electricidad de 11 mil pesos por los consumos de un mes, pueden, encima, salir a la calle y colapsar por completo la vida económica de la capital. Vean, en lo que se refiere a las condiciones que puedan propiciar la productividad global de nuestro país, la enmarañada e interminable lista de trámites que hay que cumplir para poner un negocio o las obligadas cuotas que hay que soltar a los extorsionadores de la Administración para que el menor asunto burocrático pueda ser resuelto. Y vean, en el terreno de la simple gestión de los recursos públicos, esos dineros dilapidados de la manera más criminal para cumplir los caprichos y ocurrencias del caudillo de turno: compras innecesarias de millares de camisetas a un oscuro proveedor, adquisiciones de coches nuevos para transportar al jefazo, obras de ornato que no benefician en nada a los ciudadanos, importaciones carísimas de maquinaria que termina convertida en chatarra por falta de mantenimiento, ceremonias estúpidas y festejos bajo cualquier pretexto, contrataciones de servicios superfluos y, ah, viajes, muchos viajes de funcionarios de todo pelaje.

No nos vengan con el cuento, por favor, de que nuestros impuestos van a servir para otra cosa que el dispendio gubernamental, las raterías de los politicastros y las prebendas de los congresistas. Somos tal vez ignorantes pero no somos idiotas.

revueltas@mac.com

Milenio (Mexico)

 


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